Capítulo 2

Megan se paseaba nerviosa por su habitación, repasando una y otra vez el plan en su cabeza. La idea de escapar con Mark era la única forma que veía para evitar el matrimonio con Merco, un destino que sentía que la encadenaría para siempre. Mark, aunque de orígenes modestos, era el único con quien podía imaginar un futuro lleno de amor y libertad. Juntos lo habían decidido: esa misma noche huirían y empezarían una nueva vida lejos de las expectativas sofocantes de su familia.

Mientras hacía su maleta en silencio, tratando de no hacer ruido, la puerta de su habitación se abrió de golpe. Su madre estaba allí, mirándola con una mezcla de decepción y fría determinación. Megan sintió que el aire se le escapaba, como si su secreto hubiera sido descubierto sin previo aviso.

—¿Qué estás haciendo, Megan? —preguntó su madre, con la voz cargada de autoridad.

Megan se quedó paralizada. El plan, su única esperanza, se desmoronaba ante sus ojos.

—Mamá, yo... —intentó hablar, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta.

—Lo sé todo —interrumpió su madre, avanzando con pasos lentos pero firmes hacia ella—. Sé que planeabas fugarte con ese chico, Mark. ¿De verdad pensaste que podrías escapar sin que lo supiera?

Megan tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza. Estaba claro que no habría espacio para mentiras o evasivas.

—Mamá, por favor... —dijo finalmente, con la voz quebrada—. No quiero casarme con Merco. No lo amo. Mark es quien me hace feliz. No puedes obligarme a esto.

Los ojos de su madre se endurecieron. Parecía haber esperado ese argumento, pero su decisión ya estaba tomada.

—No te estoy pidiendo que entiendas, Megan. Te estoy diciendo que lo harás. Este matrimonio no se trata solo de ti. Es nuestra única salvación. Si no te casas con Merco, perderemos todo lo que hemos construido. Tu padre y yo lo hemos dado todo por esta familia.

Megan sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. El peso de la responsabilidad la aplastaba, pero su amor por Mark era lo único que la mantenía firme.

—No me importa el dinero ni la empresa —suplicó, acercándose a su madre con lágrimas en los ojos—. ¡Por favor, mamá! Déjame ser feliz. No puedes pedirme que sacrifique mi vida por algo que no significa nada para mí.

Su madre la miró con frialdad, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Tu felicidad no es lo único que importa aquí, Megan. Hay cosas más grandes que tus deseos. Lo que está en juego es el futuro de nuestra familia. Y si piensas que puedes escaparte con ese chico, estás muy equivocada.

Megan cayó de rodillas frente a su madre, desesperada. Nunca había imaginado que llegaría a este punto, rogando por su libertad.

—Por favor... —murmuró entre lágrimas—. No me hagas esto. Te lo suplico.

Pero su madre permaneció inquebrantable, sin un atisbo de compasión en su rostro.

—Megan, esto no es una cuestión de elección. No te casaras por amor, sino por deber. Y no permitiré que te escapes con ese chico de baja categoría. Mañana mismo, hablaré con Merco para avanzar con los preparativos de la boda.

Megan sintió cómo el mundo se le venía abajo. Suplicar no había servido de nada. Sabía que su madre era estricta, pero nunca imaginó que pudiera ser tan despiadada. La realidad la golpeó con fuerza: su destino estaba sellado, y su amor por Mark no sería suficiente para cambiarlo.

Mientras su madre salía de la habitación, cerrando la puerta tras ella, Megan cayó al suelo, abrazando sus rodillas. La desesperación se apoderó de ella. Sabía que esa noche no habría escapatoria.

La boda transcurrió en un silencio incómodo, como una ceremonia vacía de significado para Megan. La música suave, las sonrisas forzadas de los invitados y los votos que ella no pronunció resonaban en su mente como un eco lejano. No había sentido de celebración en su corazón, solo una angustia profunda que la envolvía cada vez que miraba a Merco. Él era un extraño para ella, y esa distancia la hacía sentir aún más atrapada. Durante la fiesta, sus padres brindaban y celebraban como si el matrimonio fuera una victoria, ignorando por completo el dolor que Megan sentía por dentro.

Merco, por su parte, había tratado de ser cortés, entendiendo que ambos estaban en una situación incómoda. Pensaba que la frialdad de Megan era simplemente el resultado de ser dos desconocidos empujados hacia un destino compartido, y que con el tiempo, podrían aprender a conocerse mejor. Creía que, con paciencia, las cosas podrían mejorar entre ellos.

Sin embargo, esa noche, después de que los últimos invitados se despidieran y la música se desvaneciera, todo cambió.

