Capítulo 4 Capitulo 4

El problema era que la jovencita estaba esperando a que lo mordiera, que la besara, que la tomara entre sus fuertes brazos y le hiciera el amor. Incluso entonces, ingenua como era, sin saber cómo debía comportarse con un hombre, lo deseaba con una desesperación que debía ser patente en su rostro. Daniel murmuró algo y apretó su mano contra la suya mientras volvía a concentrarse en la película. Aquella noche la besó con tanto deseo que Dayanna sintió temor antes de que lo dejara marchar.

En su siguiente salida, la llevó a un restaurante muy tranquilo y no dejó de mirar a la joven durante la cena, mientras le contaba cosas acerca de si mismo. Acerca de su trabajo en una gran empresa de ordenadores que le obligaba a viajar por todo el país, acerca de su ambición de tener su propia empresa, de cómo ahorraba todas sus comisiones para hacerlo algún día. Hablaba con tal calma y suavidad que Dayanna tenía que inclinarse hacia adelante para no perderse palabras de lo que decía.

Daniel no dejaba de mirar a la jovencita, no para observarla, sino para absorberla, era tan jodidamente hermosa que lo había cautivado con su angelical belleza. Cuando la llevó a casa, Dayanna estaba en peligro de explotar por la tensión sexual acumulada. Sin embargo se limitaron a darse un beso. Lo mismo sucedió otra docena de veces, hasta que un día inevitablemente en vez de llevarla al cine, la llevó a su apartamento.

Después de aquel día, apenas iban a otros lugares. Estar solos y hacer el amor se volvió en lo más importante de sus vidas. Daniel se convirtió en lo más importante, por encima de sus notas, de sus ambiciones, de la opinión de sus padres, que no paraban de manifestarle su desaprobación sin menoscabar lo que sentía por Daniel.

Tres meses más tarde, y después de que Daniel estuviera dos semanas de viaje, la jovencita lo estaba esperando en el apartamento. Estaba nerviosa y jugueteaba con el doblez de su amplia camiseta.

ㅡ¿Qué haces aquí? ㅡLe preguntó Daniel, sin poder ocultar la sorpresa que se plasmaba en su rostro.

Solo en el momento de recordarlo, siete años más tarde, se dio cuenta que no le había gustado encontrarla ahí. Tenía el rostro serio y cansado, igual que en la actualidad, pensaba Dayanna sentada en el cuarto de estar de su casa. Al parecer siempre estuvo completamente ciega con respecto a Daniel.

ㅡTenía que verte ㅡle dijo, agarrándolo de la mano y arrastrándolo al interior del apartamento. Inevitablemente hicieron el amor, luego la joven hizo café y lo bebieron en silencio. Daniel, que solo llevaba un pantalones cortos, se sentó en su sillón y la chiquilla se hizo un ovillo a sus pies, y se abrazo a sus rodillas.

Entonces le dijo que estaba embarazada. Daniel no se movió ni dijo nada y la joven no lo miró, tenía miedo de ver la desilusión en los ojos verdes de su amado. Daniel en silencio le acarició el pelo y Dayanna sintiendo un nudo en la boca del estómago y una punzada en su pecho apoyó la cabeza en la pierna del hombre.

Al cabo de unos momentos, Daniel dió un largo y profundo suspiro. Agarró a Dayanna y lo sentó en su regazo. La chica se encogió las piernas, como una niña, como Lily cuando se sentaba en los brazos de su padre para buscar consuelo.

ㅡ¿Estás segura de esto? —La voz de Daniel salió débil y temblorosa.

ㅡCompletamente. —Dijo Dayanna pegándose a él, haciéndose al eje sobre el que giraba su vida. ㅡMe comencé a sentir mal y compré una de esas pruebas que venden en la farmacia. Ha dado positiva. ¿Crees que puede ser incorrecta? ¿Voy al médico antes de que decidamos algo?

ㅡNo. ㅡDijo Daniel secamente. ㅡAsí que estas embarazada... Me pregunto como ha ocurrido ㅡañadió pensativamente. Dayanna se rió nerviosamente.

ㅡEs culpa tuya. ㅡLe dijo. ㅡEres tú el que tiene que tomar precauciones. Lo sabías desde un principio.

ㅡY eso he hecho. ㅡReplicó él. ㅡBueno, al menos tenemos tiempo de casarnos antes de que toda la ciudad se entere del por qué lo hacemos. —Su rostro reflejaba resignación.

Y aquello fue todo. La decisión estaba tomada, Daniel se ocupó de todo, evitando que la joven sufriera de cualquier pregunta indiscreta, cualquier inconveniente, ayudándola a soportar la decepción que suponía para sus padres.

Una vez más, fue siete años más tarde, cuando se dio cuenta del verdadero significado de sus palabras. "Al menos tenemos tiempo de casarnos antes de que la ciudad se entere del por qué lo hacemos". Y, por primera vez, pensó que, tal vez, en otras circunstancias, Daniel no se habría casado con ella. En ese momento sintió que un balde de agua fría caía sobre su cabeza y se sintió avergonzada de si misma.

Ella lo había atrapado. Con su juventud, su inocencia, con su confianza infantil y su ciega adoración, con un embarazo no planificado ni deseado. Daniel se había casado con ella porque creía que era lo que tenía que hacer, que era su obligación. El amor no tenía nada que ver con el asunto, al menos no para él y asimilarlo la hería incluso más que la supuesta infidelidad.

El sonido de una llave en la puerta principal la devolvió al presente. Se dió la vuelta. Sentía una extraña calma, un extraño alivio. Miro el reloj de la pared. Daniel no iba a volver a casa hasta varias horas después. Tenía una cena de negocios, según lo que él le había dicho. Que estúpida le pareció aquella excusa, se dijo sonriendo amargamente y acercándose a la puerta del cuarto de estar.

Daniel le daba la espalda. Dayanna se dió cuenta de la tensión de los músculos del cuello y la rigidez de su espalda bajo la tela de su abrigo negro. Se dio la vuelta lentamente y sonrió. Dayanna observó su rostro cansado y pálido. Daniel miró al teléfono descolgado. Se acercó y levantó el auricular. La mano le temblaba ligeramente al dejarlo en su lugar. No se atrevía a mirar a su esposa a la cara.

Charlotte debió haberle llamado. Debía haber sentido pánico al ver que ella se negaba a contestar el teléfono y lo había llamado para decirle lo había hecho. Le habría gustado oír aquella conversación, pensaba Dayanna con amargura. La acusación, la defensa, la confesión y el veredicto...

Daniel la miró y ella dejó que la observara durante unos instantes. Luego, sin decir nada, se dió la vuelta y volvió al cuarto de estar. Era culpable. Lo llevaba escrito en su aspecto. Culpable. ¡Su esposo le había sido infiel!

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