CAPÍTULO 3.

Santiago llegó a la habitación de su esposa, la miró con amor mientras hacía débiles cosquillas a su hijo. Ella, estiró la mano para que se acercara. Sin poder negarse, Santiago se recostó a un lado y la abrazó.

—Te amo, le susurró al oído —Ella lo miró, acarició el hermoso rostro y suspiró. El pequeño se levantó y se marchó.

—Debes olvidarme —Aconsejo con voz débil.

El corazón de Santiago se hizo añicos, un nudo se estancó en su garganta, y las palabras le salieron entrecortadas.

—Nunca. Nunca te voy a olvidar —Informó al apretarla ama entre sus brazos y dejar un beso en su frente.

—Cuando muera, debes buscar una nueva esposa.

El corazón de Santiago se hizo trizas, solo de imaginar ese día, era como si un hacha lo dividiera en dos.

—No quiero hablar de eso —Informó con tristeza.

—Tenemos que hablarlo amor. Ya queda poco tiempo, quizás días. Y cuando ese día llegue, quiero que sigas con tu vida. Debes buscar otra esposa, darle una buena madre a Matías…

—¡Basta! —Gruñó fastidiado— ¡No quiero que pases tus últimos días pensando en eso! —La besó y lloró— ¡No entiendes que muero por dentro solo de pensar que te perderé! —hizo una pausa— Lucero, no sé si pueda superarlo, eres mi vida ¿entiende? —la abrazó más fuerte.

—Podrás, por Matías debes poder.

Aquella tarde lloró, lloró como un ser humano. Nunca lo había hecho delante de ella, ni de nadie, tenía prohibido mostrar debilidad, pero ese dolor, era más fuerte que nada.

Cuando su esposa se durmió, salió de la habitación y se quedó recostado en la puerta, tras soltar un suspiro se dirigió a la habitación de su hijo, jugó con él hasta que una llamada lo alertó.

Apretó las sienes al ver de quién se trataba. La anciana se encontraba en el aeropuerto en espera de que pasara retirándola. Santiago llevo sus manos al rostro, suspiró frustrado al saber que debía lidear con su madre, quien no era una persona fácil.

—Está bien madre, enviaré al chofer por ti ¡lo siento! Olvidé por completo que llegabas hoy.

La mujer tras el teléfono se encontraba indignada, puesto que le había informado a su hijo que llegaría ese día, pero con tantos problemas que este se cargaba había olvidado por completo todo.

Santiago cerró los ojos. La escuchó por varios minutos quejarse y reprocharle su falta y el tiempo que tendría que esperar. Al finalizar la llamada dijo.

—Tomaré un taxi.

—Como quieras mamá.

Tras cortar la llamada, se giró a ver al pequeño, le regaló una sonrisa y comunicó.

—Me tengo que ir, más tarde jugamos.

—Está bien papá.

Bajo a advertir a las empleadas de que su madre llegaría en una hora, para que mantuvieran todo ordenado como a ella le gustaba.

—Sé que lo olvidé, pido disculpas, pero traten de que todo esté en orden lo más pronto posible.

—Si señor.

Las empleadas asintieron frente a él, después de dar la vuelta, torcieron sus bocas con desagrado, no por Santiago, sino que la madre de este era odiosa, tan odiosa que colmaba la paciencia de todas. Aunque la casa se mantuviera en perfecta limpieza, aun así, las ponía a fregar. Ellas eran tan felices trabajando para Lucero y Santiago, pero cuando Margo llegaba, les producía hasta ganas de renunciar.

Mirando a su alrededor, Lorena se adentró a la habitación de Lucero, cerró la puerta tras de ella y con desprecio miró a la mujer de la cama. Lorena Fuentes caminó sensualmente sacudiendo su grande trasero.

—Hermanita ¿Qué tal amaneciste hoy? —Preguntó sonriente, le causaba dicha ver a su hermana postrada en la cama— ¿Será que hoy si mueres?

—Aún no moriré Lorena, ¡tranquila! —Respondió Lucero.

—Te vez tan mal —Formó un puchero y continuó molestándola— Ya, muere pronto —Expreso al dar la vuelta y sacudir su cabello —Espero venir mañana y encontrarte muerta.

—No te daré ese gusto, aún me quedan muchos días —Replicó Lucero.

—Soy paciente, he esperado muchos años, no me cuesta nada esperar unos días más, y así poder tener a Santiago solo para mí.