En la mansión de Merco, el aire era pesado. Megan permanecía rígida mientras él la llevaba a la habitación principal, donde ahora, como marido y mujer, compartían el mismo espacio. Merco, todavía intentando romper el hielo, la miró con una mezcla de gentileza y expectación.

—Megan —dijo con voz suave—, sé que este matrimonio ha sido repentino para ambos, y entiendo que estés incómoda. Pero quiero que sepas que no espero nada que tú no quieras. Solo espero que podamos... comenzar algo juntos.

Se acercó lentamente, intentando acercarse a ella con delicadeza, pero la tensión entre ambos era palpable. Cuando posó suavemente una mano en su hombro, Megan se apartó bruscamente, el pánico evidente en sus ojos.

—No... no puedo hacerlo —murmuró, su voz temblando.

Merco retrocedió, sorprendido por su reacción. No entendía qué estaba pasando.

—Megan, no tienes por qué temerme. No quiero hacerte daño —dijo con sinceridad.

Fue entonces cuando Megan no pudo más. Las emociones reprimidas, la presión, el dolor y la culpa de haber estado obligada a todo aquello, explotaron dentro de ella. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas mientras lo miraba directamente a los ojos.

—No lo entiendes, Merco. Yo... no quería casarme contigo. No fue mi decisión. Mis padres me obligaron —confesó, su voz quebrándose con cada palabra—. Ellos me amenazaron con que si no lo hacía, perderíamos todo. No tuve elección...

Las palabras de Megan cayeron como un martillo sobre Merco. El desconcierto y la confusión se transformaron rápidamente en una furia contenida. Su mirada se endureció mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Toda la idea de que su matrimonio había sido forzado, que Megan había sido manipulada para estar con él, lo llenó de una profunda indignación.

—¿Obligada? —repitió, su voz volviéndose más fría, con un tono que nunca había usado antes—. ¿Tus padres te obligaron a casarte conmigo para salvar su maldita empresa?

Megan asintió, sintiéndose más pequeña ante la creciente furia de Merco.

—Yo... no quería hacer esto, Merco. Lo siento. No te mereces esto.

Merco apretó los puños, la ira ardiendo en su interior. Había sido utilizado. Toda su vida había estado llena de manipulaciones empresariales, pero nunca había imaginado que su propio matrimonio sería otra pieza en el juego de poder de alguien más. Se sentía traicionado, humillado.

—No puedo creerlo —murmuró entre dientes, dándose la vuelta para no mirar a Megan mientras trataba de controlar su enojo—. Pensé que, aunque esto no fuera fácil, podríamos intentarlo. Pero resulta que todo esto fue solo una estrategia... Usaron a su propia hija para salvar sus intereses, y ahora yo soy parte de su maldito plan.

Megan se sintió devastada por sus palabras, sabiendo que no podía culparlo. Todo era cierto. Merco tenía todo el derecho a estar enfadado, y ella no sabía cómo arreglarlo. Su propio sufrimiento no borraba el hecho de que él también había sido víctima de esta situación.

—Lo siento —repitió, susurrando—. No quería que las cosas fueran así.

Merco la miró, su expresión dura, pero en sus ojos había algo más que ira: decepción. Se quedó en silencio un momento, intentando procesar lo que todo esto significaba.

—Megan, no quiero que me pidas disculpas. Quiero que me digas qué vas a hacer ahora. Porque, si este matrimonio no significa nada para ti, no veo el punto de seguir con esta farsa.

Megan no supo qué responder. En su interior, también se sentía atrapada, pero no podía negar que lo que más deseaba era recuperar su libertad. Pero esa misma libertad ahora parecía más lejana que nunca.

La mansión de los padres de Megan estaba envuelta en silencio cuando Merco llegó con ella. El trayecto había sido tenso, con ambos sumidos en sus pensamientos. Megan, con la mirada baja y los nervios a flor de piel, sabía que la situación había alcanzado un punto sin retorno. Por otro lado, Merco no había dicho una palabra desde que ella le confesó la verdad, y la ira contenida en su semblante hablaba más que cualquier reproche que pudiera haberle lanzado.

Al llegar, Merco salió del coche y caminó directamente hacia la entrada, con Megan siguiéndolo, todavía aturdida por lo que estaba por suceder. El ambiente frío de la mansión, tan diferente del calor familiar que solía sentir en su hogar, ahora parecía opresivo. Tan pronto como cruzaron la puerta, los padres de Megan se presentaron en la sala principal, sorprendidos al verlos regresar tan pronto después de la boda.

—Merco, Megan... ¿qué están haciendo aquí? —preguntó su madre, con una leve sonrisa nerviosa.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo
Capítulo anteriorSiguiente capítulo