Capítulo 7 Dolor

El dolor fue lo primero que recordé. No un dolor físico, sino uno más profundo, el tipo que nace cuando algo dentro de ti se desgarra para dar paso a lo desconocido. La tierra bajo mis dedos estaba húmeda, fría. El aire olía a lluvia, a hierro y a luna. Abrí los ojos, y el mundo había cambiado.

Mi visión era más nítida, casi insoportable. Podía distinguir el temblor de las hojas en los árboles más lejanos, el murmullo del agua corriendo bajo la tierra, los latidos de criaturas escondidas entre las sombras. Pero lo que más me estremeció fue el sonido de un corazón… el suyo.

Damon estaba cerca.

—Respira —su voz resonó detrás de mí, grave, poderosa, envolvente—. No luches contra ello.

Me incorporé con dificultad. El vestido blanco que Evelyn me había dado estaba destrozado, convertido en jirones. Mis manos… no, mis garras, aún conservaban rastros de tierra y sangre. Temblé. Sentía mi cuerpo distinto, más fuerte, más salvaje. Cada fibra de mi ser vibraba con una energía que no comprendía.

—¿Qué me hiciste? —jadeé, mi voz temblaba entre furia y miedo.

Damon emergió de entre los árboles, su silueta bañada por la luz de la luna. Llevaba una camisa negra abierta hasta el pecho, y su mirada era la de un depredador satisfecho.

—No te hice nada que la luna no quisiera —respondió, acercándose—. Ella te eligió. Solo fui su instrumento.

Retrocedí un paso, tropezando con una raíz. —Mentira. Dijiste que me prepararía, no que me convertirías en esto.

—Esto —repitió él, inclinando la cabeza—. Esto es poder, Elara. Lo que siempre debiste ser. Una omega con el alma de una alfa.

Su voz era un ancla en medio del caos, y eso me aterraba más que cualquier transformación. Porque una parte de mí quería creerle. Sentía la fuerza correr por mis venas, una energía que me hacía querer correr, gritar, dominar el bosque. Pero también… algo más. Algo que ardía en el pecho y que solo se calmaba cuando él estaba cerca.

—No lo entiendo —susurré—. ¿Por qué yo?

Damon se detuvo frente a mí. Tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo mezclado con el frío de la noche.

—Porque la luna rota no elige a cualquiera. El equilibrio necesita caos… y tú eres mi caos, Elara.

Sus palabras me estremecieron. Su mano se alzó lentamente, y, aunque mi instinto gritó que me apartara, no pude moverme. Rozó mi mejilla con la yema de los dedos, y la electricidad volvió, feroz, ardiendo por mi piel.

—Tus ojos —murmuró, con una mezcla de fascinación y deseo—. Ya no son los mismos.

Me aparté, confundida, y busqué un reflejo en el arroyo cercano. Lo que vi me heló la sangre: mis ojos brillaban con un tono plateado, como si la luna se hubiera escondido en mis pupilas.

—¿Qué significa esto? —pregunté, girándome hacia él.

—Significa —respondió con calma— que la luna te reclamó. Eres la primera de tu linaje en siglos que logra sobrevivir a la marca.

—¿Sobrevivir? —repetí, horrorizada.

Él sonrió apenas. —La mayoría muere en el intento. Tu cuerpo soportó lo que otros no.

Di un paso hacia atrás. —Entonces… ¿me usaste?

El silencio cayó entre nosotros, espeso. Los grillos dejaron de cantar, el viento pareció detenerse. Damon me miró, y por un instante, su mirada perdió su dureza.

—No, Elara. Te salvé. Sin mí, esa energía te habría consumido.

No sabía si creerle. Pero cuando su mano rozó mi muñeca, mi pulso se calmó de inmediato. Era como si algo en él anclara mi caos. Mi respiración se volvió regular, y por un momento, el miedo cedió ante una sensación más peligrosa: el deseo.

Sus labios estaban tan cerca que podía sentir el roce de su aliento.

—Damon… —susurré.

—No digas mi nombre así —murmuró él, cerrando los ojos como si esa palabra lo desgarrara.

—¿Así cómo? —pregunté, apenas audaz.

