Capítulo 32. La mismísima jefa del infierno.

Dominic Ivankov

El rugido del motor del jet se desvaneció cuando aterrizamos en Moscú. Afuera, la madrugada aún se aferraba a la oscuridad, las luces de la pista parpadeaban como ojos observándonos en la neblina espesa.

No sentí nada.

Moscú no era mi hogar. No lo había sido en mucho tiempo. Mi h...