Capítulo 2 Dos
Bicky
—Son solo dos semanas, cariño, estaremos bien —se adelanta estirándose para levantarse hasta quedar sentado. No puedo decir que Ed no es apuesto, porque sin dudas lo es. Tiene los ojos azules con matices cafés, el cabello castaño y despeinado la mayoría de las veces, una nariz perfilada y pequeña, y unos labios carnosos y rojizos. Pero ya no despierta nada en mí, su físico me parece algo irrelevante en este momento... Bueno, llevo meses sintiéndome así y aguantando las ganas de largarme.
—No es eso, mira...
—Jmmm, creo saber por donde viene la cosa.
—No me interrumpas, déjame terminar —exijo, sentándome a su lado, pero manteniendo cero contacto. Ya estoy vestida, con mi falda ajustada roja -por supuesto-, una blusa blanca delicada de mangas pomposas y mi chamarra cardenal larga, esta temporada se viene muy fría y no tengo idea de como sea esa ciudad.
Intentaré ser breve, luego me marcharé, ya no hay nada que me ate aquí.
—Siempre te escucho, Bicky. ¿Qué ocurre esta vez?
—Nosotros, Edward, no estamos bien y lo sabes, hace mucho tiempo nos va muy mal y no creo que tenga arreglo —le dejo caer como plomo, sin vacilaciones. No llevo toda la anoche planeándolo en vano.
Por primera vez no forma drama, no reclama, no sé victimiza. Solo asiente.
Solo-asiente.
¿Qué? ¿Tendrá fiebre?
—Tienes razón, creo que me apresuré en pedirte matrimonio Bick, y me disculpo por eso —me dice sonando sincero, toma una de mis manos entre las suyas y la acaricia—, creo que lo que necesitamos es tiempo...
—No Ed, esto ni siquiera el tiempo lo soluciona...
—Un mes, quizás dos... El tiempo suficiente para extrañarnos y darnos cuenta si realmente nos amamos. Si aún me quieres volverás, y yo haré lo mismo. Son cinco años, Bick, no podemos dejarlo así por así. Dime, ¿cuánto necesitas?
《Cien años, quizá. Realmente solo necesito paz, desayunar mis tortas a gusto y tener orgasmos cada maldita noche sin sentirme un objeto sexual》.
—Ya no funcionamos juntos, no me siento bien y quiero que respetes mi decisión, por favor, no voy discutir.
Suspira profundamente y suelta mi mano. Se levanta de la cama y camina en dirección al baño, va a tomar una ducha y ni siquiera terminamos de hablar ¿qué diablos le pasa hoy?
—¿Ed? No hemos terminado nuestra plática, esto es algo serio —le grito para que pueda oírme, el sonido de la ducha interfiere y vuelvo a repetir su nombre: —Ed.
No contesta hasta que sale, con la toalla enrollada en su cintura y el cabello goteando.
—Estás ciega, pero te abriré los ojos. Sólo necesitas tiempo para darte cuenta de que dejarlo es un error. Te doy un mes para que regreses extrañando lo nuestro.
In-cre-í-ble.
Me quedo con la boca abierta y, sin decir nada más, agarro mi maleta y mi bolso para salir del apartamento a toda prisa. Definitivamente ha sido la conversación más extraña y estúpida que hemos tenido. No me ha rogado, no nos hemos gritado, no han habido lágrimas ni ofensas como antes ¿qué carajos ocurre?
Sin darle más vueltas a la situación, subo al taxi y me dirijo al aeropuerto para tomar el vuelo a lo que podría ser un cambio para mi vida, de esos buenos que te iluminan el mes con un salario exagerado. Eso es todo lo que necesito: un nuevo empleo, estar lejos y sin un tóxico novio al acecho.
Erick
—Ya basta de tantas justificaciones, Andrea, tráeme un café y si es posible, ve a enfermería a que te cosan la boca, eres irritable.
—Sí, jefe.
Sus tacones emiten ruidosos tacs tacs por todo el pasillo mientras se aleja para buscarme lo único que podría relajarme ahora. En cuanto tenga la oportunidad, voy a despedirla, y buscaré otra asistente menos despistada.
Mi oficina está al final del pasillo, todos los demás departamentos están cerrados hasta el horario de almuerzo que sería en —miro mi reloj—, veinte minutos, así que me apresuro para recoger mi portafolios. Hoy regreso a casa temprano, tengo un vuelo a las ocho para cerrar un negocio importante.
En la esquina del pasillo, casi frente a mi puerta y donde debería estar sentada mi secretaria, se encuentra alguien más. Pensé seguir de largo como siempre, y luego preguntarle a Andrea en qué momento Margarita dejó de trabajar para mí, pero luego recuerdo que yo mismo la despedí hace dos días y decido no darle vueltas al tema.
Cuando me ve se pone tensa, acomoda rápidamente su escritorio y me sonríe. Imposible no detenerme.
Tiene el cabello corto de un color rojo cardenal, que contrasta con su piel blanca y unos ojos verdes esmeraldas hipnotizantes. ¡Y qué labios! Son redondos, gruesos, seductores. ¿A quién se le ocurre poner a esta mujer aquí? Para aumentarle el salario, por supuesto.
—¿Y tú eres? —le pregunto, apoyando mis manos sobre su mesa. Está nerviosa, pero lo disimula muy bien. Levanta la barbilla, segura, y contesta:
—Bicky Gil, señor, su nueva secretaria.
