CAPÍTULO 2.

Cuando se dio cuenta de la sangre caída en el suelo, se preocupó por Erika y la recostó sobre la cama, luego se dirigió a la puerta para llamar a su jefa, Erika le tomó de la mano antes que saliera

—¡Déjame morir!, ya no tengo fuerzas para vivir, Adrián me abandonó y mi hijo murió. No le llames ¡por favor nana! Si vas a llamar a alguien, que sea mi padre.

Con un nudo en la garganta, Piedad bajo las escaleras para llamar a Diego, se dirigió al teléfono más lejano de la mansión, marcó rápidamente, esperando que el hombre, contestara pronto.

Este último, se encontraba en la oficina. Cuando el celular sonó, miró el móvil entrecerrando los ojos, ya conocía ese contacto, y quien estaba llamando. Dejó pasar la primera llamada, al sonar la segunda, contestó. Antes de hablar, carraspeó la garganta.

—¿Qué sucede?

—Señor, la niña ya dio a luz

—¿Qué? ¡¿en serio?! ¿ya soy abuelo?

—¡Si, pero!

—¿Qué sucede, Piedad?, ¡Piedad!, ¡responde!

Gisela, se encontraba parada tras de piedad. Al dejar el teléfono en su lugar, se giró. Quedó frente a frente con su jefa. Aquella mujer, la fulminó con la mirada, la miraba con tanto odio, era como si quisiera despellejarla viva. Tragando grueso piedad titubeo.

—Señora…

—¡Cómo te atreves! —Resopló con ira Gisela al mismo tiempo la abofeteaba con ambas manos— ¡¿Con qué derecho divulgas lo que acaba de suceder!?

Con los ojos llorosos, Piedad tartamudeo.

—Señora… yo solo le llamé al señor Diego para informarle que Erika estaba sangrando.

—¡Cállate, mentirosa! ¿Me crees estúpida? —gruñó rabiosa. Piedad intentó explicar, pero la mujer no le dejó continuar— ¡Lárgate ahora mismo de mi casa! —Saco la chequera y le entregó un cheque— ¡No te atrevas abrir la boca! ¡porque de hacerlo, te mato! —lanzó amenazas punzantes.

—Señora ¡por favor no me corra!, le juro que no diré nada, no tengo donde ir.

—¡Lárgate de mí mansión ahora mismo!, ¡no quiero verte! Es una buena cantidad de dinero, con eso puedes tener una vida digna donde vayas.

—Pero la niña Erika, ¡ella necesita atención médica!

—¡Largo!, de ella me encargo yo —Gritó con furia mientras la empujaba.

—Déjeme ir por mis cosas.

—¡No! —Escupió rabiosa—. Todo lo echaré a la basura, no tienes derecho a llevarte nada, porque todo te lo he dado yo, maldita bastarda ¡lárgate ahora o no respondo!

En medio de una gran tormenta, Piedad abandonó la mansión Intriago. Aunque gritaba y lloraba con fuerzas, su llanto sedante bajo la tormentosa lluvia, no se escuchaba.

—¡Perdóname mi niña! ¡Lo siento tanto! —sobre el frío suelo se dejó caer. Miraba fijamente al oscuro cielo, para tratar de encontrar una razón del porqué se había dejado convencer de su media hermana para cometer un acto tan aberrante hacia la luz de su vida.

Con su ropa mojada y temblando de frío, decidió regresar al orfanato. Estaba dispuesta a recuperar el hijo de Erika, costara lo que costara. Una vez que llegó al orfanato, tocó el timbre. Iba a reclamar el niño hasta que se lo devolvieran, pero después de pensarlo bien, desistió de la idea.

Si reclamaba, las monjas llamarían a la policía. Y si la policía sabía que su jefa y ella abandonaron el niño, seguro irían a prisión. Ella no podía ir a prisión, no hasta que le devolviera el niño a Erika. No estaba dispuesta a pasar el resto de año tras las rejas, sin poder hacer nada por calmar el vacío de su niña.

Por otra parte, Diego llegó a su casa, camino a toda prisa y con alegría subió las escaleras. La sonrisa dibujada en su rostro se esfumó al encontrar a su esposa en el pasillo.

—¿Dónde está mi nieto? ¡quiero verlo!

Con frialdad en su mirada, Gisela respondió.

—¡Nació muerto!

—¡!Qué!!

—Lo que escuchaste, aquel bastardo nació muerto.

La noticia le cayó como balde de agua fría.

—¡No lo creo! —pasó por su costado para entrar a la habitación.

Al ingresar a la habitación, se encontró con su hija tendida en la cama, pálida como un papel. A Diego se le hizo chiquito y arrugado el corazón al ver a su hija en ese estado. Al recorrer la mirada por ella y ver la sangre sobre su vestido blanco alarmó su corazón.

—¡Eres una maldita! —Reprochó con odio hacia su esposa que se encontraba tras de él.

Sin dejar pasar el tiempo, agarró a Erika en sus brazos y salió. La fuerte lluvia que caía del firmamento parecía partir el cielo. Al salir, sus cuerpos se mojaron. Pero el agua no sería impedimento para llevar a su hija al hospital. Lo más rápido que pudo la acomodó en el asiento del copiloto. Encendió el auto y salió a toda prisa.

