Capítulo 5.

Mientras los hombres dialogaban, Lorena bajaba del segundo piso, se acercó caminando de una manera seductora.

Al verla llegar, Pedro la observó con picardía de arriba hasta abajo.

—Mucho gusto. Lorena Fuentes, hermana de Lucero.

El hombre de edad era muy atractivo. A pesar de su edad no se notaban las arrugas. El cuidado que mantenía en su rostro y cuerpo le permitía verse de esa forma.

Los ojos de Pedro brillaron al momento que su mano presionó la de Lorena; joven de esbelta figura, con un rostro hermoso y ojos grande y marrones que incrustaba el corazón de cualquiera. Tal cual le gustaban a él.

—Un gusto conocer a tan bella dama—. La llenó de halagos. Eso hizo sentir a Lorena una completa reina.

Por su parte, Santiago observó el coqueteó de su tío y no le pareció apropiado ya que era un hombre de edad media, y que pusiera sus ojos en una mujer más joven que él, le parecía una desfachatez. Ante el rostro serio de Santiago, los pensamientos de Lorena volaron. Deducía que la seriedad de Santiago se debía porque estaba celoso.

Con esos pensamientos que inspiraban su corazón y alimentaban su ego, se acomodó en uno de los finos y costosos muebles. En sus ingenuos pensamientos creía que Santiago estaba muriendo de celos por el coqueteo que mantuvo con Pedro.

—Tío, acompáñame, te muestro tú habitación.

El cambiante tono de voz por parte de Santiago le pareció extraño a Pedro. Al igual que Lorena, dedujo que su sobrino estaba celoso. De ser así, no lo culpaba, pues la mujer era sumamente bella.

Tampoco se sentía culpable por poner sus ojos en la cuñada de su sobrino, ya que la mujer era tan candente, que logró excitarlo y no descansaría hasta llevarla a la cama. En su larga vida vivió de cama en cama, disfrutando de un cuerpo de guitarra cada día, toda su vida fue un mujeriego y no hubo mujer que se le resistiera.

Con el cuerpazo de Lorena en mente, teniéndolo bajo su cuerpo y embistiendo la con furor, Pedro siguió a Santiago. Ya estando solo en la recámara, cuestionó.

—¿Estás enojado?

—No, ¿Por qué estaría enojado?

—Por el coqueteo con tu cuñada, dime Santiago ¿Te gusta tu cuñada?

Frunciendo el ceño, replicó.

—Tío, ¡qué cosas dices! Es la hermana de mi esposa.

—Pero ella está en sus últimos días, va a morir… estás joven, y su hermana también.

—Tío, no vuelvas a decir esas cosas. Yo amo a Lucero y jamás pondré mis ojos en su hermana, aun después de su muerte, Lorena sería la última mujer que elegiría—. Aclaró con firmeza.

—Ok. Perdón por incomodarte con esa pregunta. Pensé que tenían en mente algo con ella, porque me pareció verte enojado…

—No es enojo, solo no me pareció que un hombre de tu edad coquetee con una mujer que podría ser su hija, pero de ahí, a enojarme porque quiero algo con ella, no es así, quítate esas ideas de la cabeza, porque no me interesa.

—¿Que tiene mi edad? —. Santiago sonrió.

—Ya olvida eso, esta será tu habitación.

Santiago miró el reloj y se retiró. Una vez solo, Pedro se duchó, después de salir del baño salió al balcón y contempló el patio trasero de la hacienda.

Mientras fumaba un tabaco, observaba al niño jugar. Ese niño era el motivo de su regreso. Sabía que, después de la muerte de Lucero, ese niño sería una piedra en el zapato para que Santiago continuara con su vida.

Miró con desdén a Matías, mientras lo hacía pensaba, “de que pulguero habrá salido ese mocoso, y durante cinco años disfrutó del dinero de su familia”

Si hubiera sabido antes que Santiago adoptaría, él no se lo habría permitido. Lástima que el llamado de su cuñada fue tarde, de lo contrario, ese niño no existiría en ese momento.

