Capítulo 3 Capitulo 3
Recordó sucesos de la última noche donde estuvieron juntos hace tan solo una escasa semana, la fuerza con la que la había agarrado de los hombros en un intento desesperado, pero evidente de guardar distancias. La triste mirada en sus ojos verdes mientras observaba su boca. El suspiro con que había recibido su confesión: "Te quiero, Daniel", le había dicho, "siento mucho que haya sido muy difícil vivir conmigo, prometo que de ahora en más me organizaré mejor con el cuidado de los niños y así tener tiempo de calidad para nosotros".
Daniel había cerrado los ojos y tragó saliva, frunciendo los labios y apretando los puños sobre sus hombros hasta que ella sintió dolor. Luego, la había estrechado entre sus brazos y había hundido el rostro en su cuello, pero no había dicho una palabra, ni una sola palabra; ni una disculpa, ni una declaración de amor, nada. Solo cayó mientras se aferraba a ella como un náufrago en medio del mar se aferra a un salvavidas.
Pero, habían hecho el amor con mucha ternura, recordaba con un dolor que recorría todo su ser. Fuera lo que fuese su relación con la otra mujer , todavía la deseaba con pasión, con una pasión que no podría sentir con ninguna otra.¿O tal vez si? ¿Qué sabia ella de los hombres? ¡Tan solo tenía veinticuatro años y su experiencia se limitaba a Daniel! ¡Él a sido el único hombre en su vida! Había conocido a Daniel con diecisiete años. Había sido su primer amante, su único amante. Dayanna no sabía nada de los hombres. Y por lo visto, nada de su marido.
Vio su rostro reflejado en el espejo que había sobre la chimenea de mármol y lo miró fijamente. Estaba pálida y tenía un rictus en los labios. Veinticuatro años, madre y esposa, por ese orden. Sonrió amargamente. Aquella era una verdad a la que nunca se había atrevido a enfrentarse. "Lo querías", se dijo, "y lo conseguiste, en el corto espacio de seis meses. No está mal para una ingenua muchacha de diecisiete años". Pero Daniel tenía veinticuatro años, pensó con cinismo, y la experiencia suficiente como para dejarse atrapar por el truco más viejo del mundo.
Pero entonces el cinismo la abandonó. No había ningún truco, no tenía derecho a denigrarse a sí misma a algo que en absoluto lo fue. Tenía diecisiete años cuando conoció a Daniel y era muy inocente, sus padres eran demasiado estrictos y sobreprotectores. Era la primera vez que iba a una discoteca, acompañada de un grupo de amigos que se rieron de su miedo a que les preguntaran la edad y no les dejaran pasar.
ㅡ¡Oh, vamos! —Le dijeron. ㅡSi te preguntan cuántos años tienes, miénteles como lo hacemos nosotros. Nadie se dará cuenta, Pamela te a maquillado de una manera que luces un poco mayor de lo que en realidad eres.
Fue consciente de la presencia de Daniel desde el momento en que puso un pie en aquella discoteca. Era un hombre fuerte, delgado, y muy atractivo, tanto como una estrella de cine. Sus amigos y amigas también sintieron su presencia, y se rieron tontamente al verificar que no ocultaba el interés en ellos. Pero en realidad, era a Dayanna a quien estaba mirando. Dayanna, con su pelo rubio caramelo, enmarcando su preciosa cara de muñeca de porcelana.
Su amiga Pamela la había maquillado y su amigo Brian le había regalado unos pantalones rasgados ajustados y una camisa al estilo escocesa que se ceñía perfectamente a su delgado torso, donde su amiga desprendió los primeros botones dejando un prominente escote. Si sus padres la hubieran visto así vestida, se habrían muerto del susto. Pero estaba pasando el fin de semana en casa de Brian, mientras sus padres habían ido a visitar a unos parientes, así que no habían visto como su única hija pasaba el tiempo mientras estaban fuera.
Y fue a Dayanna a quien Daniel se acercó primero cuando pusieron una canción lenta. Le dió un toquecito en el hombro para que se volteara y sonrió, con gracia y confianza en sí mismo. Consciente de la envidia de las otras chicas y chicos, dejó que la tomara entre sus brazos sin una palabra de protesta. Dayanna podría recordar aquel hormigueo al recordar su tacto, su proximidad, su suave pero firme masculinidad. Bailaron durante mucho tiempo antes de que el mayor hablara.
ㅡ ¿Cómo te llamas? —La voz ronca de Daniel contra su oído la estremecieron de pies a cabeza.
ㅡ Dayanna ㅡle respondió con timidez ㅡDayanna Winston.
ㅡ Hola, Dayanna Winston —dijo Daniel en un murmullo. ㅡEs un placer conocerte, mi nombre es Daniel Schumann.
Cuando estaba absorbiendo todavía las dulces resonancias de su voz suavemente modulada, Daniel le puso la mano bajo su cintura y la menor se estremeció al sentir su tacto. Daniel la atrajo hacia sí, pero no hizo ningún intento de besarla, tampoco le dijo que saliera del local con él y dejara a sus amigos. Tan solo le pidió el número de teléfono y prometió llamarla muy pronto. Dayanna pasó la semana siguiente pegada al teléfono, esperando con impaciencia su llamada.
En su primera cita, la llevó en un coche. Un Ford rojo. ㅡ Es el coche de la empresa ㅡle dijo con una sonrisa que llego a comprender muy bien.
Amablemente pero con una intensidad que le ayudó a contener el aliento, Daniel le dio confianza para que hablara de sí misma, dejó la timidez de lado y habló de su familia, de sus amigos, de sus gustos. De su ambición de estudiar arte para dedicarse a la publicidad, al decirle aquello, Daniel frunció el ceño y le preguntó su edad. Incapaz de mentir, Dayanna se sonrojó y le dijo la verdad. Daniel frunció el ceño todavía más y la rubia se mordió el labio porque sabía que lo había echado todo a perder. Daniel la llevó a casa y se despidió con un escueto "Buenas noches". En ese momento a Dayanna se le rompió el corazón en miles de fragmentos.
Dayanna quedó destrozada. Durante muchos días, apenas comió y no pudo dormir. Estaba a punto de tener un problema serio de salud cuando Daniel la llamó una semana más tarde. La invitó al cine y ella aceptó de inmediato. Dayanna se sentó a su lado en la oscuridad y no dejo de mirar la pantalla, pero no vió nada, solo concentró su atención en la proximidad de Daniel, en el sutil aroma de su colonia, en su rodilla a unos centímetros de la suya, en el tacto de sus hombros, que se rozaban inocentemente. Con la boca reseca, tensa y con un temor a hacer cualquier movimiento que echara todo a perder por una segunda vez, no pudo evitar un gritito cuando Daniel le agarró la mano. Con expresión seria la observó para después entrelazar sus dedos con los de ella.
ㅡTranquila. ㅡMurmuró. ㅡNo voy a morderte ni nada por el estilo.



























