Capítulo 2
Es increíble que haya conseguido el trabajo después de tratar mal a mi futuro jefe, Massimo, un empresario de cuarenta años.
¿Por qué no pude mantener la boca cerrada?
Todavía recuerdo su cercanía al decirme que había conseguido el trabajo. Esa proximidad era intimidante, pero al mismo tiempo emocionante.
¿Qué demonios me está pasando?
Nunca me había sentido así cerca de un hombre antes. Tener una pareja nunca fue una prioridad para mí, ya que lo más importante siempre fueron los estudios.
¿Qué tiene él que me hace sentir atraída?
Me gustaría decir que no pensaré más en él, pero es falso. Hoy empiezo a trabajar y estoy preocupada por mi reacción al verlo.
Espero que la tensión sexual que existía entre nosotros desaparezca.
Estoy libre en la universidad, así que aprovecho la mañana para comprar algo de ropa y un vestido para esta noche.
Es elegante, pero no deja de ser sexy, y al ver ese vestido rojo con la espalda descubierta sé que debo comprarlo.
Luego verifico que me queda bien, lo pago y salgo del lugar.
Mi teléfono vibra en ese momento.
—¿Diga? —respondo sin ver quién es.
—Maddison —responde.
Reconozco la voz al instante.
Es Massimo, mi jefe.
—Hola.
Respondo nerviosa.
—¿Por qué me llamas?
—Solo llamaba para asegurarme de que vendrías hoy —dice.
Qué extraño.
—Por supuesto. Estaré allí.
—Muy bien —responde.
Una cosa que me gusta de mi nuevo trabajo es que no interfiere con mi horario de la universidad, así que puedo estar tranquila.
La llamada se corta simplemente, pero un mensaje llega rápidamente.
<Aquí te espero>
No necesito ver el nombre de Massimo para saber que es él.
¿Por qué me lo pone tan difícil?
Es extraño que me sienta tan atraída por él cuando es una persona mayor.
Decido no responderle y seguir con mi día hasta que sea hora de trabajar.
Recuerdo haber visto a esas mujeres vestidas de manera sexy, así que decido ponerme una falda negra por encima de las rodillas y una camisa azul. Opto por tacones negros y casi ningún accesorio.
Una vez que estoy lista, pido un taxi a Art. Works Inc.
—Muchas gracias —digo al bajar del coche.
Camino rápidamente hacia la oficina de Massimo y entro sin llamar, pero lo que veo una vez dentro me deja sin palabras.
—¿Qué haces? —pregunto.
Mi corazón está fuera de control por el impacto.
¿Qué se supone que debo hacer?
Mi jefe está frente a mí, con su miembro fuera mientras mueve sus manos arriba y abajo.
Está masturbándose.
—Maddison —su voz suena como un suspiro.
Mueve su mano más rápido y echa la cabeza hacia atrás en la silla.
Sin saber qué hacer, doy un paso atrás, pero su voz me impide moverme.
—Ni se te ocurra irte. Quiero que veas cómo me toco para ti.
¿Qué?
—¿Para mí? —pregunto sorprendida.
—Desde que te vi no dejo de pensar en esa boquita insolente alrededor de mi miembro. ¿Te gustaría?
Sí, pienso.
—Nunca... —no digo nada más. No necesita saber que soy virgen.
—¿Nunca qué? No digas lo que estoy pensando porque así no aguantaré mucho.
Bajo la cabeza avergonzada.
—Me estás matando —dice antes de terminar.
Veo el líquido blanco corriendo por su mano mientras me mira de arriba abajo.
—Yo... —no puedo creer que esto me esté pasando—. Necesito salir de aquí.
Salgo corriendo de la oficina. Entro rápidamente al baño y me miro en el espejo.
Estoy sonrojada, por el amor de Dios.
¿Qué estaba pensando Massimo cuando decidió hacer eso?
Es un hombre mayor, yo...
Un leve golpe en la puerta me asusta y cuando abro, observo a la misma mujer que lo acompañaba ayer.
—¿Maddison? El señor Massimo la está esperando en su oficina.
—Voy en un momento.
Ella niega con la cabeza.
—La quiere allí ahora mismo.
Suspiro y tomo una última bocanada de aire antes de ir.
Protégeme, Señor.
Salgo del baño y entro de nuevo a la oficina, pero esta vez, todo está normal. Massimo mantiene la compostura y solo señala la silla donde debo sentarme.
Trato de no mirarlo a los ojos, pero después de diez minutos, él lo nota.
—Mírame —dice.
Mierda.
—Lo siento, todavía estoy un poco sorprendida por lo que acaba de pasar.
Él asiente y sonríe.
—No tienes que avergonzarte, yo no lo estoy.
Resoplo.
—Aparentemente no conoces la vergüenza.
—¿Siempre eres tan atrevida?
—Lo siento —digo rápidamente—, a menudo digo cosas sin pensar.
—Mejor concentrémonos en el trabajo.
Asiento.
Las siguientes horas pasan rápidamente. Massimo me explica en qué consistirá mi trabajo y todo lo que debo hacer mientras esté aquí, hablamos sobre mi salario y mi horario.
De vez en cuando, Massimo toca mi mano o mi hombro. Decido no decir nada al respecto. Tal vez no lo hace con intenciones sexuales.
Cuando termina el horario de trabajo, recojo mis cosas y me despido.
—Nos vemos mañana —le digo a mi jefe.
Él me da una última mirada y se despide con un simple gesto.
Qué día tan intenso.
Pido un taxi que no tarda en llegar y en poco tiempo estoy en las residencias.
Suspiro.
No puedo esperar a mudarme de aquí.
Mi teléfono vibra y antes de contestar, verifico que es mi padre.
—¿Sí? —pregunto.
—¡Recuerda la cena! Ya le dije a mi amigo que vendrías, y él estuvo de acuerdo.
Me río.
—No te preocupes, papá, estaré allí.
—Está bien, adiós —dice.
Y directo al baño y a la ducha por unos quince minutos.
Ver a mi papá me hará bien. Podré despejar mi mente e intentar olvidar lo que pasó hoy.
Después de ducharme, busco el hermoso vestido que compré y me miro en el espejo.
Combina perfectamente con mi cabello negro y mis ojos grises.
Apenas tengo veintidós años, pero mi cuerpo parece más maduro. Mis pechos son grandes al igual que mi trasero. Nadie pensaría que tengo esa edad.
Me doy un último toque antes de salir y me dirijo a la casa de mi padre. Él tiene cuarenta y cinco años y es un hombre exitoso con dinero. Está soltero desde que mi madre nos dejó hace años.
—¡Hija! —dice cuando me ve.
Corro hacia él y lo abrazo fuerte.
—¿Todo bien? —pregunto.
Él asiente.
—Vamos adentro.
Sonrío y asiento mientras camino al lado de mi padre. Entramos a la sala y tomo asiento.
—Massimo está en camino —dice sonriendo.
¿Qué?
¿Escuché mal?
—¿Massimo? —pregunto sorprendida.
—Sí, el amigo del que te hablé.
Debe ser una coincidencia.
—Oh, está bien —me río nerviosamente.
Justo en ese momento suena el timbre y la criada abre la puerta.
Mi corazón empieza a acelerarse y cuando veo quién es, mis piernas flaquean.
—¡Hermano! —dice mi padre al verlo.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Es mi jefe.
—¿Maddison? —pregunta.
Al igual que yo, él está sorprendido.
No puede ser.
