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Érase una vez, la Marnye Reed que solía ser habría sentido esas puyas profundamente en su alma. Habría sangrado por dentro, llorado por fuera y se habría ido a casa a acurrucarse en su cama. Ya no. Nunca más.

—¿Cuántas veces abriste tus piernas de zorra para él antes de que te dejara como la inútil...

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