Como si sintiera que alguien lo observaba. El pequeño Matías levantó la mirada y la posó en el hombre que lo observaba desde el balcón.

Con su carita llena de tristeza, Matías se adentró a la casa, en su pequeño cerebrito podía notar que había mucha gente de esa familia, que no lo querían.

No sabía porque le miraban de esa manera, era como si su presencia les molestara. Aunque no se lo dijeran, él podía sentirlo.

Fue más feliz cuando solo vivía con su mamá y su papá. Ellos dos le amaban y mimaban con tanto cariño. Pero desde que su madre enfermó y su tía llegó a vivir a su casa ya no podía correr por toda la mansión. Ella siempre lo presionaba del brazo, llamándole bastardo recogido y no lograba comprender que significaba eso.

Su papá pasaba ocupado en los negocios y cuidando a su madre. Aunque ponía un poco de su tiempo para jugar con él, no era lo suficiente. En su corazón, el cariño y tiempo de su madre era lo que necesitaba.

Cuando pensó en que pronto llegarían las clases y volvería a ver a sus amigos del año anterior se animó y corrió hasta la habitación de su madre, le plantó un beso en la frente y le dijo cuanto la amaba.

—Mami, si te doy muchos besos te pondrás bien. Recuerda que así me curaste las veces que me raspé las rodillas—, Lucero sonrió y lo abrazó.

En su despacho, Santiago revisaba cada carpeta que llegaba desde su empresa, tenía ya largo tiempo que no se presentaba, quería estar muy cerca de su esposa por si llegara a complicarse su salud.

En el otro polo de la capital, el timbre de la mansión Intriago sonó. Erika esperaba nerviosa que la puerta se abriera. Mientras esperaba, una llamada ingresó.

—Papá…

—¿Dónde estás? Erika, ¿Dime que no cometiste esa locura?

—Pues sí, estoy en Ecuador, incluso estoy frente a la mansión, a espera que mi madre abra la puerta y me dé la cara.

—Erika. Por favor, toma el primer vuelo que salga y regresa.

—No lo haré, ya soy una mujer adulta, buscaré a mi hijo.

—Ese niño murió ¿Ya lo olvidaste?

—No, no acepto que esté muerto. En mis sueños, mi hijo me llama y presiento que está vivo. —Escucha bien. Si no regresas no recibirás ningún centavo. No gastaré dinero en esa búsqueda innecesaria.

—Tampoco necesito tu dinero. Tengo mis ahorros, además, mi madre tendrá que decirme la verdad.

Dicho eso cerró la llamada. Al ver que nadie abría la puerta, Erika se acercó a una de las ventanas y observó con tristeza los muebles cubiertos con sábanas blancas. Retrocedió unos metros, para observar el letrero que decía “se vende”.

FLASHBACK

—¿Como está mi hija?

—Bien, puedes pasar a verla.

Diego sonrió de alegría, su hija se había salvado.

—Gracias Dios, gracias por salvarla, prometo que Gisela no volverá a lastimarla

Diego Intriago, hizo pasar por muerta a su hija. No estaba dispuesto a permitirle a Gisela que volviera a lastimar a Erika, por ello le pidió al doctor que la hiciera pasar por muerta.

—Diego, no puedo hacer eso, lo que me pides va contra mi ética profesional.

—Pon una cantidad—. El doctor tragó grueso —Te juro que nunca, pero nunca más volveré a Ecuador, y que tu nombre no se manchará si se llega a descubrir la verdad.

Fue así como la muerte de Erika se llevó a cabo, Diego volvió a casa, y llorando amargamente confesó a Gisela que su hija había muerto, y con ello rompió el duro corazón de la mujer.

Al día siguiente, el ataúd con el cuerpo de Erika llegó, y Diego le prohibió a su esposa, que se acercara al ataúd.

—¡Ni lo pienses!, ¡Tú la mataste!, ¡no te acerques a mi hija!, ¡no mereces verla por última vez!

—¡Necesito verla!, ¡por favor necesito verla!, ¡déjame verla!

—No. Habló con firmeza.

