24

Me arrastra hacia su pecho, enrollando mi trenza alrededor de su puño, obligándome a arquear la espalda, mis caderas presionándose contra las suyas. Puedo sentirlo de nuevo. Su longitud. Su dureza.

Mi cuero cabelludo arde. Gimo, buscando en sus pupilas el dorado de su lobo. No está en ninguna parte...