—Como si lo desearas.

Y antes de que pudiera responder, me besó.

El mundo explotó. No fue un beso suave ni tierno, sino una colisión de fuego y oscuridad. Su boca reclamó la mía con hambre, con furia contenida. Mi cuerpo respondió sin permiso, encendiéndose bajo su toque. Sentí la luna dentro de mí, latiendo, empujando, fusionando nuestros corazones por un instante.

Cuando se separó, su respiración era tan errática como la mía.

—Esto no debería pasar —murmuró, mirando el suelo—. Un Alfa Supremo no puede unirse a una luna rota. Es… peligroso.

—Entonces aléjate —dije, aunque mis palabras carecían de convicción.

—No puedo —confesó, casi en un suspiro—. Y tú tampoco.

Su mirada era una tormenta. Quise gritarle, golpearlo, odiarlo. Pero en lugar de eso, una lágrima me resbaló por la mejilla. Damon la atrapó con su pulgar, y esa simple caricia rompió algo dentro de mí.

—Eres fuego, Elara —susurró—. Y yo soy la ceniza que te seguirá siempre.

El silencio volvió a envolvernos. El viento comenzó a soplar con fuerza, trayendo un aullido lejano desde el norte. Damon levantó la cabeza, su cuerpo se tensó.

—¿Qué fue eso? —pregunté.

Su rostro se endureció. —Lycan.

El nombre fue un golpe directo al pecho. Sentí un escalofrío recorrerme.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sentirías tú también, si no estuvieras tan distraída conmigo —dijo con una sonrisa amarga—. El vínculo entre ustedes nunca se rompió por completo.

Mis manos temblaron. —No… no puede ser.

—Él te busca, Elara. Sabe que despertaste. Y no lo hace por amor. Lo hace porque la luna rota ahora le pertenece a otro.

Me giré hacia el bosque, intentando distinguir algo entre las sombras. El aire se había vuelto más denso, más pesado. Un olor familiar, antiguo, se filtró entre los árboles: el olor de mi pasado, del alfa que me había rechazado.

—Damon… —empecé a decir.

—No temas —interrumpió él, acercándose por detrás y rodeándome con sus brazos—. Si Lycan cruza esta tierra, firmará su sentencia.

—No quiero más sangre —susurré.

—Y sin embargo, la luna la exige. —Su voz se volvió un murmullo en mi oído—. Esta guerra no empezó contigo, pero terminará en tus manos.

Me giré para mirarlo, buscando alguna verdad en su mirada. Pero lo que vi me asustó más que cualquier enemigo: miedo. El Alfa Supremo, el hombre que dominaba imperios y manadas, tenía miedo.

—¿De qué temes, Damon? —pregunté.

Él guardó silencio unos segundos, antes de responder con voz baja. —De perderte antes de que el equilibrio se cumpla.

Su confesión me desarmó. Por un instante, quise creer que detrás de su poder y oscuridad había algo humano. Pero entonces, un rugido resonó tan cerca que la tierra tembló bajo nuestros pies.

Damon me empujó hacia atrás, sus ojos brillando con un fulgor dorado.

—Vuelve a la mansión. Ahora.

—¿Qué pasa?

—No preguntes. Corre.

El rugido volvió, más cerca, más salvaje. Y en medio del bosque, una sombra enorme se movió entre los árboles. Mis instintos me gritaron que huyera, pero mis piernas no respondían.

Damon se transformó ante mis ojos. Su cuerpo se expandió, sus huesos crujieron, su piel se cubrió de un pelaje oscuro como la noche. Donde había estado un hombre, ahora se erguía un lobo colosal, de ojos dorados y colmillos centelleantes bajo la luna.

Y justo antes de que la sombra entre los árboles emergiera, otro par de ojos —azules, helados, imposibles de olvidar— apareció entre las ramas.

Lycan.

Mi respiración se detuvo. Damon gruñó, el suelo tembló bajo su peso. Dos alfas, dos pasados, dos destinos chocando bajo la luna rota.

Y yo, en medio de ellos, con la marca ardiente en mi piel, comprendí que no había retorno.

La guerra apenas comenzaba.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo