Capítulo 4 Cuatro
Bicky
Siempre pensamos que Ed era un buen chico, pero… —papá hace una pausa—, lo que más nos importa es tu felicidad. Si no estabas convencida, tomaste la decisión correcta.
—No quiero que estén decepcionados de mí.
—Decepcionados, nunca —interviene mamá, ahora con un tono quebrado—. Claro que nos duele, Bicky, porque le tenemos cariño a Ed, pero eres nuestra hija, y te apoyaremos en lo que decidas.
Las lágrimas me nublan la vista. Me abrazo más fuerte a la manta y cierro los ojos, imaginando que estoy con ellos. ¿Por qué estoy llorando? No le quiero, hace mucho tiempo, la verdad. ¿Por qué siento que me he defraudado a mí misma? Siempre soñé con una propuesta de matrimonio como la que hizo Ed para mí, con una cena romántica, flores, música de fondo y un precioso anillo. No lo llevé puesto ni una semana, no me sentía cómoda, y tampoco aguantaba una noche más a su lado. Estaba harta. Harta de actuar como todos querían que lo hiciera, fingiendo ser feliz con alguien que no se preocupaba por hacerme sentir bien. No tengo por qué sentirme culpable ¿verdad?
—Gracias, de verdad. Los extraño mucho.
La llamada se prolonga unos minutos más, en los que hablamos de cosas cotidianas: si ya compré comida, si necesito dinero extra, si el trabajo empezó bien...
Evito mencionar a Erick, mi nuevo jefe, aunque por dentro me arde la tentación de contarles cómo me mira, cómo su voz se me queda pegada en la piel. Pero eso sería demasiado. Apenas es el inicio.
Cuando cuelgo, el silencio del apartamento se hace más pesado. Recorro de nuevo la sala y me prometo que mañana será un día diferente, que debo concentrarme en mi empleo y nada más.
Al día siguiente, la oficina es un hervidero. Documentos apilados, teléfonos que no paran de sonar, correos que llegan sin descanso. Apenas tengo tiempo para respirar, y sin embargo, cada cierto rato la intercomunicadora de mi escritorio suena con la misma voz grave que me acelera el corazón.
—Señorita Gil, pase a mi oficina.
El primer llamado es para que lleve unos contratos. El segundo, para revisar unas cartas que deben enviarse con urgencia. El tercero, ni siquiera tiene un motivo claro: Erick me pide que cierre la puerta y se limita a observarme en silencio, como si buscara descubrir qué hay más allá de mi fachada de secretaria obediente.
—Está nerviosa —me dice en un susurro que me eriza la piel. Ni siquiera es una pregunta, lo dice con seguridad como si leyera mi mente.
—Es solo que… es mucho trabajo —respondo, evitando su mirada.
—No parece ser el trabajo lo que la pone así.
Trago saliva. Sus palabras son una provocación, y él lo sabe. Erick se reclina en su silla, con los codos apoyados sobre el escritorio, y sus ojos azules —más intensos de lo que recordaba— me recorren de arriba abajo. No pude evitar grabar cada parte de él en mi memoria, y debido a eso, a penas pude conciliar el sueño. No sé si se trate de mis hormonas, carentes de sensaciones, o ese tiempo perdido al lado de alguien que no supo complacerme en la cama, la cuestión es que este hombre sólo con mirarme enciende mi cuerpo.
—Debería volver a mi puesto —digo, intentando sonar firme. Tengo que escapar de aquí. Hace aproximadamente veinticuatro horas que me separé y heme aquí, en una situación extraña con mi jefe.
—Aún no la he despedido.
Su voz se siente como un ancla que me retiene en esa oficina. Me aferro a los papeles entre mis manos como si fueran un escudo, pero cuando él se pone de pie y rodea el escritorio, siento que me quedo sin defensa.
Se acerca lo suficiente para que perciba su perfume, es una mezcla cálida que me invade por completo. Su mano se posa, apenas, en el borde de mi brazo.
—No tienes idea de lo difícil que es para mí mantener la distancia —confiesa.
Mi corazón late tan fuerte que temo que lo escuche. Sé que debería apartarme, recordarle que soy su empleada, que nada de esto tiene sentido. Pero en lugar de retroceder, me quedo inmóvil, atrapada en ese magnetismo peligroso.
—Jefe… —susurro, sin encontrar las palabras correctas.
Él me observa como si esperara que yo diera el primer paso, como si mi silencio fuera la señal que necesita. Y por un segundo, estoy a punto de ceder. A punto de dejarme llevar.
—¿Qué? —me confronta, arqueando una de sus cejas oscuras que le lucen tan bien sobre esos ojos marinos.
Quiero contestar que no entiendo lo que quiere de mí, pero la intercomunicadora interrumpe el momento. El asistente de otra área pregunta por unos documentos, y la tensión se rompe como un cristal hecho añicos.
Me aparto con torpeza, agradeciendo internamente esa llamada inoportuna.
—Debo… debo irme —balbuceo, caminando hacia la puerta.
—Bicky —me detiene con su voz—, no hemos terminado nuestro asunto.
—No sé de qué asunto me habla, señor Rosewood, pero si desea, puedo agendarle una cita con su secretaria para que le explique la situación.
Sus labios se curvan en una sonrisa sensual, no sé en qué carajos estaba pensando cuando propuse tal cosa, pero parece gustarle.
《Bicky, no sigas, es peligroso, ¡es tu jefe!》.
—Bien, reservame una cita con la señorita Gil para mañana a las diez de la mañana, ahora debo atender unos negocios.
—No me tiene que dar explicaciones, jefe —Su rostro luce confundido pero divertido a la vez, sabrá Dios de dónde saco yo estas respuestas, solo tengo que cerrar la boca de una vez—. Enseguida preparo su cita.
Me retiro de su oficina sin darle más vueltas y sus palabras me acompañan durante el resto de la jornada. Cada vez que lo veo pasar, cada vez que sus ojos se cruzan con los míos, siento que hay algo peligroso en todo esto. Y lo peor es que una parte de mí, no quiere huir.
Al final del día, mientras recojo mis cosas para volver al apartamento, me descubro sonriendo sin motivo. Estoy cansada, sí, pero también alterada, expectante. Erick está jugando con fuego, y yo… yo me estoy dejando quemar.
