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Capítulo 2

Me levanté de la cama de golpe. No podía dejar que él cargara con toda la culpa. Tenía que hacer algo, aunque no supiera exactamente qué.

—Señorita, no pasó nada. Él la ama —dije, con la voz entrecortada, tratando de sonar firme.

Estaba nerviosa. La escena era un caos, era obvio que algo estaba pasando, No era la primera vez que me veía envuelta en situaciones incómodas con parejas celosas, pero esta... esta era distinta. Porque, por primera vez, no era culpa del cliente, era mi culpa.

José había resistido y fui yo quien insistió en vivir este momento de pasión.

Ella avanzó hecha furia, con lágrimas en los ojos y una rabia que la consumía por dentro.

Me dio una bofetada que me dejó sorda por segundos, me jaló del cabello y me empujó al suelo. Sus uñas quedaron marcadas en mi mejilla, pero dolió más lo que gritó.

—¡Cállate, prostituta barata! Nadie quiere la opinión de una perra.

José intentó detenerla, contenerla, pero ella ya no escuchaba a nadie. Yo tampoco podía defenderme. Las reglas del club eran claras: no responder, no involucrarse, desaparecer sin hacer más ruido.

Mis amigas entraron para sacarme. Pero no me moví, no podía. Algo dentro de mí se resistía a irme sin saber qué iba a pasar con él.

—Quiero hablar con ella —insistí, casi suplicando—. Tal vez si me escucha, entienda que él no hizo nada.

El amigo de José, con ese rostro de arrogancia que dan los billetes y la impunidad, se me acercó con una sonrisa asquerosa y una cantidad de dinero en la mano.

—Fuera de aquí. Ya —ordenó, chasqueando los dedos mientras su mirada se detenía en mi escote.

—No me voy. Él no se merece esto —murmuré —Quiero ayudarlo.

Lo que recibí fue burla.

—Una mujer como tú solo sirve para bajarle la erección a un tipo como José con tu Boca o tetas, es la única manera en la que ayudas —rió, su risa retumbó como una ofensa directa a mi dignidad.

Lo miré, furiosa. Quería abofetearlo, callarle la boca de un solo golpe.

—¿Qué dijiste? —le pregunté, indignada mientras me alejaba de los amigas —Repitelo

Aquel hombre me miró con cinismo.

—¿Quieres más dinero? Vamos al baño y usa tu boca porque también necesito ayuda.

Me tomó del mentón con fuerza, Iba a besarme.

Pero Paola, mi amiga, me sostuvo de la mano con fuerza, yo preparaba mi mano para darle una cachetada, pero ella logró alejarme.

Tragué el orgullo, bajé la cabeza y salí. No sin antes mirar hacia la habitación. Necesitaba ver a José, quedarme con algo más que el recuerdo del beso. Lo último que vi fue a Antonia llorando, con el anillo en la mano. José negaba con la cabeza, visiblemente afectado.

Ya en la camioneta, el silencio pesaba. Hasta que Paola explotó.

—¡¿Estás loca?! ¿No viste cómo te miraba ese imbécil? —sus manos temblaban de rabia.

—¿Qué pasó afuera? ¿Cómo supo ella que estábamos ahí?

—Vino con amigas. El cerdo que te insultó la llamó y le inventó un drama. Creo que ella ya sospechaba algo. Entró directo. Y tú... debiste haberte ido.

Tenía razón. Pero no podía. No esta vez.

Llegue a casa.

Esa noche, me metí a la ducha. Dejé que el agua me cayera encima por minutos eternos, sin moverme. Llorar bajo la regadera era el último paso para saber que habías tocado fondo. Y yo lo había tocado.

Soñé con un mundo distinto. Con un José que me conocía en otro contexto. Uno donde yo no fuera Salomé. Uno donde no tuviera que quitarme la ropa para pagar la luz.

Luego fui a ver a mamá. Dormía, como siempre. Fui recogiendo los platos, limpiando un poco. Ella nunca preguntaba de dónde venía el dinero. Vivía atrapada en su dolor. Su historia de amor con papá fue tan intensa, que cuando él murió, se llevó la mitad de ella consigo. Y a mí... me dejó con la otra mitad.

A la mañana siguiente, hice ejercicio, como siempre. Marisol la dueña del bar, nos exigía estar en forma. Luego atendí a mamá. Le preparé el desayuno, la animé a bañarse, pero fue inútil. Ella ya no quería vivir. Yo no quería seguir sobreviviendo.

Presenté unos exámenes en línea. Todavía tenía esa ridícula esperanza de tener mi propia empresa algún día, estudiando administración de empresa.

En la noche volví al bar. Marisol me esperaba con los brazos cruzados y una mirada afilada. Claudia, mi eterna rival, ya le había contado todo.

—Crees que porque generas más ingresos te vas a salvar. Pero no, nena. Rompiste las reglas. Multa del veinte por ciento este mes.

Asentí, no discutí. Lo merecía, yo debo aceptar el no de José y este era mi castigo.

Esa noche vendría a tomar unos tragos “Leonel”, uno de los narcotraficantes más poderosos del país.

El y yo teníamos una relación intensa, el sexo con el era insuperable, me decía que hacerlo conmigo era como provocar un temblor.

Me había propuesto en varias ocasiones ser su esposa, dejar esta vida y ser su mujer y madre de sus hijos, no voy a negar que me veía tentada pero había algo oscuro en él. Algo que no me convencía de aceptar

Entonces llegó Paola, con un periódico en la mano.

—Tu Romeo se casa esta noche —dijo burlona, dejándome el diario en las manos.

Ahí estaba. En la sección de sociales. José y Antonia. Fotos, flores, glamour, el era un hombre importante, ella la hija de un empresario.

—Tengo que ir —murmuré, con la voz rota.

—¡Estás loca! Hoy viene Leonel. Marisol te quiere aquí.

—Solo quiero verlo, una vez, sacarlo de mi cabeza.

Paola suspiro, ella me apoyaba en mis locuras.

Y lo hicimos. Nos fuimos hasta la iglesia. Desde la acera de enfrente, lo vi salir. Ella lucía impecable. Él, elegante. Parecían felices. Pero... había algo en la mirada de José. Algo que no encajaba. Que decía que no todo estaba bien.

Entonces lo vi.

El hombre que lo abrazó.

Reconocí su rostro de inmediato. Nunca podría olvidarlo.

Lorenzo Manrique. El homb

re que arruinó la vida de mi padre. El que lo empujó al vacío. El verdadero culpable de mi historia.

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