Capítulo 10

Erika Intriago se preparó para un nuevo día de clases, salió con la sonrisa de siempre, estar con sus pequeños era lo que ella más amaba, sus alumnos le hacían olvidar aquel dolor de hace cinco años.

Una vez que los padres entregaron a los pequeños, les hizo formar y los llevó hasta el aula jugando como el tren.

Antes de que la puerta del instituto fuera cerrada, la fuerte mano de un hombre la detuvo.

Desde el auto negro, el pequeño Martín bajó eh ingreso a la escuela tomado de la mano de su representante, llegaron hasta la oficina de la directora.

—Señor Vélez... —La directora miró al pequeño y lo saludo.

—¿Aun hay cupos? —inquirió el hombre.

—Claro que sí, como no sabía si lo estudiaría aquí nuevamente, deje un cupo apartado.

—Muy bien —El hombre se inclinó y miro a su pequeño—. pórtate bien, obedece a la profesora y saca excelentes calificaciones —Aconsejo.

Dicho eso miro el reloj y se dirigió a la directora.

—Tengo una reunión importante, como sabe acabo de regresar, no me queda tiempo para hablar con la nueva maestra...

—Está bien, no se preocupe, cuando tenga tiempo le preparo una reunión junto a ella, ahora me llevaré a Martín al aula —Dicho eso la directora llevó a Martín hasta el aula de clases, una vez ahí le entrego a Erika una nueva lista de los alumnos.

Cuando Martín traspasó el mural de la puerta, Matías corrió abrazarlo, ambos soltaron sus mochilas y se abrazaron como dos adultos al encontrarse.

Los dos niños se habían llevado muy bien desde el año anterior, la simpatía se dio por obra del destino, los dos niños cumplían año el mismo día, la misma edad, sobre todo, eran como ellos siempre decían "Gemelos".

Erika contempló con ternura a los dos hombrecitos parado en medio del aula, aún seguían abrazados y palmándose las espaldas.

—Te extrañé, me fui de viaje y conocí muchos lugares...

—Yo también amigo —Acoto Matías.

Recogieron sus mochilas y caminaron abrazados hasta los pupitres, el pequeño Martín acababa de regresar de un largo viaje por Europa.

—Atención mis niños —Palmo las palmas de sus manos Erika —Empezaremos la clase —Ignorando lo que la profesora decía, los dos pequeños continuaron conversando. Con la sonrisa y amabilidad de siempre, Erika se acercó a ellos— ¿Qué pasó jovencitos, pueden dejar la plática para el receso?

—Está bien maestra —ambos asintieron, los ojitos bailarines de Matías enamoraban a Erika, esta última se percató que Martín, también tenía los ojos verdes, el parecido entre ellos era mucho.

Acaricio ambos rostros y se dirigió a su escritorio, tomó la nueva lista en su mano y empezó a pasarla. Cuando llegó hasta el apellido de Martín, se puso pálida.

—Martín Vélez...

—Presente profesora —Respondió aquel pequeño.

¿Vélez? Ese apellido desencadeno montón de recuerdos en su cerebro, sintió su corazón estremecerse.

—Ya vuelvo —Camino hasta dirección, necesitaba comprobar de qué familia provenía el niño.

—Permiso, directora.

—Adelante ¿Que se le ofrece?

—¿Podría revisar la carpeta del niño, Martín Vélez?

La directora carraspeó su garganta.

—Licenciada Erika, ese expediente es privado, no tenemos ordenes de revelarlo.

—¿Por qué?

—Asuntos personales del abuelo de Martín, con la información que se le dio es suficiente, no tiene que rebuscar más para averiguar sobre la familia del pequeño Martín...

—Pero directora...

—¿Que necesita saber licenciada? cualquier inquietud que necesite saber sobre el niño Vélez, yo puedo informarle.

—Necesitaba llamar a sus padres para conocerlos personalmente.

