


El juego
Aquella noche la bruma era tan espesa que no sabría decir si era el preludio a lo que vendría o simplemente el universo reconciéndolo a él tan cerca de mi. O tal vez un evento climático más pero yo sentía que algo escondía aquel celaje.
Para entonces no podíamos saber que algo como aquello pasaría. Nosotros no podíamos saber nada.
Yo me dedicaba a ver a través del cristal de la escotilla de mi camarote como la ciudad nos esperaba del otro lado de la bahía. Para ella era una noche más...simplemente.
Mi padre ofrecía una de sus comunes cenas de estado a borde de su yate de lujo de setenta metros de eslora, era un político en ascenso en ese momento y yo tenía que ir junto a él y mi madre a cada evento como aquel, aunque confieso que me aburrían; pero no podía dejarle solo. Y de cierta forma cumplía una función siempre, aunque esa noche fuera distinta.
No soportaba la bruma que se acumulaba sobre el mar, ni el bullicio de los invitados, ni las miradas sobre mi cuerpo de algún que otro degenerado que me desnudaba con la vista pero esa noche era distinta, me lo repetía todo el tiempo. Esa noche sentía que algo más fuerte que yo acechaba por todos lados. Era como si una fuerte premonición dominara mis sentidos y en el fondo, me excitaba saberme acosada.
—Su padre la espera ya, señorita Alice —me distrajo la llamada de uno de los guardias de papá.
—¡Voy!
Dejó de llamar a mi puerta cuando oyó mi cortante voz. A veces detestaba todo aquello, me enfermaba fingir. No había nacido para eso y ser cada vez más notablemente el camino a seguir me ponía peor.
Mi padre quería casarme con alguien a mi altura según su percepción, y yo... yo solo quería de un hombre la pasión, la lujuria, la lascivia de sentirme suya pero no el compromiso. Cualquiera que se casara conmigo acabaría descubriendo mi secreto y ese era uno peligroso de explicar.
Abrí la puerta de mi camarote tomando la cola de mi vestido verde esmeralda en mi mano derecha y subí a cubierta taconeando por la madera barnizada. Perfumado todo allí donde iba.
Tuve que mirar a atrás más de dos veces, no perdía esa sensación de persecución, no lograba salirme de ella. Casi podía oler su presencia, como me vigilada en la distancia, me observaba de lejos... y decidí esperar que apareciera. Mi pierna llevaba atada con su correa la navaja así que tendría que hacer uso de mis reflejos más que de mis habilidades para sobrevivir. No tenía opción.
Cuando me introduje en la fiesta me recorrió un escalofrío al notar una mirada recorrerme por entero, lo sentí en cada poro de mi piel. Entomces lo ví...
Sus ojos eran los más verdes que había visto jamás, el traje de tres piezas le quedaba tan justo que sabía que tenía un cuerpo prodigioso bajo tanta tela. Esa boca que se adhería a una copa de coñac parecía pecaminosa en la distancia. No me quería imaginar lo que sería verla de cerca, tocarla, olerla... tomarla en mis labios.
Él era el hombre que yo buscaba y parecía ser yo la mujer que buscaba él porque sus ojos mordían mi cuerpo sin compasión y a pesar de la distancia.
—Te quiero presentar a alguien —dijo mi padre tomándome del codo, sacándome del encantamiento de aquel extraño —. Luego podrás irte donde quieras, solo es un segundo.
—Siempre dices lo mismo papá y da la sensación de que me ofreces a ver si hay puja entre tus amigos políticos —argumenté con el cinismo del que siempre me gustó hacer gala —. Y siempre tenemos el mismo resultado.
—Por favor, compórtate —exigió besándome la sien.
Le quería si, le quería muchísimo pero su costumbre de mercadeo incluso conmigo me cabreaba y no me lo guardaba para mi, no fue nunca mi estilo callarme.
La noche siguió avanzando mientras saludaba a todo aquel que papá decidiera hasta que finalmente pude escapar. Tenía razón él cuando había predicho que sería rápido, así que me fui y caminé hasta el fondo del yate, donde la música se oía menos y la gente también.
Llevaba una copa de champaña en la mano y un cigarrillo en la otra, inclinada sobre la barandilla disfrutando de mi momento a solas lo volví a sentir..., esa sensación de estar bajo la mira de alguien me puso alerta otra vez y cuando todo mi cuerpo se erizó, él susurró:
—Tu atuendo es una incongruencia que me atormenta —me bañó el olor del coñac y algún puro que debió haber fumado antes, la mezcla era embriagadora —. ¿Sabes lo hermosa que te ves con ese vestido que revela toda tu exquisita espalda para que lo cubras de tan delicado cabello rubio?
Sus palabras era como un predicamento. Como si oírse a sí mismo confirmara lo que decía, como un juramento... una profecía. No sé como lo hizo pero me sacó una sonrisa y giré el rostro hacia su lado para verlo a los ojos cuando deslizó mi pelo a un costado de mi dejando mi espalda expuesta y dejando que el sudor de su vaso escurriera una gota en ella para verla correr hasta la curva de su final.
—¿Quién te ha dado permiso para tocarme? —farfullé nadando en sus ojos verdes.
—No te he tocado —estableció mirando la gota desandando en mi —... todavía.
Me volví a sonreír. Se lo merecía, se lo había ganado... sabía seducir y yo le estaba dejando hacerlo.
Había decidido jugar su juego desde que mis ojos azules se posaron en los suyos verdes un rato antes. Ahora le tenía a mi lado, recostado con su cadera en la baranda en la que aún estaban apoyados mis antebrazos. Dí otra calada a mi cigarro y él miró el recorrido del humo saliendo de mi boca. Era tan guapo que hacía daño verlo de cerca. Sus ojos hipnotizaban pero tenía los labios más rojos que alguna vez ví, manos grandes, unas muñecas tan fuertes que eran perfectas para sostenerme contra alguna pared y una altura que resultaba amenazante. La barba fina de no más de dos días era enloquecedora y aquel pelo negro perfectamente cortado dejándolo en ni largo ni corto invitaba a meter los dedos en el mientras su dueño saboreaba la piel de mi cuello expuesto a sus dientes.
—Casi puedo sentir lo que piensas en mi piel —confesó sacándome de mis lujuriosas imágenes.
—Tendrías una erección si esa fuera cierto.
—¿Quién dijo que no la tengo? —refutó.
Mis ojos se negaron a dejar los suyos porque si lo hacían sembrarían el caos entre los dos.
Yo tenía un propósito, él de seguro también y la fiesta era de mi padre, no podía jugar más a ese juego.
Lancé mi cigarrillo al mar, bebí del todo mi copa y la puse en la baranda para irme de allí no sin antes acercarme a su oído y susurrarle:
—El mismo que dijo que no estoy resistiendo las ganas de comprobar si podrías resbalar dentro de mi.¡Adiós... no me sigas!
El no me siguió, ni yo mire atrás pero el reflejo suyo en el cristal de la puerta que abrí para volver a la fiesta me hizo verlo recostado donde antes estaba yo, él de frente con las dos manos sobre el barandal mirando mi silueta, viéndome irme.
Me perdí un segundo en esa imagen frente a mi y de repente le vi empujarse a si mismo hacia adelante y venir corriendo tras de mi.
Empujé la puerta para huir de semejante tentación y me explotó algo en la cara, unas manos me tomaron de la cintura y me vi de pronto lanzada por la borda cayendo a un bote en el que subió después él y supe así... que tenía razón, que mi premonición se cumplía y aquel hombre que antes me acechaba, después me secuestraba.
El juego empezó y acabó cuando él quiso, yo solo pude participar.