Capítulo 3 El Pacto de Sombras
El silencio se instaló entre nosotros, un silencio pesado y cargado de un significado que me abrumaba. La luz de la luna, filtrándose por las grandes ventanas de la suite, apenas iluminaba el rostro de Damon. Era un hombre hecho de sombras, y yo, su rehén de la luz. Su oferta resonaba en mis oídos: venganza a cambio de mi sumisión.
Mi mente corrió a toda velocidad. Venganza. Una palabra tan poderosa que me hacía temblar. El rechazo de Lycan no solo me había arrebatado un futuro, sino que también había destruido mi familia. Mi padre, un hombre orgulloso y bondadoso, murió de un corazón roto. Mi madre, una mujer fuerte, se consumió en la enfermedad. La manada, a la que llamaba hogar, se volvió una prisión de desprecio.
Y ahora, el Alpha Supremo, el hombre más poderoso de la tierra, me ofrecía la oportunidad de hacerles pagar.
—¿Por qué yo? —pregunté, mi voz era apenas un susurro. La pregunta flotaba en el aire, desesperada y llena de duda. —¿Qué te hace pensar que una omega rechazada puede ayudarte?
Damon se acercó, su mirada oscura se clavó en la mía, y el instinto de mi omega me hizo retroceder un paso. Pero él, en un gesto que me sorprendió, se detuvo. Respetó mi espacio, una muestra de poder y control que no esperaba.
—Porque la humillación es el combustible más fuerte, Elara —dijo, su voz era un murmullo profundo—. Tu corazón roto es más afilado que cualquier cuchillo. Lycan te subestimó, y esa es su mayor debilidad. Él no verá venir tu venganza, pero yo sí. Y juntos, lo haremos pagar.
La idea era tentadora. Me imaginé de pie, fuerte y segura, mientras Lycan, el gran alfa que me había humillado, se arrodillaba ante mí. La fantasía era tan dulce que casi me hizo olvidar la trampa que Damon me estaba tendiendo. Él quería algo de mí, y no era solo mi voluntad. Su plan era más profundo, más complejo.
—¿Y si me niego? —pregunté. La amenaza de su respuesta me hizo temblar, pero tenía que saberlo. Tenía que saber si tenía una salida.
Una sonrisa amarga se formó en sus labios. —Te irás. Te devolveré tu vida, tu club, tus rutinas. Pero siempre vivirás con el recuerdo de la oportunidad que dejaste escapar. De que tuviste el poder de la venganza en la palma de tu mano, y lo dejaste ir. Y un alfa como Lycan no se detendrá hasta encontrar a su omega. Y cuando lo haga, te arrepentirás de no haber aceptado mi protección.
Sus palabras eran una daga. Él sabía de mi vulnerabilidad. Lycan, con su poder y su orgullo herido, no me dejaría en paz. Él era un alfa, y un alfa siempre obtiene lo que quiere. Si no era su compañera, sería su propiedad, una forma de demostrar su poder y control sobre el linaje de los omegas.
—¿Qué quieres a cambio? —pregunté, la resignación en mi voz era palpable.
Damon caminó hacia una botella de whisky que había sobre una mesa de vidrio y se sirvió un vaso. La luz de la luna rebotaba en el líquido ámbar. —Quiero tu voluntad, Elara. Quiero que me dejes entrar. Quiero que te dejes guiar. La venganza es un juego de ajedrez, y quiero que seas mi reina. La pieza más importante de la partida. Y una reina no puede ser una pieza débil. Necesitas ser fuerte, y yo te haré fuerte.
Él no estaba pidiendo solo mi cuerpo, mi tiempo o mis habilidades. Él estaba pidiendo mi alma. Mi pasado. Mi futuro. Mi vida. Me estaba pidiendo que renunciara a la única cosa que me quedaba: mi independencia. Y sin embargo, la oferta era demasiado tentadora para resistirla. Tenía miedo, pero también tenía sed de venganza, y mi deseo era un arma de doble filo.
—Acepto —dije, y mis palabras llenaron la habitación.
El hombre de las sombras se dio vuelta, sus ojos oscuros me miraron, y una sonrisa de triunfo se dibujó en su rostro. Pero esta vez, la sonrisa no era de burla, sino de satisfacción. Se acercó a mí, y esta vez, el instinto de mi omega no me hizo retroceder. En cambio, me quedé quieta, esperando su próximo movimiento.
—Una última cosa —murmuró, su voz era tan baja que apenas pude escucharla—. En este juego, no habrá reglas. No habrá segundas oportunidades. No habrá misericordia. Te haré mía, Elara, y te prometo que nunca te arrepentirás.
Y con esas palabras, el trato estaba sellado. El hombre de las sombras y la omega de la luz. Dos almas rotas, unidas por la venganza. Pero el camino que nos esperaba era oscuro, y no tenía ni idea de a dónde nos llevaría.














