—No será tuyo bruja, te juro que así sea lo último que haga, Santiago no será tuyo —Una tos incontrolable se le vino, deseaba pararse y arrastrarla de los cabellos por desear a su esposo y lastimar a su pequeño hijo.

Lucero Callaba todo porque no quería preocupar más a Santiago, ya tenía suficientes problemas como para darle más, de alguna u otra forma sabía que Santiago jamás pondría sus ojos en Lorena. Si no lo hizo antes, menos lo haría ahora que era su esposo. Lo conocía perfectamente y sabía que, por respeto a ella, él, nunca estaría con Lorena. Así muriera, así tuviera que elegir otra esposa, jamás sería Lorena. Pero también conocía a su hermana, sabía que no se quedaría de brazos cruzados, y que cuando muriera se aprovecharía del dolor de Santiago, por ello necesitaba que otra mujer llegara a la vida de su esposo antes de que ella muriera.

Como estaba previsto, la madre de Santiago llegó en un par de minutos. Él la recibió con un abrazo cariñoso, aunque era gruñona, la amaba como un hijo debía amar a su madre.

La mujer observó detenidamente la casa y encontró todo ordenado.

—Al parecer Lucero les enseñó muy bien a sus empleadas. Eso, me alegra.

Desde las gradas. El pequeño Matías observaba a la abuela, esta lo miró y lo ignoró. Lorena se acercó con amabilidad, con audacia besó las manos de la mujer y le bombardeo de halagos. De alguna manera tenía que ganarse a la familia. Cuando su hermana muriera, ella sería el apoyo para Santiago aprovecharía cada momento para conquistarlo. Estaba completamente segura de que se convertiría en su esposa, y ganarse a la mujer que sería su suegra, era lo primordial.

La mirada de Margo, volvió a Matías, sintió un resentimiento profundo hacia el pequeño y le miró con desdén. Sabía que ese niño no llevaba su sangre, por eso nunca le mostró el cariño que una abuela le demuestra a sus nietos.

—Madre —Verbalizó Santiago— ¿No vas a saludar a Matías?

Ante la pregunta de su hijo, Margo se hizo la desentendida y continuó platicando gustosa con Lorena.

Santiago ajustó los dientes y sintió la sangre hervir. Volvió la mirada a su hijo y sonrió.

—Lleva a Matías a la habitación —Se dirigió a la empleada, y dirigiéndose a su madre dijo—. Quiero que me acompañes al despacho.

Margo le observó con atención, el rostro de su hijo había cambiado. Dejó de lado a Lorena y fue tras su hijo, estando en el despacho, Santiago enfureció.

—¿¡Por qué lo ignoraste!?

—¿A quién? —cuestionó incrementando la ira de su hijo— ¿Al adoptado? ¿Es de ese niño que hablas?, Pues fácil, no lleva mi sangre ¿Cómo pretendes que sienta afecto?

Santiago cerró los ojos, tratando de calmarse soltó un suspiro.

—Madre ¡no seas sin corazón!

—No me alces la voz, Santiago Rúales, que no se te olvide que soy tu madre, tú sangre. La mujer que te parió con tanto dolor.

—No se me olvida, pero exijo respeto hacia Matías. Aunque no lo engendré, lo siento como mi hijo. Y si llegas a mi casa, debes saludarlo…

—No. No vas a poner a ese adoptado por delante de tu madre. Si me hubieras dado nietos, podría ser la abuela más amable y bondadosa, pero te obsesionaste con adoptar, ahora no pretendas que le muestre amor a un niño que no tiene ningún parentesco conmigo. No puedo creer que en vez de buscar otra esposa la cual te diera el heredero que necesitamos, hayas preferido desperdiciar los años que quedan con alguien que no puede dártelos, sobre todo, atreverte adoptar.

—¡Es mi vida y yo decido que hacer con ella!

—¡Pues no puedes hacer lo que quieras! —Alzaron la voz— Cuando firmaste el acuerdo, tus decisiones iban a ser juzgadas por toda la familia. Sabías perfectamente que se necesitaba un heredero de sangre —suspiró—. Deshazte de ese niño que no lleva tu sangre. Debes engendrar un hijo para que continúes en el poder, aún estás a tiempo —La discusión de madre e hijo crecía al transcurrir los minutos— ¡Hace años debiste divorciarte de esa mujer!, ¡pero no!, ¡el señor se obsesionó con esa moribunda hasta el punto de adoptar un niño y pretender que lo aceptáramos!

Los gritos de Margo retumbaban en las paredes del despacho.

