3. No soy una de esas.
Paso toda la noche dándole vueltas a una sola idea:
No quiero ser una más.
Sé lo que estás pensando. Que me hago la difícil. Que me creo especial. Pero no. No es eso. Es miedo. Es… esa certeza casi violenta de que si un hombre como él se me mete en la piel, después no voy a poder sacármelo.
Y me conozco. Cuando me enamoro, me entrego. No a medias. No con filtros. Me rompo por dentro si hace falta. Y eso, en un mundo donde la gente ama por partes, es una maldición.
Por eso ahora soy así. Cautelosa. Cerrada. Incrédula. Por eso cada vez que un hombre me mira, pienso: ¿cuánto va a tardar en aburrirse de mí?
Pero John Blackwood… no es como los otros.
O tal vez sí, y esa es la peor parte.
El miércoles me visto bien. Solo para ir al supermercado. ¿Ridículo? Tal vez. Pero quiero verme linda. Por si acaso. Por si aparece de nuevo entre los pasillos del vino y el pan lactal.
No aparece.
Lógico.
Cuando llego a casa, me miro al espejo. ¿Qué ve él cuando me mira? ¿Una mujer interesante? ¿Un juguete pasajero? ¿Una historia que contarle a sus amigos de élite? ¿O una conquista más para tachar en su lista invisible?
Me agobia pensar que soy eso. Me revuelve la idea de ser “la chica normal” que se ilusionó con un magnate.
Soy escritora, carajo. Invento mundos. Personajes. Tramas enteras. ¿Y me vengo a quebrar por una cena con un tipo que ni siquiera sé si es real?
—No soy una de esas —me digo en voz alta, frente al espejo.
Pero no suena firme. Suena como una excusa.
Y, en el fondo, ¿qué tiene de malo ser “una de esas”? ¿Las que se ilusionan, las que sienten, las que se arriesgan aunque duela?
Yo solía ser así. Antes de las decepciones. Antes de los tipos que me juraban que yo era “diferente”, y después se iban sin despedirse.
Cat, no te enamores, me digo.
Pero ni siquiera crucé la puerta del restaurante, y ya siento el corazón latiendo distinto.
Esa noche abro mi cajón más oscuro: el de los vestidos de “por si acaso”.
Encuentro uno negro, corto, con escote delicado y espalda abierta. Me lo probé hace años para una cita que nunca sucedió. Me queda ajustado, pero no vulgar. El tipo de vestido que te da poder, aunque no tengas nada bajo control.
Me miro. Y por primera vez en mucho tiempo, me gusto.
No como una bomba sexual. Sino como alguien que está dejando de esconderse.
Y entonces, sin pensarlo, le respondo.
………………………..
De: Cat \<catwrites@…>
Para: [[email protected]](mailto:[email protected])
Asunto: Re: ¿Te gustan las sorpresas?
“No suelo aceptar invitaciones de desconocidos… pero tengo hambre. Y curiosidad.”
PD: Espero que el vino esté a la altura de tu ego.
……………………..
No lo firmo. No hace falta. Él va a saber que soy yo.
Y en el momento en que aprieto “enviar”, algo cambia en mí.
No sé si es valentía o estupidez.
Pero sea lo que sea… lo necesito. Necesito que alguien me vea de verdad.
Aunque después me deje vacía.
Esa noche me acuesto en silencio, sin música, sin ruido. Y por primera vez en mucho tiempo… me arde el cuerpo.
No por falta de sexo.
Sino porque me siento viva.



































