Diez

—Averi, espera—dice finalmente, y escucho que da unos pasos, pero su voz no es lo suficientemente fuerte como para haber llegado demasiado cerca—. Por favor, no te vayas.

Me detengo, pero no puedo darme la vuelta. Siento el calor en mis mejillas por la vergüenza. No necesito que me vea pareciendo u...

Inicia sesión y continúa leyendo