—¡Cállate, madre! —la voz de Santiago fue más fuerte. No esperaba que la discusión se suscitara de esa forma. Suspiró profundo y cerró los ojos, con el dolor en el alma pidió.

—¡Quiero que te vayas de mi casa! —la petición de su hijo la tomó por sorpresa y le partió el corazón, sobre todo, le pareció una falta de respeto

—¿Acaso me estás echando por ese niño? —con la mirada clavada en el suelo y su mano formando un puño en la boca, Santiago asintió— ¡Mírame a la cara! —Bramó la mujer de edad media— ¡Dime que ese bastardo no es más importante que tu madre!

Levantando la mirada, Santiago respondió.

—Si te estoy pidiendo que te vayas es porque no permitiré que trates mal a mi hijo. Matías es mi vida, por eso, no permitiré que tú ni nadie lo lastime.

La respuesta de Santiago hizo añicos el corazón de Margo, con los ojos llorosos salió del despacho.

Por la ventana, Santiago vio a su madre partir. Aunque le dolió en el alma decirle esas cosas, él, no podía permitir que su madre lastimara el inocente corazón de un niño. Él no tenía la culpa de ser abandonado y rechazado por sus padres verdaderos. Él lo acogió en sus brazos, le dio una familia y cuidaría del pequeño por siempre. Jamás permitiría que cualquiera de su familia lo tratara mal, más si ese niño les trajo alegría y felicidad, a él y su esposa.

Cuando Lorena escuchó a Santiago correr a Margo, comprendió cuán importante era ese niño para él. Era tan importante que Incluso se atrevió a echar a su propia madre de la mansión. Si hacia eso con la mujer que le dio la vida, que le impediría hacerlo con ella. Por tal razón tomó la decisión de cambiar la mala actitud que tenía con el pequeño. Si quería lograr que Santiago se casara con ella debía empezar por ser buena tía.

Como cada mes, la madre superiora visitaba el hogar donde se dio en adopción el hijo de Erika Intriago. Salió del orfanato y se dirigió hasta la mansión de los Rúales, llegó en el momento que Margo salía de casa.

—Buenos días, señora, Margo —Saludó con amabilidad, no obstante, esta le miró con desprecio. Ante la mirada fría y malvada de la mujer, la monjita sintió escalofrío.

Desde su despacho, Santiago observó a la madre superiora ingresar. Tras soltar un suspiro se dirigió a la sala, con una ancha sonrisa la recibió.

—Bienvenida madre superiora —Le dio un beso en ambas manos, seguido se sentaron a platicar.

—¿Y Matías?

—Está en su habitación.

—¿Se porta bien?

—Es el niño más educado que puede existir. Gracias por darnos el mejor hijo del mundo madre superiora.

Luego de platicar con Santiago, la monjita se encaminó hasta la habitación donde se encontraba Lucero.

Al abrir la puerta, la monja sintió un dolor infinito. Cuando se escuchó la puerta abrirse, Lucero abrió lentamente los ojos, como siempre le regaló una sonrisa a la persona que ingresaba. Aunque no tuviera fuerzas, y por dentro se sintiera hecho pedazos, siempre tenía una sonrisa para dar.

Verla en ese estado le partió el corazón a la madre superiora.

—Madre —Pronunció con debilidad, lamió sus labios resecos, al mismo tiempo la monja le agarró su mano delgada y frágil.

—¿Como te sientes Lucero?

—Bien madre superiora.

—Pero te vez muy mal.

—Lo sé, pero estoy feliz de que haya venido a visitarme. Me hace bien verla porque gracias a usted cumplí mi sueño de ser mamá. ¿Sabe? Moriré contenta porque tuve el esposo más bueno y maravilloso del mundo, sobre todo el más guapo —Ambas sonrieron— También el hijo más tierno y precioso que Dios y usted me pudo brindar. Si muero, moriré feliz, no tengo nada que reprocharle a la vida, lo único que necesito es tiempo, para que San encuentre una buena mujer, alguien que lo ame más que yo, sobre todo que ame a mi hijo. Solo quiero tiempo para poder dejar a mi esposo e hijo en buenas manos.

Mientras hablaba, tosía con fuerzas. Al agitarse le hacía perder la respiración.

—Usted tiene que ayudarme, madre superiora. Tiene que ayudarme a conseguirle una esposa a Santiago. Él debe cumplir con ese contrato, incluso debe ser feliz.

—Podemos realizar un Casting. El señor Rúales tendría más de un millón de esposa en muy poco tiempo —bromeó para sacarle una sonrisa a Lucero. Esta sonrió.

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