


No soy fácil de intimidar
POV Isabella Thompson
Cierro la puerta tras de mí con más fuerza de la necesaria, pero es la única forma en la que logro contener la frustración que me consume. Apenas doy dos pasos por el pasillo antes de girarme bruscamente y soltar un susurro airado entre dientes.
—Idiota arrogante de mierda —mascullo, lanzando una mirada asesina a la puerta cerrada, queriendo poder decírselo a él en su cara.
Suelto un resoplido y levanto las manos en un gesto lleno de exasperación por no poder desahogarme con el engreído que se encuentra allá dentro.
—"Si va a trabajar para mí, tendrá que demostrar que puede manejar más que simples documentos desordenados" —repito en un tono burlón, imitando su voz con exageración— ¡Por supuesto, su majestad Blackwell! ¿Le lustramos los zapatos también? ¿Qué más desea, señor?
Escucho un ruido tras la puerta y me callo, sabiendo que quizás él puede ser capaz de escucharme porque hablé más alto de lo que debería. Contengo la respiración por unos segundos, esperado que su cara de amargado aparezca por esa puerta, pero no lo hace y puedo volver a respirar un poco más tranquila, aunque sigo igual de alterada gracias a él.
Sacudo la cabeza y me cruzo de brazos, dando un par de pasos de un lado a otro llena de ansiedad, aunque sé que debería marcharme, una parte de mi quiere volver a entrar y enfrentarlo para que sea claro y deje de jueguitos estúpidos.
«¿Para qué demonios me ha citado a esta hora? ¿Cuál es el propósito real detrás de todo esto?».
Obviamente quería que yo mal pensara lo que él me estaba diciendo y su propuesta, porque al final, no dijo nada especial más que dar órdenes como el mandamás que se cree.
Si lo único que quería era humillarme, hacerme ver que él tiene el control, lo ha conseguido. Pero si cree que voy a acobardarme, que voy a dejarme pisotear, está muy equivocado, no soy esa clase de persona. Puedo acatar sus órdenes, porque es mi trabajo ser su asistente, pero tengo mis límites y se los haré saber.
Aprieto los puños y respiro hondo. No, no voy a dejar que me desestabilice. No voy a darle ese placer y dejarle ver que puede salirse con la suya. Si Alex Blackwell quiere jugar, entonces jugaré. Pero no su juego, sino el que yo misma he venido a jugar aquí, con mis propias reglas.
Enderezo la espalda y retomo el paso, con la determinación grabada en cada uno de mis movimientos. Esto apenas comienza y él me está demostrando que es el hombre que creo que es, dándome más motivos para querer desenmascararlo.
Cuando llego a mi habitación, cierro la puerta con más suavidad. Necesito calmarme, poner mis pensamientos en orden antes de que esto se vaya a la basura antes de tiempo. Inspiro profundamente y observo el espacio a mi alrededor. Me doy más tiempo para mirar todo, ya que antes, cuando tuve que cambiarme, no tuve tanto tiempo para apreciar los detalles, porque hace unas horas me encontraba preparándome para una cita absurda que lo único que hizo fue elevar su maldito ego.
Recorro el lugar y me doy cuenta de que es más amplia de lo que imaginaba, está decorada con un lujo discreto que no encaja del todo con la frialdad de Blackwell. Las cortinas gruesas, la cama perfectamente hecha, el escritorio de madera oscura… todo grita orden y control, justo como él, aunque tiene un poco de calidez que la diferencia de lo que realmente él representa y del resto de esta mansión.
Camino lentamente por la habitación, tocando el respaldo de la silla, deslizándome por el borde de la cama. Necesito pensar en cómo hacer este espacio mío, al menos por ahora. Si voy a quedarme aquí, necesito sentirme cómoda, además, que creo que este será el único lugar que tenga en el que pueda escaparme de su molesta presencia. Tal vez pueda mover un par de cosas, encontrar un rincón donde pueda pensar sin sentirme vigilada.