Durante la estadía del velorio de Erika, la mantuvo lejos del ataúd, la noticia no llegó a trascender en sus allegados. Solo ellos, con los empleados le dieron cristiana sepultura.

Diego quiso castigar a su esposa por el daño que le había ocasionado a Erika. Después de eso le pidió el divorcio, el cual aceleró y salió más pronto de lo que Gisela pensaba.

Ya Erika se había enviado a Estados Unidos. Una vez que Diego llegó a California donde se encontraba su hijo mayor (con su primer matrimonio) le mintió a Erika.

—Tu madre no quiere verte, todos sus amigos se enteraron de tu embarazo y se siente avergonzada.

El corazón de Erika se hizo trizas. Porque a pesar de todo, ella quería a su madre.

—Quiero ver a mi nana.

—Estamos en California, además, Piedad fue despedida por tu madre, cuando llegué a la mansión, ella no estaba.

El primer hijo de Diego, desde que era adolescente no quería aceptar otra madre. Por ello, pidió a su padre lo enviara fuera del país. A sus doce años, Danny abandonó Ecuador y solo visitaba a su familia en vacaciones.

Una vez que terminó su carrera, Erika decidió volver a Ecuador. El recuerdo de aquel llanto que escuchó cuando nació su hijo, le recorría su mente cada día. Estaba segura de que su hijo no había muerto, y no descansaría hasta encontrarlo.

Al llegar a la mansión y no encontrar a su madre, Erika, recorrió el patio de su casa, con asombro miró las dos lápidas talladas, una era de su hijo, y la otra, tenía tallado su nombre.

FIN DE FLASHBACK.

“Descansa en paz Erika Intriago”

Sintió un frío recorrer su cuerpo. Leer su nombre sobre una tumba, era algo escalofriante. Desconocía que su madre supiera que ella estaba muerta.

Después de unas cuantas horas salió de la mansión y se hospedó en un hotel.

En los días que transcurrieron, rentó un pequeño apartamento y emprendió la búsqueda de trabajo. Dejó carpeta en uno de los mejores colegios de la capital, porque su sueño había sido, ser una gran licenciada.

Días después le llamaron, llena de ilusiones se levantó. Tras darse un baño se puso un jean azul ajustado a su cuerpo, una blusa holgada de color blanco. Dejó su cabello suelto y le hacía lucir hermosa, fue poco el maquillaje que usó.

Con sus grandes tacos bajo del taxi, se paró admirar la hermosa y majestuosa institución en la que posiblemente daría clases.

Mientras contemplaba la grandiosa institución, en la que posiblemente ingresaría a dar clases, el taxista le exija que le pague.

—Señorita, puede pagarme la carrera.

—Lo siento señor, disculpe—. Sacó, la billetera de su cartera, cuando estaba por pagar, un Ferrari SF90 Stradale, empezó a pitar con impaciencia. Al fijarse quién era, el taxista se movió más adelante.

—Me estacionare en el poste, acérquese acá.

Con el ceño fruncido, Erika se preguntaba, ¿quién se creía ese tipo para sacar a alguien de su lugar?, ajustando los dientes se quedó parada, a espera que el hombre del ese auto se bajara.

Al segundo siguiente que el taxista se movió el Ferrari se estacionó delante de ella, el asistente de Santiago bajó, para abrirle la puerta a este.

—Señorita, podría retirarse, por favor—. Cruzada de brazos se quedó, mirando fijamente al hombre.

—¿Por qué tendría que hacerlo? —Cuestionó, sentía rabia, porque la gente de dinero siempre se creía más.

Desde el interior del auto, Santiago observó a la mujer, su rostro, era hermoso, a pesar de las muecas que hacía al discutir con Rodri, ella se veía muy linda. Sonrió de medio lado al ver todas las expresiones, al mismo tiempo soltó un grueso suspiro. Le parecía agradable y divertido ver los ojos bailarines, que desde afuera intentaba saber, quien estaba adentro.

Santiago observo el reloj, y al ver que la mujer no se movía para poder abrir la puerta, se corrió por la otra, porqué de abrir la puerta que quedaba al lado de la vereda, terminaría chocando con las piernas de esa hermosa mujer, que al parecer no tenía intención alguna, de retirarse.

