48

Me acomodé y me tumbé a su lado.

—Vamos, monta mi cara, nena.

Ella pasó sus piernas por encima de mi cabeza y bajó su hendidura palpitante sobre mi boca. La lamí como un hombre muriendo de sed. Era el paraíso, luego sentí que agarraba mi pene. ¡Oh Dios! Su pulgar se deslizó fácilmente sobre la cab...

Inicia sesión y continúa leyendo