Pero eso no es lo más importante, porque además de renovar un poco esta habitación, necesito conocer cada rincón de esta casa.
Este lugar esconde secretos. Estoy segura. Y si quiero encontrar pruebas contra Alex Blackwell, tengo que aprender cómo funciona todo aquí dentro. Los accesos, las habitaciones, quién entra y quién sale. Cada detalle puede ser útil. Necesito ser callada, sigilosa, pero, sobre todo, observadora. Aunque la parte de callada, él me lo dificulte.
Me acerco a la ventana y corro un poco la cortina. Desde aquí, puedo ver parte del jardín, que me sorprende al estar tan descuidado cuando todo está tan impecable. Todo se siente demasiado estructurado, demasiado calculado como para que esa parte externa, aunque trasera, esté descuidada, se siente fuera de lugar. Como si la casa en sí estuviera diseñada para encerrar más de lo que muestra.
Mi objetivo sigue siendo el mismo que me propuse desde el primer momento: descubrir la verdad. Y esta mansión, con su elegancia impenetrable, no será un obstáculo. Será mi mejor aliada si aprendo a moverme en ella con inteligencia.
Me giro hacia la cama y dejo escapar un suspiro cuando me siento, con cada minuto que paso en ella, me doy cuenta de lo sueva que es. Mañana será otro día. Y a partir de ahora, cada minuto cuenta así que debo aprovechar el tiempo. Es demasiado temprano para dormir, pero tengo una rutina que mantener porque el estar aquí no va a cambiar los hábitos que me llevó años construir. Saco mi móvil y dejo un mensaje de buenas noches, mencionándole que estoy bien a la única persona que sé que se preocupa por mí allá afuera.
Dejo mi móvil a un lado, preparándome para dormir temprano, quitándome ese horroroso uniforme que me acompañará estos días y durmiendo solo con una camiseta que encuentro.
El primer pensamiento que se me vino a la cabeza es que dicha camiseta quizás sea del señor Blackwell, pero desestimo ese pensamiento creyendo que, ese hombre tan estirado y superficial, primero se cortaría un brazo, antes de tener un gesto de amabilidad con alguien.
Cuando me recuesto en la cama, a punto de cerrar los ojos, escucho un mensaje de texto que me arranca una maldición de los labios, porque a este número solo me escriben dos personas y una de ellas, es el hombre para el que trabajo. Estiro mi mano hacia la mesa noche, sabiendo ya de quien se trata sin siquiera ver el maldito mensaje.
—Señorita, Thompson. Necesito que envíe un correo al gerente de una transnacional de la que soy socio en Tailandia, las indicaciones están en la oficina. Por favor, haga un trabajo eficiente y sígalas al pie de la letra. Tenga mucho cuidado con su ortografía y no me haga quedar en ridículo. No me moleste, supongo que es lo suficientemente hábil para enviar un simple correo.
Suelto el aire que tengo en los pulmones con fuerza y me tapo la cara, masajeando mi sien en el proceso.
«Tienes que acostumbrarte a esto, Isabella. Será por poco tiempo».
La idea de estar sola en su oficina, es la que me llena de impulso para volver a vestirme con rapidez e ir a hacer lo que se me demanda. Camino a paso apresurado tratando de evitar que vaya a decir que me he tardado demasiado.
Entro a la oficina y cierro la puerta detrás de mí. Sobre su escritorio, hay una hoja con las instrucciones precisas y una laptop diferente a la que lo ví usar.
«Maldito inteligente». Fui una tonta al creer que me dejaría usar su ordenador personal.
Enciendo la laptop y sigo sus instrucciones, usando una redacción impecable, para que el gran señor no se moleste.
Enviar el correo no me ha llevado mucho tiempo, así que, con el corazón latiendo de forma acelerada, me dispongo a buscar un poco.
