Capítulo 38. El amor prohibido de la mafia

Gabriel.

Me llevé la mano a la mandíbula. El dolor era físico, pero la afrenta era peor.

De pronto, la puerta se abrió suavemente.

—Mierda, Gabriel.

Era Diego. Entró en el despacho con su paso mesurado, deteniéndose en seco al verme. Él no necesitaba preguntar qué había pasado. El desorden en mi...

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