Capitulo 7

James se sentó junto a su pequeño hijo en un banco desocupado, a esa hora solo habían ancianos leyendo el periódico o personas haciendo ejercicios. James, observaba de reojos el entusiasmo con el que Sael comía los tibios panqueques con chocolate, lamiendo sus pequeños deditos para no desperdiciar absolutamente nada. A pesar de que Sael era idéntico a él, tenía la elegancia y gracia de su madre. Dafne... Pensar en ella dolía...

James también comenzó a comer sus panqueques y aprovechó el momento para indagar lo más discreto posible en el pasado de su hijo. Quería saber más de su vida, saber que pasó en Dafne, trató de ser sutil, por que no deseaba incomodar al niño por nada del mundo.

—Oye, campeón —comenzó, con la voz suave—. ¿Qué pasó con tu mamá? ¿Por qué está en el hospital?

Al escuchar la pregunta, el semblante de Sael cambió de inmediato. La sonrisa inocente se borró de su rostro, dando paso a una expresión aterrada y al verlo así, James se sintió fatal. El hombre tomó la mano de su hijo y la apretó con ternura, tratando de brindar un apoyo silencioso.

Con voz temblorosa, Sael comenzó a hablar, contando a su padre lo sucedido. —Es Robín, papá. Es un imbécil que está obsesionado con mi mamá. Fue él quien la lastimó, y por su culpa está en el hospital. Fue tan horrible, yo había ido hasta la tienda de la esquina, mamá ese día se sentía muy mal, tenía fiebre... Yo quería comprar un poco de pan y en ese lapso él llegó... Cuando yo llegué a casa, mamá estaba en el piso inconciente y llena de sangre... —Hipó suavemente.

James sintió como si le hubieran dado un golpe en el pecho. La rabia y la impotencia se agolparon dentro de él. Robín, un extraño que había tenido el valor de hacerle daño a Dafne, a su familia, ahora se convertía en el objetivo de su furia.

Sin pensarlo, James abrazó a Sael con fuerza, envolviéndolo en un cálido abrazo. Quería brindarle apoyo emocional, que supiera que de ahora en más no volvería a estar solo. Acarició la espalda del pequeño, quién hipaba bajito contra su pecho.

—Te prometo que de ahora en más todo va a estar bien —susurró bajito mientras acariciaba la espalda del niño. —No debiste tener que pasar por esto, lamento no estar para ti, no haber estado para ayudar a tu madre...

Sael se hundió un poco más en el abrazo de su padre, buscando consuelo en la calidez de su figura. —No entiendo por qué Robín quiere hacerle daño a mamá. Solo quiero que vuelva a casa —dijo, su voz quebrándose.

James sintió que su corazón se rompía al escuchar las palabras de su hijo. La vulnerabilidad y el dolor en la voz de Sael le recordaron lo frágil que era la vida y lo importante que era proteger a quienes amaba.

—Voy a hacer que Robín pague por lo que hizo —prometió James, con una determinación renovada. Sabía que no podía dejar que este hombre quedara impune. No solo era por Dafne, sino también por Sael, por su bienestar y su paz mental.

Sael lo miraba como si él fuese una especie de héroe, cosa que provocó un dolor aplastante en su pecho. Su hijo lo admiraba a pesar de todo y en vez de sentirse bien, se sintió tan jodidamente miserable. Con el niño entre sus brazos, James sentía que el vínculo entre padre e hijo se fortalecía. Era hora de enfrentar al mundo exterior, y él estaba decidido a hacerlo, a defender a su familia con uñas y dientes. Después de todo, tenía una razón poderosa para luchar: su hijo, su familia. Y nada lo detendría.

•••

Sael se sorprendió al ver que no iban al mismo hospital de siempre. En lugar de eso, su padre lo llevó hasta una lujosa clínica en el centro de la ciudad. El edificio era inmenso y bonito, fue la manera en que el pequeño definió la majestuosidad y opulencia del lugar. Ese hospital era otra de las adquisiciones de los Blake, la más reciente de ellas.

