Capítulo 42

Un gruñido bajo. —¿Por qué demonios no?

Fruncí los labios, entrecerrando los ojos. Crucé un tobillo sobre el otro y me recargué en el escritorio con un aire de desafiante pereza. Mis movimientos eran suaves, despreocupados—pero era una máscara.

Ojos azules, salpicados con destellos de oro fundido,...

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