—Hay más espacio, por qué precisamente tendría que salir yo, si hay más espacio por dónde puede salir su jefe, ¿o su jefe está inválido?

Fue lo último que dijo, antes de ver salir el hombre del auto.

Arreglando su traje, Santiago se quedó de espaldas a la mujer, luego se giró y clavó sus oscuros ojos en los de ella, provocando un destello, en el rostro de ella.

Tragando grueso, Erika, soltó un suspiro, ese hombre que había salido del auto, el que pensó era inválido, parecía un hombre de ensueños, de esos que solo se ven en revista.

Santiago observó con atención a la imprudente mujer, que obstaculizó su paso, camino hasta la vereda, y aunque escuchó lo que Erika había dicho, no se molestó, era un hombre prudente, que no pasaba su vida haciendo espectáculos en la calle, mucho menos con desconocidos.

—Disculpara jefe...

—Tranquilo Rodri, no es tu culpa.

Erika, se había quedado inmóvil, mientras se preguntaba, si ese hombre dijo que su empleado no tenía la culpa, entonces? ¿quién la tenía?, ¿ella?

Santiago pasó por el costado de Erika, dejando su aroma impregnado en su nariz, el cual se adentró hasta lo más profundo de sus pulmones.

—¿Qué mal educado? —Pronuncio al sentir el roce por su brazo derecho.

Perdida en pensamientos estaba, cuando el pitido del taxista, le trajo de vuelta.

—Disculpara.

Verbalizo y se acercó a cancelar, luego miró el reloj, para darse cuenta de que ya estaba casi con el tiempo. Corrió por el enorme patio y preguntó dónde sería la sala de reuniones.

—¿Se citó? —Cuestiono la mujer al verla muy joven.

—Si señorita.

—Por el fondo a la derecha, hay una puerta al final, ahí es.

—¡Gracias!

—De nada.

Caminó a pasos rápido hasta llegar al lugar.

Tocó la puerta con sutileza, y una voz delicada se escuchó.

—Adelante.

Erika Intriago, abrió lentamente la puerta, para encontrarse con una mujer sentada frente al escritorio.

—Adelante, señorita Intriago, pasé y siéntese.

—¡Buenos días! —Saludo a la directora.

La directora le sonrió, y tomó la carpeta de Erika en mano, se sintió satisfecha al ver las excelentes notas que tenía la joven y por su conducta, podría decir que había sido una excelente alumna.

—Muy bien, está aprobada señorita Intriago.

—¿En verdad?

—Si, tiene muy buenas referencias de extranjero. Ahora, pasemos a la sala de reuniones.

Camino tras de la directora, hacia la puerta que se encontraba dentro de la misma oficina.

Se quedó perpleja, al ver al hombre de minutos antes, sentado en la finalidad de la enorme mesa.

—Licenciada Intriago, tome asiento.

La mira de Santiago, se entrelazo con la de Erika, los segundos que se miraron, formó un aleteo en sus estómagos. El CEO llevó la mirada al centro de la mesa, al tiempo que soltó un suspiro.

Por su parte, Erika se acomodó, en la única silla vacía que se encontraba, estaba nerviosa, al ver la seriedad de aquel hombre, temía, que fuera uno de los dueños del instituto, y pida que la saquen del trabajo, por no haber obedecido al pedido de su chófer.

—Se ha citado a todos los licenciados, a esta reunión, para que se conozcan, ya que en una semana más iniciaremos el año escolar, sé que muchos ya se conocen, pero como pueden ver, tenemos licenciados nuevos.

Santiago observó a cada persona detalladamente, su presencia en la institución no era por lo que Erika imaginaba, desde hace un año, Santiago se presenta en la institución donde su hijo estudiaba, para así, saber quiénes son los que estarán junto a su hijo. Era un padre protector, dispuesto a cuidar al niño, que le dio alegría al corazón de su esposa, incluso al de él.

Rodri, su asistente, anotaba cada nombre de los maestros nuevos, para luego investigarlos.

