CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

Vincenzo Santoro.

El coche se detuvo frente a la puerta principal de la mansión y antes de salir, me miró.

—Vuelve a mí. —Me incliné y besé sus labios carnosos.

—Siempre, no estoy tan loco como para morir y dejar que otro hombre te tenga. —Hablé posesivamente.

—No quiero a otro hombre, solo a mi...