—Ellos murieron, su abuelo está a cargo, ¿algo más que necesite saber? —La mirada fija y penetrante de la mujer, la hizo flaquear y desistió de investigar.

—Nada más, muchas gracias —Salió de la dirección decepcionada. Mientras caminaba pensaba en lo loca que se estaba volviendo. Su deseo por querer saber sobre su hijo, le hacía imaginar que cualquiera de sus alumnos podría ser, más cuando uno de ellos tenía el apellido de su ex.

—Tengo que encontrar a mi nana, es la única que puede ayudarme —Murmuró para sí misma.

Llego hasta el aula, empezó a dar la clase sin dejar de contemplar a Matías y a Martín, quizás estaba loca o algo parecido, pero esos niños tenían un no sé qué, que le hacían volar en pensamientos sobre su hijo, así paso hasta que salió de clases.

En otro lado, dentro del elegante y lujoso Hilton Colón, se reunía Pedro con Margo, los dos planificaban la vida de Santiago como si fuera un niño al cual podían manejar.

—Hay que acelerar la muerte de Lucero, es lo único que nos ayudará, mi hijo ya tiene veintiocho años, si esa mujer no muere pronto estamos perdidos —Planteó Margo.

—No creo sea necesario, dentro de unos meses la mujer morirá, hemos esperado mucho, qué más da esperar unos meses más —Farfulló Pedro.

—No estoy dispuesta a esperar, necesitamos que Santiago se vuelva a casar con una mujer que si le pueda dar hijos.

—Pero matarla es una crueldad, por favor Margo no serás capaz de hacer eso...

—Por supuesto que yo no lo haré

—Entonces ¿quién lo hará?

—Tú ¿quién más? —Pedro se quedó gélido.

—Estás loca, jamás he asesinado a alguien...

—Entonces será tu primera vez —Acoto la mujer interrumpiéndole—. Es eso, o la fortuna pasara a los Urrieta y el apellido Rúales quedará en segundo plano, ¿quieres eso?, ¿quieres que el hijo de tu cuñado y tu hermana sea el nuevo heredero?

—Por supuesto que no

—Entonces hazlo —Dicho eso, Margo se levantó y se marchó, dejando a Pedro perplejo y sumergido en un vaivén de pensamientos. Se preguntaba ¿por qué su hermano no estaba ahí para resolver esos asuntos?, era su deber como exlíder hacer cumplir la ley, no obstante, desapareció una vez que entregó el mandato.

Al mismo tiempo, en la mansión de los Urrutia, Esteban inhaló del tabaco al tiempo que craneana que hacer para que el anciano (su suegro) despoje a Santiago del liderato y se lo entregue a su hijo.

Los días transcurrieron y las visitas recurrentes de Erika alivianaban el corazón de Lucero, cada día se convencía más que esa, era la mujer ideal para su esposo, y más, cuando supo aquella verdad. Matías estaría junto a quien siempre debió estar.

Por la tarde de un lunes, donde el cielo parecía que se rompería en pedazos por los escandalosos truenos que retumbaban en las nieves grises anunciando una gran tormenta. Erika llegó a la mansión Rúales y la enfermera de Lucero le encamino hasta la habitación donde se encontraba.

—Gracias.

—No se esfuerces mucho —Aconsejo la enfermera y se retiró de la habitación, dejando sola a Erika con Lucero.

—¿Como te encuentras, Lucero?

—Mal —Mojo sus labios recesos con la lengua y profeso—. Son días los que me quedan —Los ojos de Erika se iluminaron y un nudo en su garganta se quedó atravesado en ella—. Ven siéntate —Erika se sentó sobre la cama, donde le indicaba su amiga—. Licenciada, para nadie es un secreto que moriré dentro de muy poco tiempo, lo que voy a pedirle es algo que —Lucero tomó aliento y volvió hablar—. Quiero que cuide de mi hijo y de mi esposo.

—¿Por qué me pide eso a mí?

