Capítulo treinta y ocho.

Un encuentro que incendió el alma.

Daniel, con los ojos fijos en la multitud, la vio. Era Leticia. Bailaba con una gracia que le robó el aliento, su cabello oscuro rebotando con cada movimiento, la luz de las linternas de papel brillando en su rostro sonriente. Parecía tan viva, tan libre. Pero...

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