Al llegar, dos enfermeras esperaban a James, sonriendo con amabilidad mientras los guiaban por los pasillos. Sael se sintió un poco nervioso, pero la emoción de ver a su madre lo mantenía alerta. Caminó de la mano de su padre, sintiendo cómo James lo apretaba suavemente, como si le transmitiera la fuerza que necesitaba en ese momento. Definitivamente, tener a su padre era algo que se sentía genial.

Finalmente llegaron a la habitación donde Dafne estaba ubicada. El corazón del pequeño latía de prisa, sintiendo una ansiedad abrumadora. James abre la puerta y espera a que su hijo entre primero, Sael no hace de rogar y corre al interior, sintiéndose aliviado al ver a su madre ahí. El pequeño la recorrió con la mirada, sus manos temblaron de pronto y deseo tanto que ella abriera los ojos, su madre le hacía falta, nada era lo mismo sin ella.

Sin pensarlo dos veces, Sael se acercó y se sentó a su lado. Miró a su padre y le hizo una muda invitación para que se acercara y luego prestó su total atención a la mujer que yacía inconciente en la cama. Sael tomó su mano entre las suyas y con ternura le acarició el dorso de esta.

—Mamá —susurró, su voz suave pero llena de cariño—. Estoy aquí. Pasé una gran mañana con papá. Comimos panqueques con chocolate y hablamos mucho. Quiero que despiertes y me cuentes sobre tus días, cuando estés mejor podremos salir los tres y comer panqueques con chocolate en la plaza.

Él comenzó a relatarle emocionado todo lo que había hecho, cómo había corrido por el parque y lo divertido que había sido estar con James. Aunque Dafne no podía escucharlo, Sael sentía que era importante compartir esos momentos con ella, como si cada palabra pudiera ayudarla a regresar a él.

—Papá dice que todo va a estar bien —continuó, apretando su mano con más fuerza—. Yo sé que tú también vas a estar bien. Te extraño mucho, mamá. No puedo esperar a que vuelvas a casa. De verdad que te necesito... Aunque a partir de hoy viviré con papá, hasta que tú regreses y podamos volver a casa.

James observaba desde un rincón de la habitación, sintiendo una mezcla de amor y tristeza. Ver a su hijo tan cerca de Dafne, tan lleno de esperanza, le recordaba lo que estaba en juego. Durante todos esos años estuvo ausente, ignorante a todo lo que pasaba, siendo demasiado cobarde para buscarlo y pedirle perdón por todo el daño que le hizo. Esta vez sería diferente, ya no era un adolescente frustrado y herido, ahora era un hombre hecho y derecho dispuesto a luchar por su familia.

James aceptó la muda invitación de su hijo y se acercó hasta la cama donde yacía dormida Dafne. Se sentó del otro lado, frente a su hijo y tomó la mano libre de la mujer entre las suyas estremeciéndose ante la frialdad de su piel. En ese momento quería romperse y llorar, pero no lo hizo, necesitaba ser fuerte, mantenerse entero por su hijo. Ya no era solo él y su egoísmo, ahora tenía un motivo para luchar, para ser fuerte. La vulnerabilidad de Dafne y de su hijo le desgarraba el alma y necesitaba ser fuerte por los tres.

—Nunca más estarás sola. Te prometo que estaré a tu lado pase lo que pase, sin importar las consecuencias. Lamento todo lo que pasó antes... Lamento no haber estado ahí para ustedes. —Apretó la mano inerte de la mujer entre las suyas.

Sael, al escuchar las palabras de su padre, se sintió esperanzado. A lo mejor su papá si amaba a su mamá y quizás cuando ella abriera los ojos podrían llegar a ser una familia. A pesar de que él era pequeño, se daba cuenta de que su mamá amaba a James, muchas veces la escuchó llorar en silencio, fingiendo que no se daba cuenta.

—Papá... ¿Tú amas a mamá? —Quiso saber el niño.

—Hijo... Yo... —En ese momento, James no supo que responder. No podía contarle la historia de ellos en el instituto, sería caótico hablarle de algo así a un niño, más a su hijo que fue concebido en una relación de ese tipo.

—Lo entiendo papá, no la amas. —Fue la seca respuesta de su hijo y James se quedó sin palabras.

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