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Capítulo 1
POV Georgina
Visitar la tumba de papá era lo único que no podía posponer en mi semana. Ir hasta allí era mi manera de seguir hablándole, aunque ya no estuviera. Él fue mi héroe, mi refugio, el hombre que me enseñó a caminar con la cabeza en alto… hasta que se quebró.
Su muerte sigue siendo una herida abierta. Se quitó la vida cuando todo se vino abajo. Las malas decisiones, un socio traicionero, y un negocio que terminó por hundirlo. Perdió el dinero, el orgullo… y con eso, perdió también las ganas de seguir. Mamá se apagó con él. Y yo, sin tener a nadie que me salvara, terminé vendiendo mi cuerpo, aunque me costara admitirlo.
Tenía diecinueve. Una amiga de la universidad me ofreció un trabajo en un club. Al principio solo bailaba. Pero pronto entendí que había cosas que no estaban en el contrato, cosas que se negociaban en la oscuridad, en los privados. No era lo que quería. Pero no tenía elección. No cuando la nevera estaba vacía y las cuentas seguían llegando.
A veces uno no elige sobrevivir… solo lo hace.
Llegue al club como cada viernes mas temprano de lo habitual para prepararme.
Aquella noche todo se sentía distinto. No sabría explicar por qué. Había una energía rara en el aire, como si algo fuera a pasar. Algo importante.
El lugar estaba lleno. Teníamos una despedida de soltero, y yo sabía que sería una noche rentable. Me puse mi mejor conjunto de lentejuelas y sonreí como si todo estuviera bien. Mis compañeras y yo entramos como parte del espectáculo, envueltas en luces, humo, máscaras para cubrir nuestra identidad, y nos recibieron los gritos de hombres que creían que podían comprarlo todo.
Entonces lo vi.
El novio.
Cabello oscuro, ojos claros. Una mirada intensa que me hizo olvidar por un segundo quién era yo. Él no apartaba la vista de mi. Yo tampoco.
Me acerqué y lo besé. Lo hice por trabajo, sí. Pero algo se encendió en mí. Un fuego diferente. Me temblaron las piernas mientras devoraba esa boca dulce.
Sus amigos empezaron a aplaudir, a celebrar como orangutanes.
—Vamos a la habitación —susurré cerca de su oído.
No era lo habitual. Siempre eran ellos quienes pedían, muy pocas veces me había gustado tanto alguien, Pero algo en mí necesitaba tenerlo cerca, sentirlo.
Accedió mientras sus amigos le insistían.
Me llevó entre aplausos y silbidos, lo lleve a una de las habitaciones privadas, lo empujé sobre el sillón y me senté sobre el asegurándome de frotar mi pelvis un poco para lograr la erección.
Me besó el cuello con intensidad sacándome varios gemiditos, sus manos en mi cintura recorrían mis caderas, y lentamente metió sus manos bajo mi blusa para amasar mis senos.
—Siiii... Se siente bien —suspire levantando un poco la cabeza.
Me quite la blusa, todo sería como siempre, pero no, de la nada se detuvo, Me entrego la blusa y me bajo de su regazo con cuidado y susurró:
—Eres preciosa… pero no puedo.
Me quedé inmóvil. Nadie me había rechazado antes. Pero lejos de ofenderme, sentí una especie de alivio. Era la primera vez que un hombre me miraba con respeto.
—¿Puedo saber por qué? Si tienes problemas yo puedo ayudarte —mande mi mano a su masculinidad dispuesta a hacerle una felación.
Negó de inmediato, me agarró de la mano y la apartó de mi.
—No es por eso preciosa, créeme que desde que te vi, estoy a mil.
—¿Entonces? —Lo pregunté bajito, sin reclamar. Solo necesitaba entender.
—Te traje aquí porque si no lo hacía, mis amigos me molerían a burlas. Pero… estoy enamorado de mi prometida —suspiró, sirviendo dos tragos —Quiero serle fiel.
Sentí celos, no por él, sino por lo que ella tenía, Amor, una palabra que para mí era tan lejana como absurda.
Yo era solo un cuerpo bonito en una habitación de sombras, nunca nadie me amaría.
—Entonces tardemos un poco aquí dentro, para que no duden de ti —le dije, tomando la copa.
Lo observé de nuevo. Tenía cejas gruesas, una mandíbula definida, labios carnosos… y unos ojos verdes que me atravesaban sin pedir permiso. Era guapo. Sí. Pero también tenía algo más. Algo que no sabía cómo nombrar, pero que me hizo bajar la guardia.
—¿Quieres hablar? —preguntó con una sonrisa torcida.
Asentí. Mordiéndome el labio.
—¿Cómo te llamas?
—Salomé —respondí, usando mi nombre artístico. En ese mundo, nadie era quien decía ser.
—Ojalá no vengas por mi cabeza —bromeó.
Nos reímos. Él no me trataba como un objeto. Y eso, para mí, ya era todo.
Hablamos durante minutos eternos. Le conté un poco de mi historia. Nada muy profundo, pero lo suficiente para que entendiera que no todo era brillo y tacones. Por primera vez, sentí que alguien me escuchaba.
—A veces creo que no voy a poder con todo —confesé, bajando la mirada. En ese momento, no era Salomé. Era Georgina. Vulnerable. Rota.
Él me acarició la mejilla con una ternura inesperada.
—Vas a poder. Lo sé. No hay destino escrito. Y el tuyo… será hermoso.
Lo besé. Porque quise, porque lo necesitaba. Sus labios fueron suaves, distintos. Y cuando nos dejamos caer sobre la cama, supe que esa noche no se trataba de sexo. Se trataba de sentir.
Pero se detuvo.
—No puedo. No quiero que Antonia sufra, engañarla no es correcto.
Dijo su nombre. Antonia. La mujer que tenía su corazón. Yo no tenía nada que ofrecer frente a eso.
—No pienses en nada más. Solo este momento. Esto no es solo acostarse con alguien. Es… hacer el amor —susurre —Porque hoy se que todo cambiará para los dos.
Empecé bajando su cierre, estaba muy excitado, su polla estaba erecta, grande y gruesa.
Lo agarre con mi mano, empecé a subir y bajar para masturbarlo, no quería dejarlo ir.
El empezó a gemir y su cuerpo dejo de estar tenso, use un poco mi boca y eso lo enloqueció.
—¿Por qué me haces esto? —pregunto apartandome un momento.
—Siento una conexión —suspire
El me beso y asintió
—Yo también.
Le desabotoné la camisa. Lo deseaba. Él también me deseaba, lo sentía, levante mis brazos para que me quitara la blusa, pero antes tenía que quitarme la máscara.
—¿Hare el amor con Salomé o con tu yo real?
Entendí su pregunta, no era Salomé la que deseaba esto, era Georgina, así que me la quitaría.
Pero entonces, un golpe en la puerta nos sacó del hechizo.
Una mujer entró de golpe. He
rmosa, elegante. El tipo de mujer que siempre gana.
—¡¿Qué estás haciendo, José?!
—Antonia, puedo explicarlo…





