Me siento en su escritorio y trato de abrir las gavetas, pero la más grande está bajo llave y la otra solo contiene un block de notas autoadhesivas que no tienen nada.
Sé que aquí debe haber algo, que necesito buscar con calma para encontrarlo.
Me pongo de pie y veo la biblioteca detrás de mí. Libros y libros de cualquier cosa aburrida que se le pueda pasar por la mente a alguien. En su mayoría de economía y finanzas.
Me rio de mi misma cuando la idea de que haya un compartimiento secreto al tocar algún libro se me cruza por la cabeza. He visto demasiadas películas que han arruinado mi cabeza.
Me dispongo a ver todo a detalle, no hay fotos, no hay nada que vuelva a este lugar un poco más cálido, familiar.
La puerta se abre y yo me sobresalto, la respiración se me corta al creer que es él, pero mi corazón trata de volver a su ritmo normal al darme cuenta de que es Leonardo, su mayordomo.
—El señor Blackwell dijo que la encontraría aquí, ha pedido que antes de dormir sea usted quien le suba su medicamento. Que toque tres veces la puerta y deje la bandeja en la mesa que está fuera de su puerta y se retire.
Frunzo el ceño al oír semejantes indicaciones. De todos los hombres que existen, yo vine a querer desenmascarar al más enigmático y ocurrente. Leonardo se me queda viendo por unos minutos, esperando que tome la bandeja y cuando me doy cuenta de que no se ha ido esperando por mí, lo hago.
—La habitación del señor Blackwell está a tres puertas a la derecha de la suya. Que tenga buenas noches, señorita…
—Isabella —lo interrumpo—. Por favor, llámeme, Isabella.
Él hombre me sonríe y asiente, en modo paternal, trayéndome recuerdos a la mente.
—Buenas noches, Isabella. Si necesitas algo, no dudes en decírmelo.
Me despido del hombre y subo las escaleras con cuidado. El equilibrio y yo, no somos buenos amigos, pero llego con el agua intacta en la bandeja y camino hasta quedar en frente de su habitación.
Me pregunto qué clase de medicamentos son estos, una debilidad que desconocía de mi enemigo y hago una nota mental para recordar que debo investigarlo.
Toco tres veces después de dejar la bandeja, tal y como el gran señor lo ha pedido y me marcho a mi habitación. Antes de cerrar la puerta, oigo como la suya se abre y me apresuro a cerrar con delicadeza, a ver si quizás se olvida de mi existencia esta noche y deja de molestarme.
Vuelvo a cambiar mi ropa y de nuevo un mensaje llega, por lo cual no puedo evitar quejarme.
—¿Siempre es tan ruidosa? En esta casa apreciamos el silencio. Odio el ruido de sus tacones, ¿qué talla es? Mañana le pediré unos más silenciosos. ¿O es que no sabe caminar con ellos?
Giro los ojos llena de fastidio por sus idioteces. ¿Realmente este hombre no tiene a quien molestar?
—El trabajo encomendado fue hecho, señor. Aprecio sus recomendaciones, Buenas noches.
Envío el mensaje, haciendo el celular a un lado, pero el sonido de su respuesta me hace lloriquear y arrepentirme de esto.
—¿Ya irá a dormirse, señorita? Recuerde, disponibilidad 24/7. Puedo necesitar de usted en la madrugada, para que me ayude con algunos asuntos…
«Maldito cabrón». Pienso sabiendo por qué usa esas palabras.
—Mi celular está encendido y estaré atenta a sus mensajes, señor Blackwell, por lo pronto, buenas noches.
Dejo en claro que no quiero que me moleste, pero que a la vez soy capaz de hacer mi trabajo. Me acuesto, sabiendo que esta noche no voy a dormir, porque otro mensaje llega. Sé que me está poniendo a prueba, que va a joderme hasta cansarse, pero voy a demostrarle una vez más que no soy fácil de intimidar.