Capítulo 3 La colisión.

Capítulo 3.

La Colisión.

Gustavo siente una satisfacción profunda. Ella es compleja, real, y está disponible. Se ofrece a llevarla al instituto.

— Gracias por todo.— le dice ella.

— Gracias a ti, has distraído mi mañana, espero que tengas buen día y que todo salga bien en tu clase.

— Igualmente.

En la despedida, Tamara se va agradecida, pero con un escalofrío: ese rasgo familiar, esa intensidad en sus ojos, le recuerda a Domini, aunque no puede descifrar por qué.

Nuevo inicio.

Desde ese día, sus encuentros casuales se vuelven deliberados y constantes. Las citas avanzan a sexo, diferente al fuego voraz que compartía con Domini. Gustavo es su puerto seguro. Un año y medio después, él le pide matrimonio. Meses más tarde, se casan en una ceremonia íntima.

La única nube es la ausencia de su hijo. Gustavo siempre habla de Nikolai con dolor, pero sin profundizar. Viaja a verlo, manda regalos, pero las distancias persisten.

Hasta que el diagnóstico llega.

— Señor Alcázar, me temo que tengo malas noticias. Tiene diabetes tipo 2 — anuncia el doctor en su consulta privada. — A través de los problemas cardíacos anteriores, la enfermedad no controlada causa daños graves en el cuerpo. Puede llevar a un ataque cardíaco, un derrame cerebral o insuficiencia renal. Necesita iniciar tratamiento.

La noticia es un golpe de gracia. El miedo a la muerte lo enfrenta a su mayor fracaso: su hijo.

Destinó.

Domini Lombardi aterriza en Brooklyn, pero su viaje no es solo por negocios, sino sobre el recuerdo de una mujer. Aprovecha su viaje de negocios para mantenerse cerca de las coordenadas que ha conseguido de Tamara, la profesora de idiomas en la gran ciudad.

Su padre, Gustavo Alcázar, ha insistido en verlo. Ha llamado varias veces, su voz es tensa y extrañamente vulnerable. Domini, que usa el nombre de Domini para distanciarse, finalmente accede. Se encuentra con Gustavo en una cafetería discreta, a unas pocas cuadras de su empresa.

Gustavo luce envejecido, sus manos tiemblan levemente al sostener la taza de té.

— Me alegra tanto que hayas venido, Nikolai — dice Gustavo, evitando el contacto visual. — Sé que he sido un… un desastre. Pero me gustaría que vuelvas a casa, que vengas y te quedes conmigo un tiempo.

Domini observa a su padre, sintiendo la obligación más que el afecto.

— Domini, Gustavo, tú Nikolai no existe. Él motivo de mi viaje no fue para verte, vine por la empresa, tengo mis propios asuntos en la ciudad — responde Domini, la voz medida y fría.

— Lo sé, lo sé. Solo quisiera que pudiéramos compartir unos días, por lo menos ven a cenar esta noche a casa, me gustaría que vinieras y poder presentarte a mi esposa, ella…— Dominilo interrumpe.

— No estoy interesado en formalizar con tú nueva pareja Gustavo.

— Te lo pido hijo.— insiste Gustavo, elevando la voz. — Estoy enfermo, Nikolai. Gravemente enfermo.

— ¿Es otro chantaje? ¿Quieres lavarme el cerebro? Ya no soy una adolescente Gustavo, me acerco y lo jodes todo, termino pagando por tus desastres, ¿Lo olvidas?

— Lo sé, lo sé, hijo, perdóname, te juro que he cambiado, que ese hombre que te hizo tanto daño ya no existe, solo te pido una última oportunidad, ven está noche a casa, solo está vez.

Domini asiente, toma su abrigo y se levanta mirándolo con desprecio.

— Lo pensaré.— Responde, dando media vuelta para irse.

En el pasado, Domini era el único que creía en él, sin embargo, gracias a las adicciones de Gustavo, su hijo pagó un alto precio por su lealtad, casi le arruina la vida, y con ello la de su madre.

La Presión de la Madre

Una vez fuera, Domini llama a su madre. Ella ya está al tanto de la llamada de Gustavo.

— Tienes que ir, Domini — dice su madre, su voz autoritaria y preocupada.

— No quiero conocer a su esposa, madre. Y no quiero esa patética cena de reconciliación.

— Sé que no quieres. Pero tu padre está gravemente enfermo. Me llamó llorando. Dice que quiere dejar sus asuntos en orden. Tienes que ir, escuchar, y ver por ti mismo. Es una obligación. Él es tu padre, no importa lo que hizo ahora, si con tu presencia él por fin nos dejar en paz.

Domini cierra los ojos, sintiendo la resignación. La idea de ver a su padre en ese estado, y la curiosidad por conocer a la mujer que consiguió domar a Gustavo, pesan más que su resentimiento.

— Bien — cede él. — Iré a esa maldita cena.

La Cena de la Ansiedad.

En la mansión de Gustavo Alcázar, Tamara prepara todo. Está nerviosa. Por primera vez, va a conocer al hijo de su esposo. Gustavo le ha mostrado fotos antiguas, un niño de quince años en el celular, un cuadro de un joven melancólico en la sala. Sabe que tiene veintiséis años, pero no imagina cómo será en persona. Siente una emoción genuina. Desea que sea un éxito, que este encuentro traiga paz a su esposo.

Prepara una cena deslumbrante, cada detalle es perfecto. Ella misma se viste para la ocasión: un vestido de seda negro, elegante y discreto. Mira la hora una y otra vez.

Gustavo, en la sala, está al borde. A pesar de las súplicas del doctor, empieza a tomar de más. Sirve la tercera copa de scotch.

— Va a venir, ya verás, cálmate — dice Tamara, acercándose para tomar el vaso de su mano, intentando calmar su angustia.

Treinta minutos pasan en una agonía tensa.

De repente, un rugido grave rompe la quietud de la noche. El motor potente de un Lamborghini negro cruza el portón, sus luces de xenón iluminan el interior de la mansión a través de los ventanales. El sonido es arrogante, impaciente.

Gustavo y Tamara se mueven a la entrada, listos para recibirlo. La puerta se abre con un silencio dramático.

Domini aparece en el umbral. Viste un traje a medida, elegante, oscuro, que acentúa su físico impecable. Su presencia llena el salón.

Gustavo lo mira, sus ojos brillan con lágrimas no derramadas.

— ¡Hijo, bienvenido!

Pero el joven no responde a su padre. Sus ojos oscuros se fijan en Tamara. Los ojos verdes de ella se abren desmesuradamente, reconociendo al instante la mirada, el desafío.

La expresión de ambos es un volcán de emociones que permanecía dormido.

— Me pediste que viniera. Aquí estoy — dice Domini, sin apartar la mirada de Tamara.

— Sí, sí, mi muchacho, adelante, pasa. Permíteme presentarte a Tamara Adán, mi esposa. Tamara, él es mi hijo, Nikolai Domin Alcázar Lombardi.

La tensión en la estancia es irrespirable. Ella es la primera en reaccionar.

— Es un placer, Nikolai — dice ella, extendiendo tímidamente la mano.

Domini ignora la mano. Aprieta la mandíbula, y corta la distancia entre los dos, su intensidad es un arma dirigida únicamente a ella.

— Mi nombre es Domini, tú lo conoces bien.— Susurra para ambos.

— Por favor, no… — Suplica ella, la preocupación descrita en sus ojos.

Gustavo quien nota la tensión, se aproxima tomando a Tamara de las caderas.

— ¿Ustedes se conocen?

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