CAPÍTULO 3

La desesperación se había apoderado de mí, y sabía que necesitaba hacer algo. Mi decisión fue instantánea e impulsiva. Necesitaba reconectar con mi naturaleza de hombre lobo, la que siempre había estado allí para protegerme a mí y a mis hijos. La luna, en esa noche especial de Luna Azul, parecía llamarme, y decidí seguirla.

Salí corriendo de la casa, descalza, encontrando el camino hacia el bosque. Cada paso que daba me acercaba más a la oscuridad del bosque, pero no sentía miedo. Mi necesidad de encontrar a mis hijos superaba cualquier temor que la oscuridad pudiera evocar. Sabía que necesitaba recuperar la fuerza que me permitiría enfrentar lo desconocido y traer a mis hijos de vuelta a casa.

Caminé hacia el bosque, guiada por el resplandor de la luna, hasta que encontré un pequeño arroyo que serpenteaba entre los árboles. La luna estaba alta en el cielo, su luz se reflejaba en las aguas tranquilas del arroyo. Era un lugar tranquilo y mágico, un lugar al que a menudo venía para encontrar paz y reflexión.

Cerrando los ojos, respiré hondo y dejé que la tranquilidad del lugar se apoderara de mí. Era el momento de reconectar con la Diosa de la Luna, la entidad que siempre representaba la esencia de mi transformación en hombre lobo. La luna en esa noche especial era un símbolo de mi renacimiento, de mi redescubrimiento.

Comencé a rezar, en un susurro suave, pidiendo ayuda a la Diosa de la Luna, para restaurar la conexión que había perdido.

Cerrando los ojos, comencé a rezar en silencio, buscando esa conexión que una vez fue tan fuerte. «Diosa de la Luna, te suplico tu ayuda. Por favor, muéstrame el camino, guíame en este tiempo de oscuridad. Necesito encontrar a mis hijos; necesito encontrar a mi lobo interior.»

Sin embargo, algo extraño sucedió. Sentí una barrera, como si la Diosa hubiera negado mi oración. Era como si ella estuviera rechazando la conexión entre nosotras, y el rechazo era casi físico, como un empujón.

Me sentí débil y vacía, perdida entre las sombras del bosque. La luna sobre mí parecía distante, y me pregunté si mi lobo interior estaba perdido para siempre. Mi desesperación creció, y sabía que no podía rendirme, no cuando mis hijos dependían de mí.

Decidí arrodillarme, como un último acto de desesperación, y miré la luna una vez más, suplicando con toda la fuerza que me quedaba. «Diosa de la Luna, por favor, ayúdame. No tengo a nadie más a quien recurrir. Mi lobo interior está perdido, y mis hijos están en peligro. Haré cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa, para recuperarla. Por favor, ayúdame.»

No sabía qué esperar, pero estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio para recuperar a mi lobo interior, para poder usar mi fuerza y encontrar a mis hijos. La luna brillaba intensamente, y entonces algo sorprendente sucedió.

Una sensación de calidez y luz comenzó a extenderse por mi cuerpo, como si la luna misma me estuviera abrazando. Una voz susurró suavemente en mi mente, una voz que resonaba con la sabiduría y serenidad de la Diosa.

—Has olvidado quién eres, Feroz. Tu lobo nunca te abandonó, pero tú la negaste. Ella sigue ahí, esperando por ti.

Un recuerdo surgió, inundando mi mente como un torrente de emociones. Fue la última vez que me transformé, un momento que había suprimido, bloqueado, porque dolía demasiado. Fue cuando Hunter, el padre de mis hijos, rompió mi corazón, dejando atrás el rechazo y la traición que aún resonaban en mi pecho.

El dolor de esa despedida me había hecho prometerme a mí misma algo que había olvidado: nunca más me permitiría ser vulnerable. Para mantener esa promesa, había enterrado a mi lobo interior, asfixiándola y negándola. Y ahora, estaba cosechando las consecuencias de esa decisión.

Las lágrimas inundaron mis ojos mientras el recuerdo del dolor, la traición y la decisión que tomé ese día resurgían. Me había cerrado para proteger mi corazón, pero al hacerlo, también había perdido una parte vital de mí misma. Ahora sabía lo que necesitaba hacer.

—Diosa de la Luna, gracias —murmuré, con la voz entrecortada—. Gracias por mostrarme el camino.

La respuesta de la Diosa fue una calidez reconfortante que comenzó a extenderse por mi cuerpo. Sabía que mi viaje apenas comenzaba, pero ahora tenía una dirección. Tenía que enfrentar el pasado, el dolor y la decisión que me llevó a perder a mi lobo interior.


La mañana siguiente llegó con un cielo nublado, pero la decisión estaba tomada. Necesitaba hacer lo que la Diosa de la Luna me había guiado a hacer, y eso implicaba regresar a mi pasado, enfrentar los recuerdos dolorosos que había enterrado y desentrañar el misterio que parecía estar relacionado con mi capacidad de transformarme en hombre lobo. Empaqué algo de ropa y la cargué en mi coche.

La acción inesperada no pasó desapercibida. Mi vecina, Meg Stuart, estaba afuera, observando con curiosidad mientras metía mis cosas en el coche.

Meg se acercó, sus ojos inquisitivos no se perdían ni un detalle. Era conocida por su lengua afilada y su sed de chismes, y sabía que no podría evitar sus preguntas. Tomando una respiración profunda, me preparé para enfrentarla.

—Feroz, ¿todo está bien? —preguntó Meg, con una expresión falsamente preocupada en su rostro.

Respiré hondo y respondí—. Tan bien como puede estar, Meg. La situación es difícil.

Ella inclinó la cabeza, claramente curiosa, y preguntó—. ¿A dónde vas? No creo que sea una buena idea irte mientras las investigaciones están en curso.

Sabía que necesitaba una buena excusa, algo que no levantara sospechas—. Mis padres me invitaron a pasar un tiempo con ellos en Denver, Colorado. Creen que sería bueno para mí alejarme un tiempo hasta que las cosas se calmen aquí.

La mentira salió fácilmente de mis labios, y me pregunté si Meg la creería. Sin embargo, mis padres eran solo una tapadera. Yo era huérfana, criada por la manada de Alastair, y mi verdadero origen era un secreto que guardaba bajo llave.

Los ojos de Meg se abrieron de sorpresa—. ¿Denver? Es un viaje largo en coche, Feroz. Te llevará más de un día llegar allí.

Cerré la puerta del coche, sabiendo que no podía prolongar la conversación—. Sí, Meg, pero creo que es exactamente lo que necesito. Distraer mi mente y tratar de encontrar algo de paz. Tal vez deberías intentar algo similar en lugar de preocuparte tanto por la vida de los demás.

Meg abrió la boca pero parecía no encontrar palabras para responder. Simplemente sacudió la cabeza, aún sorprendida por mi respuesta, y se alejó, aparentemente sin saber qué hacer con mi comportamiento inesperado.

Una vez que Meg estuvo fuera de vista, me subí al coche, encendí el motor y comencé a conducir hacia mi pasado, el lugar donde todo comenzó, donde mi lobo interior había sido asfixiada. Sabía que este viaje estaría lleno de desafíos, secretos dolorosos y confrontaciones difíciles, pero era el único camino que podía recorrer.

Estaba lista para enfrentar mi pasado porque, más que nunca, mis hijos dependían de mí, y haría lo que fuera necesario para recuperarlos.

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