—¡Aguanta mi princesa! ¡por favor te lo pido!

Las lágrimas obstaculizaron su vista. El miedo y la angustia se apoderó de él. Presionó el acelerador para llegar más rápido. Al llegar, se adentró a emergencia gritando como loco.

—Ayuda ¡por favor! —Cargando su hija desmayada sobre sus brazos, Diego caminó por los fríos pasillos del hospital.

Después de varios días, Gisela lloraba tras el patio de su casa y frente a una lápida, en esta se encontraba tallado la frase que decía: “DESCANZA EN PAZ, ERIKA INTRIAGO”

Las lágrimas sedantes y sus gritos de agonía le hacían maldecirse a sí misma. Por su arrogancia y prejuicio había perdido a su única hija. La muerte de Erika había desgarrado su alma por completo, si bien ella estaba enojada con su pequeña por haberse embarazado a tan temprana edad, la amaba y, nunca deseo que muriera.

Tras de haber perdido a Erika, también perdió su esposo, este la abandonó y le pidió el divorcio, luego de eso se marchó al extranjero.

Era un día luminoso en la capital de Ecuador. El sol resplandeciente había apartado las nubes dejando un cielo despejado e infinitamente azul.

En la mansión Rúales, un niño jugaba con su dinosaurio, al mismo tiempo observaba la televisión imitando los movimientos que realizaban los dibujos.

En el mismo salón, se encontraba un apuesto y acaudalado caballero leyendo el periódico: Santiago Rúales observaba sobre el filo del periódico a su pequeño hijo bailar, saltar y cantar como lo hacían los dibujos.

La alegría con la que realizaba las imitaciones, le hacía sentir feliz. Soltó un suspiro profundo y continuó mirándole prudentemente.

Estaba tan concentrado observando a su hijo, y cuando unos labios rozaron su cuello, provocando una tensión en su cuerpo, rápidamente se giró a ver quién estaba detrás.

—¿Qué haces? —Cuestionó mirándole con frialdad, a la mujer.

—San...

—No me llames así. Solo ella tiene permitido llamarme de esa forma —Bramó mirándola con enojo.

—¡Perdón!

La imprudencia de su cuñada le molestó, y no solo a él, también al pequeño Matías, el cual lanzó el dinosaurio por los pies de su tía, para luego correr hasta la habitación donde se encontraba otra mujer. Lentamente abrió la puerta, suspiró al ver a su madre sobre la cama.

Con la poca fuerza que le quedaba, Lucero Fuentes, le regaló una sonrisa a su hijo.

—Mi Mati —Aquel niño corrió a la cama, se recostó junto a ella, al mismo tiempo palmó un beso en la frente de su madre, se metió bajo de las sábanas y musitó.

—¡No quiero que te mueras mamá! —con esa petición hizo trizas el corazón de Lucero.

Ante la solicitud del pequeño, la mujer con cáncer terminal sonrió y preguntó.

—¿Quién dijo que moriré? —Cuestionó al besar la cabecita de Matías.

Con los ojitos iluminados, Matías miró a su madre, esa triste mirada verdosa terminó soltando una lágrima.

—La tía Lore.

¡Maldita bruja! Murmuró para sí misma Lucero. Deseaba poder levantarse y arrastrar a su hermana de los cabellos, por haberle hablado de esas cosas a su pequeño hijo.

—La tía Lorena solo estaba bromeando —Expresó. Fue lo único que se le ocurrió decir para animar el corazoncito de su tierno niño.

—No mamá, ella dijo que no era broma, también dijo que cuando mueras se casaría con papá y me mandaría en un recorrido del basurero —Formó un puchero, al mismo tiempo dejó rodar las lágrimas—. Mamá —pronunció con la vocecita aguda—. No te mueras, no permitas que me mande en el basurero ¡me da miedo!

Esa petición, formó un nudo en la garganta de Lucero. Las lágrimas que había retenido se desmigajaron. Ella tampoco quería morir.

—La tía Lorena no se casará con papá, ni te lastimará ¿Sabes por qué? —El pequeño ladeó la cabeza— Papá ama a mamá y no a la bruja de la tía Lorena. Además, papá nunca, pero nunca dejará que lastimen a su príncipe, ¿comprendes?

En la sala, Lorena se quedó sonriendo ante la grosería del pequeño. En sus malvados pensamientos, maldecía aquel niño que había llegado a la vida de su amado Santiago.

—Está algo malcriado Matías, ¿no lo crees?

—La verdad es que no. Mi hijo es un niño muy educado —Respondió Santiago mientras dejaba el periódico a un lado y se retiraba de la sala.

La mujer ajustó los dientes, soltó un suspiro para tratar de aplacar la irritación que le causó ver la grosería de Matías.

—Mocoso impertinente —Replicó mientras alzaba el juguete y lo colocaba en su lugar.

Sacudió sus palmas para luego arreglar su hermoso cabello y finalmente rodar sus manos por su vestido ajustado. Se miró al espejo, recalcó su labial y apretó los labios —Paciencia Lore, paciencia. En unos meses más, será tuyo.

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