Capítulo 10.

—Recuerda tu entrenamiento, mil doscientos treinta y tres —gruñó Markos, sin apartar sus ojos de mí.

El Bersaker levantó la cabeza a medias, jadeando como una bestia enloquecida. Luego soltó un rugido ronco y se arrojó hacia mí. Sus movimientos eran bruscos, descoordinados, torpes… tanto que solté ...

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