Capítulo 3 Te juro que me lo van a pagar

Un murmullo inquietante se apoderó de los invitados, y Fernando   sintió como si un espectro hubiera tomado posesión de su cuerpo. Su rostro palideció, y todo su mundo se derrumbó cuando la mujer que esperaba para casarse lo humilló frente a cientos de personas, dejándolo plantado en el altar y su orgullo hecho añicos en el suelo.

—Hijo, lo siento mucho. No imaginé que esto sucedería —Cristine , la madre de Fernando  acudió a su rescate al ver cómo su hijo se desmoronaba.

—Mamá, no es tu culpa. Lo he perdido todo. Mi abuelo no me permitirá ser el CEO de la compañía.

—Por favor, cálmate —la madre trató de consolarlo, pero él se zafó bruscamente de su agarre.

En ese instante, Christopher, el abuelo de Fernando  , se levantó de su asiento y se dirigió hacia los Reynolds, mirándolos con odio.

—Teníamos un acuerdo, Reynolds, y tu hija ha manchado el nombre de mi familia —espetó el hombre enfurecido. Su rostro estaba sonrojado por la tensión y su pecho se agitaba.

—No es mi culpa, Christopher. Simplemente mi hija no llegó, algo pasó. Déjame llamarle —Ricardo sacó su teléfono, pero la tensión aumentó.

Christopher apretó su pecho, sintiendo un fuerte dolor. Su rostro palideció por completo, y se volvió hacia donde estaba su nieto.

—Abuelo, ¡abuelo! ¿Qué te pasa? —Fernando   gritó angustiado, corriendo hacia él y tomándolo en sus brazos. El anciano apenas podía articular palabra.

—¡Ayúdenme, por favor! ¡Un médico! Llamen a una ambulancia —Fernando   estaba consumido por el temor de perder a su abuelo, pero la vida se estaba comportando de forma injusta con él. Los ojos de su abuelo se cerraban lentamente.

—¡Padre! —Cristine  salió corriendo. Fernando   abrazó a su abuelo, y uno de los asistentes, que resultó ser médico, se acercó al anciano.

—Permiso, por favor. Soy médico. Déjenme ver —el médico tomó el pulso de Christopher, realizó la revisión correspondiente, pero ya no había nada que hacer. El abuelo había sufrido un infarto que acabó con su vida delante de su nieto.

—Lo siento mucho. El señor ha muerto —el médico miró con compasión a Fernando   y su madre, mientras los invitados empezaban a especular entre ellos.

—¡NO! ¡Por favor! ¡Haga algo! —Fernando   negó con la cabeza, y sus lágrimas rodaron por sus mejillas de manera desgarradora. Su corazón se partió en mil pedazos, al igual que el de su madre.

El matrimonio culminó en el peor de los desenlaces; lo que se anticipaba como la boda más encantadora de la ciudad se transformó en un auténtico tormento. Los acérrimos enemigos de Fernando   no perdieron la oportunidad de mofarse de él, agravando aún más su sufrimiento.

—Madre, te prometo que haré que Amelia Reynolds pague. Lo juro por la memoria de mi abuelo. Su muerte no será en vano, ¡lo juro!

—Hijo, no te expreses así. Esa mujer no es culpable. Por favor, no magnifiques las cosas.

—Observa, madre, la humillación a la que los Reynolds nos han sometido, todo por su ambición. Pero te aseguro que saldarán cuentas; derramarán las mismas lágrimas que tú y yo estamos vertiendo aquí.

Cristine  abrazó a su hijo. A pesar de sus palabras, ella conocía la auténtica naturaleza de Fernando  . Aunque parecía un hombre enigmático y dominante, en el fondo era bueno. Sin embargo, el dolor por la pérdida de su abuelo y la humillación de esa tarde provocaron un cambio completo en él.

Unos meses después

Fernando   se encontraba recostado en su imponente sillón. Aunque no había conseguido el puesto en la empresa insignia de su familia, sí lideraba la rama más relevante como CEO de la variante de Donovan y Asociados. No obstante, ese logro no le otorgaba el dominio que anhelaba.

—Mi amor, desde lo de la boda te has vuelto más taciturno, más esquivo conmigo —Virginia se aproximó a Fernando   y le acarició la mejilla.

—Virginia, no estoy de humor en este momento, tengo mucho trabajo.

—Pero eso me lo dices desde hace cuatro meses. ¿Qué te pasa? Sé que la muerte de tu abuelo te afectó, pero estoy aquí para apoyarte y consolarte.

—Nada, ya te lo he dicho. Si no eres capaz de entender mi situación, es mejor que te vayas. —Virginia abrió los ojos sorprendida y estaba a punto de iniciar una discusión cuando de repente tocaron a la puerta del despacho.

La secretaria de Fernando   anunció la llegada de alguien muy esperado.

—Virginia, ¿podrías salir un momento de la oficina? Necesito hablar con Dorian a solas.

Ella asintió con la cabeza y se retiró en desacuerdo. Dorian, un investigador privado, era la persona a la que Fernando   había contratado para indagar sobre Amelia. Quería descubrir su paradero, saber por qué lo dejó plantado en el altar y dónde se encontraba ahora.

—Y bien, ¿qué novedades tienes para mí? —inquirió Fernando  .

—Mi estimado Fernando  , la investigación no fue tan rápida. Como sospechábamos, la señorita Amelia cambió su apellido; ya no es Reynolds, ahora se hace llamar Parker .

—¿Parker ? ¿Con qué propósito?

—La intención es cambiar su identidad y huir de sus padres. Aunque mantiene contacto constante con su madre, nadie sabe que se ha trasladado a Villa Esperanza, un pueblo retirado de aquí.

Fernando   se sirvió una copa de alcohol y quedó absorto, con la mirada perdida en la nada. Desde que Amelia huyó, algo dentro de él cambió. Ya no era el hombre imponente y orgulloso de siempre; se sentía abatido y derrotado, dispuesto a hacer lo imposible para que ella pagara su desdicha.

—¿Qué está haciendo allí? —preguntó sarcástico.

—Trabaja como cajera en un supermercado. Es apreciada por sus jefes.

—Compra el supermercado —ordenó Fernando  .

—¿Qué? Señor, pero...

—Sí, cómpralo, ponlo a mi nombre, o mejor aún, a nombre de Ángel Campbell.

—¿Quién es él, señor?

—A ti no te importa, Dorian. Simplemente haz lo que te pido.

—No creo que lo vendan, señor. Es un lugar pequeño, sin futuro. Apenas se sostiene para el pueblo.

—Dales una suma importante, programa la entrega para dentro de una semana. Yo mismo lo recibiré. No digas más. Para eso te pago.

Dorian salió de la oficina mientras Fernando   disfrutaba de una copa de vino.

<<Por fin te encontré, Amelia Reynolds. ¿Qué harás ahora?>>, se dijo a sí mismo. El gran momento había llegado.

Dorian asintió con la cabeza. Sabía que cuando su jefe se proponía algo, ningún poder humano podía derribar su determinación. Días después, hizo una oferta irresistible a los dueños del supermercado. Con el dinero obtenido, se jubilaron, renunciando para siempre al trabajo. Anunciaron la noticia a los empleados, incluyendo a Amelia, quien, entristecida por el suceso, no tuvo más opción que esperar para conocer a su nuevo jefe.

Desde que Amelia huyó de su boda, su vida se volvió simple. Trabajaba doce horas al día, vivía con lo justo y no perdía la esperanza de encontrar algún día el amor verdadero. Pero jamás imaginó que se enamoraría el día en que conociera a su nuevo jefe.

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