Capítulo 1 Su inocencia
Olivia Blake sintió que el mundo se le desmoronaba en cuanto vio a su padre cruzar la puerta. Sus manos temblaban mientras intentaba cubrirse con la sábana, el anillo de oro con el rubí aún brillando en su mano como una acusación silenciosa.
—¿Papá…? —su voz se quebró en el aire.
Pero Dereck no la escuchó. No quería escucharla.
Su mirada recorrió el cuarto, fijándose en las cortinas corridas, en la botella vacía en el suelo, en la cama revuelta… y en el cuerpo desnudo de su hija, marcado por moretones que él no se detuvo a interpretar.
Maia, detrás de él, se llevó una mano a la boca. Sus ojos idénticos a los de Olivia se empañaron de horror, pero tampoco habló. No se atrevió.
—¿Qué has hecho, Olivia? —escupió Dereck, avanzando como una sombra furiosa—. ¡¿Qué clase de hija se comporta así, a semanas de su compromiso?!
—Papá, yo… no fue… —intentó decir ella, sintiendo que el pánico la ahogaba.
Pero Dereck no quería explicaciones. Solo necesitaba un culpable que pudiera controlar.
—¡Eres una vergüenza! ¡Una deshonra! —rugió antes de que su mano se estrellara contra la mejilla de Olivia.
El golpe la lanzó de lado, haciendo que su visión se nublara. El dolor fue tan agudo que por un segundo dejó de respirar. El anillo cayó al suelo con un tintineo metálico.
—No… por favor… —susurró ella, con los labios temblorosos—. Me hicieron daño. No recuerdo… No fue mi culpa…
—¿Ahora te atreves a mentirme? —gritó él, levantando el brazo de nuevo.
Maia dio un paso adelante, pálida.
—Papá… tal vez deberíamos—
—¡Cállate, Maia! —tronó Dereck sin apartar la vista de Olivia—. Esta niña necesita aprender las consecuencias de sus actos.
El segundo golpe llegó sin aviso. Olivia sintió un sabor metálico en la boca, y un zumbido profundo comenzó a retumbar en sus oídos. Quiso levantarse, explicarse, gritar la verdad… pero su padre era un muro. Ciego. Implacable.
Lo peor no era el dolor.
Era la impotencia.
La certeza de que nadie la escucharía.
Maia temblaba.
Quería acercarse a su hermana.
Quería creerle.
Pero la sombra de su padre siempre había sido demasiado larga y demasiado oscura.
Dereck tomó a Olivia del cabello y la obligó a mirarlo.
—Reza para que ese hombre no hable —susurró con una calma peligrosa—. Porque si su familia exige explicaciones, ni siquiera yo podré salvarte.
Olivia lloró en silencio.
Él no sabía que no había habido un hombre que pudiera reclamarla.
Él no sabía que había sido una presa, no una amante.
Él no sabía que quien le hizo daño no buscaba placer, sino algo más.
El anillo de oro con rubí seguía en el suelo.
Brillando.
Observando.
Como si perteneciera a un secreto demasiado grande para revelarse aún.
Un secreto que pronto empezaría a desenterrarse.
Un secreto que cambiaría todo.
El silencio tras el último golpe era pesado. Olivia apenas podía abrir los ojos; la mejilla le ardía y tenía sabor a sangre.
Entonces Maia dio un paso al frente.
Su rostro mostraba falsa preocupación: ojos húmedos, voz temblorosa, manos inquietas. Una actuación perfecta para su padre.
—Papá… no seas tan duro con ella —murmuró—. Recuerda que… ella no creció con nosotros. Tal vez no sabe cómo comportarse en una familia como la nuestra.
Las palabras la atravesaron.
¿Maia insinuaba que su origen explicaba “su comportamiento”?
¿Que era una vergüenza desde el principio?
Maia sonrió apenas, oculta bajo una expresión dulce.
—No es tu culpa, hermana —dijo, arrodillándose junto a la cama—. Solo… te dejaste llevar por alguien que no te valora.
—Maia… yo no… —balbuceó Olivia.
Pero Maia no la dejó hablar. Le apretó el hombro con fuerza, como una advertencia.
—Shhh. No inventes excusas. Todos cometemos errores.
Dereck pareció calmarse, no por compasión, sino porque las palabras de Maia encajaban perfectamente con lo que él quería creer.
—¿Lo ves, Olivia? —dijo frío—. Incluso tu hermana lo entiende. Ya no eres una cualquiera. Eres una Blake. Compórtate como tal.
Olivia sintió que se le venía el mundo encima.
—Papá… yo… fui… —intentó recordar, aferrándose a los pocos fragmentos—. Me hicieron daño. No estaba consciente…
Maia ladeó la cabeza. Por un instante, Olivia vio la verdad en sus ojos:
estaba disfrutando verla hundirse.
—Olivia —dijo con dulzura falsa—, seguro estás confundida por el alcohol. Tú entraste aquí voluntariamente. Nadie te obligó.
Fue peor que un golpe.
—No… eso no es… —intentó decir.
Maia le tomó la mano, apretándola con fuerza casi dolorosa.
—Estás asustada. Quédate callada —susurró para que solo ella la oyera—. Ya te hundiste bastante.
Un escalofrío atravesó a Olivia.
Maia se levantó y volvió junto a su padre, actuando como la hija perfecta.
—Papá, perdónala. Yo hablaré con ella. Cambiará, lo prometo.
Dereck asintió orgulloso, convencido de que Maia era la única cuerda.
Olivia quedó en el suelo, temblando, humillada, atrapada entre la dureza de su padre y la maldad silenciosa de su hermana.
Sola.
Sin fuerzas para defenderse.
Sin memoria clara para probar la verdad.
Entonces vio algo brillar cerca de su mano.
El anillo de oro con el rubí.
Su única pista.
Lo tomó con manos temblorosas.
Algún día… cuando encontrara al dueño de ese anillo…
la verdad saldría a la luz.
Incluso si para entonces ella ya estuviera completamente rota.