—Porqué es la mujer perfecta para Santiago —La respuesta de Lucero dejo perpleja a Erika, incomoda se levantó de la cama y aturdida por lo que acababa de escuchar.

—Soy la maestra del niño Matías y le doy la certeza que lo cuidaré cuando usted falte, y mientras sea mi alumno —Afirmó.

—No maestra, no quiero que sea solo la maestra de Matías —Su respiración se iba volviendo más pesada y dificultosa—, quiero que sea la madre de Matías.

—¿Qué? Pero… ¿Estás escuchando lo que me está pidiendo? Es usted su esposa…

—Escuche… —Lucero sentía que no le iba alcanzar el aliento para decirle, por ello culminó—. Prométeme… que no los dejarás solo.

Tragando grueso Erika se acercó a Lucero, notó que la mujer hacia un esfuerzo para respirar, y hablar le dificultaba más la respiración, así que, para no esforzarla más, dijo.

—Está bien, prometo estar pendiente de ellos, pero ya no se esfuerce más, me iré y la dejaré descansar —Erika intentó salir, pero con debilidad Lucero la detuvo.

—No licenciada, yo no quiero que esté pendiente así nomás, júreme que nunca los dejara y que le dará una oportunidad a mi esposo —Erika frunció el ceño, su frente se acartonó y suspiró—, prométame que se casará con él.

—Yo no puedo prometerle eso, lo que me pide es...

—Es mi último deseo, Matías necesitará una mamá, por favor —Ante la insistencia de Lucero, Erika se quedó pensante—. No hay mucho tiempo Licenciada, necesito morir con la esperanza de que usted...

—No hable más Lucero, llamaré a la doctora.

—Ya nada podrá evitar mi muerte, solo quiero escucharla decir que si lo acepta —La respiración de Lucero se volvió más difícil, tomada de la mano de Erika y con el último aliento que le quedaba cuestiono— ¿Promete que lo hará?

—Lo… —No pudo terminar la frase porqué la mano que sostenía se desvaneció indicando que la vida de Lucero se había ido.

Erika salió en busca de ayuda, abrió la puerta y empezó a gritar con desesperación. Santiago acababa de llegar, los gritos que provenían del segundo piso lo detuvieron por un instante, acto seguido, deseando que nada malo hubiera pasado se dirigió al pasillo donde se encontró con Erika.

—Lucero, Lucero se puso mal...

Santiago caminó a pasos largos y rápidos, vio a su esposa desmayada sobre la cama, lo primero que hizo fue buscar la medicina de Lucero, pero no la encontró, cuando la encontró, la doctora dijo.

—No hay nada que hacer, Lucero se ha ido.

Aquellas palabras fueron navajas clavadas en el corazón de Santiago, movió la cabeza en desaprobación, se inclinó y tomó en sus brazos el cuerpo de Lucero.

—No me dejes por favor, amor, amor escúchame no me dejes te lo pido —La abrazó con tantas fuerzas, pero ya no sentía la respiración—. Lucero háblame, por favor te lo pido, responde —Rechinó los dientes al mismo tiempo que movía el cuerpo que sostenido sobre sus manos, con debilidad la cabeza de su esposa cayó hacia atrás. El sollozo de Santiago se hizo más fuerte dejando caer torrenciales de lágrimas sobre el rostro de su amada. Se aferró a ese cuerpo como un surfista se aferra a la tabla de surf, hizo añicos el corazón de todos los ahí presentes.

—Mamá... —Santiago despejó la visión y gritó.

—No lo dejen entrar —Con la voz quebrada lo pidió, Erika salió y lo tomó a Matías en sus brazos.

—Quiero ver a mamá, necesito ver a mamá —Si Santiago logró hacer añicos el corazón de Erika, el pequeño Matías terminó por descomponerla. Gruesas lagrimas rodaron por las mejillas de Erika, las limpió antes que Matías las vea, necesitaba darle fuerzas.

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