07
Me despierto con el escozor en mi rostro. Tocó mi mejilla, algo permanece ahí sobre la herida, es una vendita, jadeo girando la cabeza hacia un costado. Todo el oxígeno se esfuma de mis pulmones cuando me topo con él. Se aproxima con un vaso de agua que anhelo tanto poder tomar, muero por hacerlo.
—Abre la boca, no tengo todo el día para ti —gruñe, acato, la primera gota que moja mis labios me da aliento y el primer sorbo me trae devuelta a la vida —. El doctor te revisó, no estás mal. Vas a recuperarte, solo es cuestión de días. Ten, es borsch.
Observó extrañada la sopa, a la par un trozo de pan. Su color es un rojo intenso, no tengo idea de qué contendrá, decidí comérmela. De todos modos es comida.
—Nos vemos pronto, tengo otras cosas qué hacer —explica retirándose sin voltear a mirarme otra vez.
No respondo, lo que sea que como sabe demasiado bien, quizá es mi voraz apetito lo que hace del peculiar líquido irresistible. Suspiro cuando voy por la quinta cuchara, decido probar el pan y alternarlo con la sopa. Un par de minutos después te has terminado de engullir. Me siento mejor. Mi estado desahuciado ha desaparecido.
Entonces me encuentro observando de un lado al otro el enorme espacio en que estoy. ¿Qué podría hacer en estas enormes cuatro paredes? Ojalá parara el decurso, ojalá pudiera huir. Mis ojos se anclan en el pomo de la puerta, girarlo será en vano, sin embargo con la ilusa esperanza de que puede cederme la libertad, avanzó hasta hacerlo girar, pero tiene seguro.
Joder, estoy encerrada, lo que no debería de extrañarme, igual duele, da impotencia y me enfurece al mismo tiempo, aprieto los dientes.
Vuelvo a la cama y me acomodo sobre las almohadas. En la desazón con frecuencia vuelven las preguntas. Cuestiones se agrupan en mi cabeza, pensamientos entreverados que no me ayudan, solo tejen hipótesis, alarmas falsas. En serio trato de buscarle sentido a mi secuestro, pero no halló ninguna conexión entre la mafia rusa y mi familia. La incertidumbre me bambolea, es un columpio que avanza y retrocede, no sé nada sobre estos tipos. Pero... ¿Qué información conocen de nosotros?
No puedo tomarlo con sapiencia, debo esclarecer las causas, algo que apunte a la razón. ¿Y si no existen motivos? ¿Qué pasa si realmente no soy yo la que debe de estar aquí?
Retuerzo las manos varada en la angustia que no se va, peor aún aparece con mayor ahínco, y vuelvo a fingir que duermo al sentir la llegada de una persona.
Los pasos estremecen la madera, a mí, solo parpadeo al notar que no es un hombre, que no es el lobo. Para sorpresa mía, se trata de una mujer de baja estatura, joven, de apariencia suave. Trae en sus manos un montón de... ¿Frazadas dobladas? Eso parece.
Desconozco cómo actuar frente a ella, pero me transmite confianza, por lo que me veo animada a entablar una conversación, al menos empiezo con un saludo.
—Hola, me llamo Luna Miller —me presento. Apenas sonríe y me pregunto si habrá entendido mis palabras —. No me has entendido, ¿no es cierto?
—Priviet —corresponde con una afable sonrisa —. Soy Alena, solo vengo a dejar esto en lugar de mi compañera, y sí, manejo un poco el idioma tuyo.
—Oye...
—Por favor, no intentes conversar conmigo, mira que estoy bastante ocupada y tengo terminantemente prohibido hablar con usted.
—No es mi intención perjudicarte, pero si pudieras ayudarme a salir, soy inocente, no hice nada malo para estar aquí encerrada —susurró desesperada.
—Lo siento, no puedo hacer nada al respecto —lamenta en un tono bajito. Luego se dirige al armario y acomoda lo que trajo en su sitio. Mi corazón late fuerte, palpita desbocado, la acometida duele, pero me destruye más que nadie haga algo por mí.
Pero es comprensible su actitud. Ella no se arriesgaría a perder su empleo, mucho menos a poner su vida en peligro ayudando a una simple desconocida. En su lugar, no lo haría por el mismo temor.
Antes de marcharse me mira con lástima, está atada, sin opciones, no está en sus manos ayudarme.
—No eres como ellos, lo veo en ti —emito en un susurro, pero audible.
—Sé que es inocente, y siento mucho que tenga que pasar por esto, solo le pido discreción y que obedezca, el joven Konstantinov no es cruel. —asegura retirándose con inmediatez.
¿Qué no es cruel? Debe de estar bromeando, Aleksander es el Diablo en persona.
Recuesto la cabeza sobre las almohadas apiladas. Acostada pienso en mi padre, en Grace, mi pequeña hermana de diecisiete años; fruto del matrimonio de papá con Amber, la mujer que desde que tengo uso de razón me ha cuidado con amor. Lamentablemente perdí a mi madre biológica de una enfermedad cuando aún tenía meses de haber nacido.
Jamás tuve la oportunidad de conocer a ese maravilloso ser que me tuvo en su vientre durante nueve meses, pero papá ha avivado su recuerdo en mí, partiendo de los gratos momentos que vivió a su lado.
De pronto pienso en el círculo social en que los Miller nos movemos, se cruzan ideas, posibilidades de que dentro de él estén personas que pudieran hacerme daño. Tantos porqués forman una mezcolanza en mi cerebro. No es un disparate creer a un allegado o amigo involucrado con lo que ahora vivo. En ese caso, ¿quién podría hacerme algo así?
Sigue siendo una interrogante.






















































































