Una tragedia inesperada

La actitud de Lorenzo hizo enfurecer a Lucas, el cual lleno de coraje colocó el vaso con whisky de un solo golpe contra la mesa haciendo que saltara el líquido por el aire. La expresión en el rostro de Lucas era de coraje y miedo, sabía que tenía mucho que perder si su hijo decidía cancelar el compromiso.

—¿Cuándo vas a entender que no se trata de lo que tú quieres, sino de lo que te conviene? Casarte con Mariana De la Vega es lo mejor que puedes hacer en la vida.

—¿Lo mejor? ¿Lo mejor para quién, papá? ¡Ah Claro! Lo mejor para tus intereses. —dijo en un tono desafiante. Lucas tomó por el cuello de la camisa a Lorenzo lleno de coraje, y mirándolo a los ojos le dijo:

—Déjate de majaderías, Lorenzo. No me puedes fallar. Recuerda que de ti depende el futuro financiero de esta familia. ¿Me entendiste? —dijo con determinación, causando una fuerte frustración en Lorenzo que sentía el peso en sus hombros de una responsabilidad que no le pertenecía.

—¿Pero por qué tengo que casarme con una mujer que no amo? ¿Y cuál es tu interés en que se haga ese matrimonio, papá? —preguntó lleno de desesperación.

—¡Porque esa es mi voluntad y punto! Y te advierto que si me desobedeces, se te acabarán los lujos y todos los caprichos a los que estás acostumbrado. Comenzaré por quitarte el avión que tantos millones me costó. Y te olvidas de ser mi heredero.

Lorenzo se quedó mirándolo con asombro. El avión que su padre le había obsequiado el día de su graduación como aviador no era un lujo para él; era su pasión. Había estudiado mucho para convertirse en un piloto profesional, que además para su orgullo, había sido condecorado con varias medallas.

Pero Lucas no quería decirle cuál era la verdadera razón por la que lo obligaba a casarse con Mariana. En el fondo sentía vergüenza de todo lo que había hecho y además no quería que esto se convirtiera en un escándalo. Mantenía la esperanza de que con ese matrimonio, todos sus problemas se solucionarían. Y no podía desaprovechar el hecho de que Mariana, estaba encaprichada con su hijo. Eso para Lucas, era la tabla de salvación que lo sacaría de la ruina.

Regresando a la fiesta de compromiso…

La sala estaba llena de risas y murmullos. Todos los invitados se reunieron alrededor de los futuros esposos, esperando el gran momento en que anunciaran la fecha de la boda. Rodrigo, el padre de Mariana, se puso de pie, atrayendo la atención de todos. Su mirada era seria, pero había un destello de orgullo en sus ojos. Se aclaró la garganta y el murmullo se apagó lentamente.

—¡Atención! Por favor, silencio, que ha llegado el momento que esperamos todos. Queridos amigos y familiares —dijo Rodrigo, dejando que su mirada recorriera a todos los presentes—. Gracias por estar aquí hoy en esta fecha tan especial para todos. Es un honor y un privilegio para mí anunciar oficialmente el compromiso de mi hija, Mariana De la Vega, con el señor Lorenzo Córdoba.

Los aplausos no se hicieron esperar; la algarabía de la gente se escuchó por todo el salón. Lucas, nervioso por la conversación que había tenido en la mañana con su hijo, observó su reacción. Lorenzo tenía una expresión tensa que reflejaba claramente su rechazo a ese compromiso. Sin embargo, al darse cuenta de que su padre lo observaba, trató de fingir una sonrisa, pero su mente estaba llena de dudas y preocupaciones. Solo quería escapar de allí. Mientras tanto, Rodrigo, ajeno a lo que pasaba, continuó su discurso con un brillo de orgullo y felicidad en sus ojos:

—Hoy no solo celebramos un compromiso, sino también el amor que ha crecido entre estos dos jóvenes. Y con mucha alegría, quiero anunciarles que la boda se realizará en tres meses. Por favor, alcen sus copas y brindemos por los futuros esposos.

—¡Bravo! —exclamaron los invitados al unísono.

Los aplausos continuaron, mientras todos levantaron sus copas. Se notaba la alegría de todos, pero en especial la expresión de alivio por parte de Lucas al ver que, por fin, se había fijado la fecha y su hijo Lorenzo no se había negado como tanto lo temía.

Lorenzo hizo la entrega del anillo a Mariana, enseguida todos exclamaron al unísono:

“¡Beso! ¡Beso!”

