Cuarenta y dos

—Vamos. Regresemos a mi casa —dice, agarrando mi mano y llevándome del gimnasio de vuelta a su apartamento. La culpa me invade por arruinar lo que sea que él quería mostrarme.

—Lo siento —murmuro una vez que se sienta en el sofá junto a mí.

No puedo mirarlo, temiendo que si lo hago, empezaré a llo...

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