


Capítulo 3: Salvador
Mareada, cansada y con pasos titubeantes, Kara caminaba en medio de la oscura y solitaria calle, puesto que no tenía un lugar a dónde ir, y por nada del mundo regresaría a esa casa, al menos no esa noche, ya que sí tenía que ir a buscar sus pertenencias.
Kara lloraba al imaginarse a esa mujer en su cama, acostada junto a su prometido, mientras ella estaba desamparada y sin un lugar dónde refugiarse.
—¡Miren lo que me encontré! —vociferó un hombre con sorna. Ella, quien se sentía desorbitada debido a la borrachera, tuvo que mirar varias veces a su alrededor para poder darle forma a quien le había hablado.
—Señor, ayúdeme, por favor… —suplicó, porque sentía que ya no podía sostenerse sobre sus pies.
—¡Por supuesto que te voy a ayudar, preciosa! ¿Verdad, muchachos? —respondió él con tono sarcástico.
En ese instante, ella fue rodeada por un grupo de hombres, a quienes veía borroso. Y, aunque en ese momento no estaba en sus cinco sentidos, entendía que ellos no tenían buenas intenciones.
—No me hagan daño, por favor —suplicó, pero los extraños solo se burlaron de ella mientras la acorralaban.
No sabía de dónde había sacado fuerzas, pero se dio a la huida, aunque pronto fue atrapada por los vándalos, quienes la lanzaron al duro pavimento sin una pizca de delicadeza.
Un dolor ensordecedor le atacó las sienes, y no supo identificar si se debía al impacto de la caída o a su estado de ebriedad. Quizás a ambos.
—Yo me la gozaré primero porque fui quien la encontró. Luego se las dejo a ustedes para que hagan como deseen. Mamacita, ven con tu papi —dijo el tipo con un tono que a la rubia le pareció nauseabundo; sin embargo, antes de llegar a ella, él fue impactado por un balazo.
Todos los demás miraron en dirección de donde salió el disparo y sacaron sus navajas y pistolas, al reparar en aquel hombre joven, de cabellera oscura y mirada endemoniada con el arma en mano.
Él era la maldad encarnada y a quien no le temblaba el pulso para provocar dolor o muerte.
Alessandro Greco, un mafioso cruel y poderoso, dueño de un atractivo que usaba a su conveniencia.
—Cerdos asquerosos, ¿les parece divertido aprovecharse de una mujer en estado vulnerable? ¡¿Tan cobardes y ratas son?! Ahora morirán como lo que son, unas malditas escorias que no le aportan nada a esta sociedad.
Él hizo un movimiento con su cuello como manera de relajarse y de anticipar lo que ocurriría dentro de poco.
Los vándalos, al notar su vestuario costoso, lustre y bien combinado, asimismo, el tatuaje en su mano derecha que lo distinguía de los demás, entendieron de quién se trataba y que tenían pocas posibilidades de salir de allí con vida. No obstante, él estaba solo, así que mantenían una leve esperanza de salir ilesos.
—Dejemos este asunto tal cual, puesto que estás en desventaja —le dijo uno de ellos—. ¿No querrás problemas solo por una zorrita borracha?
Alessandro sonrió con esa expresión malvada que intimidó a los hombres, luego los miró a todos ellos con diversión.
—Tienes razón, ¿para qué buscarse problemas? —secundó, irónico—. Vayan en paz, amigos.
El aliento le volvió al cuerpo al escucharlo; no obstante, antes de que ellos pudieran siquiera moverse, Alessandro empezó a disparar su arma, con tal rapidez, que logró impactarlos a todos. En realidad, él solo conversó con ellos para calcular su ataque y aprovechar su distracción para matarlos, sin que estos tuvieran tiempo para defenderse.
—Oye, ¿estás bien? —se dirigió a Kara, quien estaba echa ovillo en el suelo y en completo estupor. Temía tanto que a ella también le dispararan.
—No me hagas daño, por favor —rogó entre lágrimas mientras se abrazaba a sí misma.
—¡Te acabo de salvar, mujer! ¿Por qué te haría daño? —Él se le acercó y se agachó para revisarla, luego guardó su arma y la cargó entre sus brazos—. Te llevaré a un lugar seguro, trata de descansar —susurró, al tiempo en que le quitaba todo el cabello que le cubría la cara.
Alessandro se quedó helado por un momento al reconocer ese hermoso rostro que se encontraba maltratado.
—¿Quién fue el hijo de puta que te golpeó? —dijo, abrumado, y la acercó más a su pecho.
Él estaba conmocionado al descubrir de quien se trataba. Con razón ese aroma le pareció familiar y la angustia en su interior lo llevó hasta allí.
Ella, por su parte, cayó en la inconsciencia debido a la gran ingesta de alcohol y al susto que se había llevado.
—Eres tú, mi hermoso ángel —musitó, emocionado—. Eres la mujer que me salvó, dos años atrás.