Lorenzo se acercó a ella y besó sus labios con frialdad. Sin embargo, Mariana, estaba tan feliz, que no paraba de sonreír, mientras Lorenzo hacía un esfuerzo por aparentar que estaba contento.

—Brindemos por el amor, la familia y el futuro que les espera a Lorenzo y Mariana —concluyó Lucas, levantando su copa con una sonrisa esperanzadora. Mientras Renata, la madre de Lorenzo, lo acompañaba con una expresión de felicidad que no cabía en su rostro. Era una mujer calculadora y superficial; sabía que esa unión consolidaría aún más la fortuna de su marido. Estaba ajena a lo que realmente estaba pasando con sus finanzas.

Lorenzo sentía que cada palabra que decía Rodrigo era como un peso que lo aplastaba. La idea de unirse en matrimonio, obligado por su padre, lo llenaba de angustia. A su lado, continuaba Mariana brillando de felicidad, completamente ajena a su lucha interna.

Los aplausos se escuchaban en todo el salón. La orquesta comenzó a tocar; la fiesta apenas comenzaba, pero Lorenzo se sentía cada vez más distante. Mientras todos celebraban, él solo quería escapar y encontrar un lugar donde pudiera respirar, lejos de las expectativas que lo hacían sentirse prisionero.

Renata estaba eufórica, miraba a Lorenzo como una inversión que la haría tener más de la opulencia y lujos de la que había disfrutado al lado de Lucas.

—Estoy tan feliz por ustedes dos —dijo Renata, acercándose a Mariana y abrazándola con calidez—. Este es el comienzo de una hermosa aventura.

Mariana sonrió, disfrutando de cada palabra, mientras Lorenzo se sentía como un espectador en su propia vida. La felicidad de Mariana contrastaba con su propia tragedia. No podía soportar la idea de fingir una sonrisa más, de seguir con esta farsa que lo mantenía atrapado.

Al ver la alegría de todos a su alrededor, Lorenzo sintió que el mundo se desvanecía. Era como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar. La presión de ser el hijo obediente, el prometido perfecto, lo aplastaba cada vez más.

En ese momento, tomó la decisión de abandonar la celebración. Se iría sin que nadie se diera cuenta; quería escapar de todos, especialmente del acoso de su padre. Salió por la puerta de atrás de la mansión y entró al garaje. Todo se veía oscuro. Encendió el motor y, cuando arrancó el Lamborghini, el motor rugió con fuerza. Salió de allí a toda velocidad, sin saber adónde iba. Solo necesitaba sentirse libre.

Después de conducir por mas de media hora, llegó a un bar de mala muerte. Pidió el primer trago, un whisky doble que se bebió de un solo golpe. Luego pidió el segundo, igual de fuerte. Se dio cuenta de que su celular no paraba de sonar. Al ver quién lo llamaba, se percató de que era Mariana. A los dos minutos, lo llamó su padre, y no podía faltar la llamada de Renata. Los tres estaban desesperados tratando de contactarlo, no lo encontraban en el salón, y ya lo habían buscado por toda la mansión. Los tres dejaron mensajes que Lorenzo ignoró, apagando el celular.

—Sírvame otro trago igual para llevar —le dijo al cantinero, pagando su cuenta. Se subió a su auto y arrancó a toda velocidad. Sentía que el whisky ardía en su garganta, pero no bastaba para quemar los recuerdos: las miradas de lástima cuando Renata entraba a las reuniones escolares fingiendo cariño, las noches en que su padre ni siquiera preguntaba cómo le había ido en la universidad… Lo único que les importaba era su estatus social, y él era el único al que usaban para sus propios intereses, sin importarles lo que estaba sintiendo.

Lorenzo no quería regresar a su casa esa noche. Conducía por una avenida algo solitaria y oscura. De pronto, el semáforo se puso en rojo, pero él, con la vista borrosa y la mente nublada por el alcohol, parpadeó sin entender. Sin pensarlo, pisó el acelerador, sintiendo cómo el motor rugía con fuerza.

En ese instante, un estruendo ensordecedor lo hizo frenar de golpe. El chirrido de los frenos se escuchó en el silencio de la solitaria avenida. Su corazón se detuvo por un momento, estaba pálido y frío. Enseguida miró por el retrovisor con horror. Un escalofrío helado recorrió su cuerpo al ver una figura encorvada tirada en medio de la avenida.

—¡No, no, no! —gritó, con su voz temblorosa, llena de horror y desesperación.

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