CAPÍTULO 2: ¿CUÁNTO POR ELLA?
Mientras Darwin baja las escaleras solo puede pensar en que ya han pasado nueve años desde que vio a su familia y a su ex esposa.
Nueve años parece suficiente tiempo para olvidar, pero no para él, quien era un senador adinerado, candidato a la presidencia en Gales, que pasó seis de esos nueve años en la prisión Belmarsh por asesinato, conspiración, y por si fuera poco, medicado por un trastorno de personalidad compulsivo controlador.
Algunos se preguntarán cómo es que pudo salir libre después de todo. Bueno, aunque su hermano menor había heredado toda la fortuna de su padre, Darwin tenía dinero ahorrado en las Islas Caimán, y debido a que estaba arrepentido por sus actos, y había respondido bien a sus terapias, le dieron libertad condicional después de los primeros cinco años. Luego ayudó a Magnus a salir de la misma forma, y ambos estuvieron un año entero asistiendo semanalmente al juzgado con sus abogados.
Ahora solo tienen que asistir al juzgado una vez al mes y presentar seguimiento de su condición mental, pero consiguieron tener permisos de viajes y demás, gracias al dinero.
Darwin escucha el grito de Magnus y espera que este lo alcance para bajar en silencio.
Al llegar al estacionamiento es Magnus quien habla.
—Martín es una espinilla en el culo.
El ojigrís sacude la cabeza.
—No. Solo se le hace extraño que nunca hablemos de mujeres.
—No es su problema.
—Sí pero… No lo sé… Me amargó porque es cierto… —confiesa, recostándose del auto—. Nueve años desde que mi vida cambió, y no he tocado a ninguna mujer.
Magnus se recuesta del auto a su lado, pensativo. Mentiría si dijera que él lleva la misma cantidad de años. La verdad es que por un tiempo pensó que sus impulsos sexuales podrían detenerse, pero ni con los tristes recuerdos de las dos mujeres de su vida pudo calmarse. Solo cuando se vino a España y prometió junto a Darwin que no tendrían aventuras en sus vidas, fue que pudo contenerse; pues no quería fallarle al único amigo que había tenido en su vida.
—Bueno eso sí es mucho tiempo, amigo —agrega, divertido, por lo que Darwin rueda los ojos—. Dijimos que no tendríamos ninguna aventura pero… ¿Qué si es una sola noche? Quizás ayudaría con tus sueños húmedos.
—Magnus, cállate.
Darwin se rehúsa. Antes de la promesa con el ojiazul, lo intentó, pero cada que lo hacía solo podía ver a su ex esposa llorando y esa imagen lo hacía retractar.
—Darwin espera —pide, deteniendo que cierre la puerta del auto—. ¿Y si te vendan los ojos?
—Magnus, por favor, no seas ridículo…
Comienza a fastidiarse con el tema pero cuando ve el rostro sugerente de Magnus no puede evitar pensar en sí debería intentarlo. Aunque es más tranquilo que Magnus admite que últimamente cualquier cosa puede hacerlo estallar incluso tomando sus medicamentos, por lo que quizá sea la falta de sexo.
—Suponiendo que lo estás pensando… ¿A dónde iríamos?
Al ojiazul comienza a agradarle la idea pero lo esconde bien. Dos años sin sexo para él se siente peor que los cuatro años con terapias en Belmarsh.
—Está bien, llama a Martín.
El ojiazul rueda los ojos porque pensaba que podrían buscar por su cuenta, pero entiende el punto al no conocer bien la ciudad.
Martin, que está cerca, se regresa, pidiéndoles con entusiasmo que lo sigan en el auto.
Magnus y Darwin se ven por los retrovisores y comienzan a sentir que es una mala idea. Pero cuando estacionan frente al Antro ya es demasiado tarde.
No parece ser un lugar que personas ricas frecuentan y eso está bien para ambos. Así que ajustando sus sacos, siguen a Martin.
El primer pensamiento que tiene Magnus es su antiguo club, uno donde era aliado con su ex esposa, y fue demolido después de que los encarcelaran. Y como el lugar le trae recuerdos abrumadores, disminuye el paso.
Mientras tanto, para Darwin, que es al menos la tercera vez que entra a un lugar así en su vida, lo incita a seguir para que se sienten en una esquina junto a Martín.
De inmediato llega una mujer de busto voluminoso.
—¿Qué se les ofrece, caballeros?
El ojigrís examina el lugar de luces tenues y música erótica, dándose cuenta que en cada mesa hay al menos dos hombres con mujeres medio desnudas, restregándose en sus muslos o susurrando cosas, lo que comienza a inquietarle. Hace mucho que no disfruta nada de eso, pero tampoco es que su ex esposa fuera así de atrevida con él, pues Ámbar solo hacía lo que él le decía que hiciera.
Ninguno de los dos amigos se da cuenta de que Martín pide mojitos y tres chicas, así que cuando las tres chicas llegan con sus bebidas para sentarse a sus lados, los amigos se ven a la cara, dudando.
—Así no es como quiero que comience —murmura Darwin, con lo que Magnus está de acuerdo.
—¿De qué hablas, cielo? ¿Acaso no te gusto? —cuestiona la mujer pelinegra a su lado, pasando la mano por su pecho, por lo que Darwin detiene su mano.
—Quiero hablar con tu jefa.
—Ohhhh. ¡Por fin! —Martín se emociona al verlo en acción.
Magnus le asiente a su amigo. A él también le gustaría elegir a una chica. Y es que tomar el control desde el primer momento es algo con lo que se identifican muy bien.
Las tres mujeres se quedan con Martín y llega su Madame. Esta guía a los amigos a un pasillo luminoso aparte, diciéndoles el costo del tipo de las habitaciones que hay, y el hecho de que las chicas detrás de esas cortinas moradas son exclusivas del antro.
Darwin y Magnus se ven de reojo, sorprendidos por la organización de lo que creían un antro cualquiera.
La Madame comienza a abrir las cortinas que marcan “disponible”, y en cada habitación se muestra a una mujer con poca ropa, acostadas en una posición comprometedora en camas o sillones de cuero.
La mayoría pelinegras, ninguna del tipo de Darwin o Magnus.
Pronto, los dos comienzan a aburrirse porque ninguna llama su atención, pero de repente algo los hace reaccionar, y es el hecho de que una mujer morena desnuda corre fuera de una de las habitaciones.
—¡Mierda! —masculla ella rebotando con ambos y cayendo al suelo.
Los tres pares de ojos la observan. Madame con una mirada que juzga pero Magnus y Darwin contienen el jadeo de la fascinación que les causa. La mujer de ojos verdes, piel morena brillosa, cabello color chocolate con ondas, de perfectos pechos duros, cintura pequeña y piernas de acero parece sacada de la fuente de lo exótico. Lo que hace que ambos deseen tomarla.
Todavía tienen los ojos en ella cuando un hombre sale de la misma habitación, arrastrándose en el suelo, sangrando.
—Esa… ¡Maldita perra! ¡Me mordió una bola! —grita sollozando.
Madame se inclina para tomar a la morena por el cabello y darle su merecido castigo, pero antes de que comience a arrastrarla desnuda por todo el pasillo, los amigos intervienen.
—¿Cuánto por ella? —cuestionan al unísono, para luego mirarse a la cara, por primera vez, sintiendo la competencia entre ellos.





