Cuando llegó el turno de Erika, la mirada de Santiago, la puso nerviosa, con una grieta sonrisa, se levantó y soltó un suspiro antes de hablar.

—Buenos días, me presento, Soy Erika Intriago, tengo veintidós años y soy, recién egresada en la licenciatura.

—La licenciada Erika, será la nueva maestra del primer grado. Informo la directora dirigiéndose a Santiago.

Este último, la miró con esos ojos negro que parecían perforarla con la mirada.

—Continúen por favor—. Pidió la directora.

Los demás licenciados se presentaron, pero Santiago, seguía con la mirada fija al centro de la enorme mesa de juntas. De reojo, observaba a la mujer, que sería profesora de su hijo.

Una vez presentados los licenciados, Santiago se levantó, arregló su traje, y se retiró. Todos se despidieron, rindiendo homenaje, en cuanto a Erika, se quedó sentada, tratando de comprender, ¿por qué ese hombre la ponía nerviosa?

—Serás maestra de su hijo, le contó una de las compañeras.

—Gracias por la información—. Replico Erika y se dirigió a la directora.

La mujer le trató muy amable y juntas salieron de la sala, se quedaron paradas en unos de los pasillos, que, quedaba frente a la calle. Aquella agradable mujer, le informo todo lo relacionado, a los inicios de clases, horas de entrada, horas de salida, incluso, sobre el hombre que acababa de salir.

Por su parte, Santiago bajo las gradas pisando fuerte, haciendo resonar los brillosos y caros zapatos.

Antes de ingresar al auto, se giró, para encontrarse con la mirada de ella. Soltó un suspiro eh ingreso al auto.

—¿Quiero que averigües todo sobre ella? —Si señor, como usted ordene.

Fueron las indicaciones de Santiago, tenía que saber qué clase de persona, era la mujer que compartiría la mitad del día con su hijo, durante los diez meses y mil doscientas horas al año.

Luego de la reunión, se encamino hasta la mansión, las horas que Santiago pasaba fuera de casa, eran llenas de angustias, no quería alejarse ningún instante de su esposa, pero las obligaciones, no le permitían poder estar siempre a su lado.

Con sus ojos parpadeantes, Lucero observó al hombre que, acababa de ingresar a la recámara. Trago en seco, y su respiración empezó a exasperarse.

—Tranquila—. Sonrió Pedro —No soy tan malo como parezco.

—¿Que hace aquí? —. preguntó con debilidad, Pedro le miró con repudio, por culpa de esa mujer, su sobrino, no había podido cumplir el trato.

—Vengo a exigirte, que le des el divorcio a Santiago, sabías que era tu obligación parirle un hijo varón, ¿cierto?

—No fue mi culpa—. Expresó con el corazón destrozado, y un nudo atravesado en su garganta.

—¡Claro que fue tu culpa! Fuiste egoísta, cuando debiste alejarte, lo ataste y lo condenaste a que viva junto a esa maldita enfermedad, hace años debiste dejarlo libre, pero no, tuviste que incitarle a que adopte un niño, cuando sabías perfectamente, que el heredero tenía que llevar la sangre Rúales.

—Yo quise divorciarme, se lo juro, pero él no lo permitió—. Los ojos de Lucero se llenaron de lágrimas.

—Mentirosa, acaso no le orillaste a que adopten un bastardo, querían engañarnos ¿verdad?, querías de alguna manera tenerlo atado a ti.

—Eso no es cierto, Santiago se quedó a mi lado porque me ama.

—¿Estas seguras de eso? pues yo lo dudo, ayer lo vi muy celoso, cuando tú hermana coqueteó conmigo.

Aquellas palabras, se clavaron como cuchillas en el pecho de Lucero.

—Eso, eso no es cierto, Santiago, Santiago no...

—Pues lo que yo vi, es que está poniendo sus ojos en una mujer sana, y que pueda darle hijos.

Pedro lastimó el corazón de Lucero, hasta el punto de provocar la tos que podía matarla, él, solo la contemplaba toser. Segundo después, apareció la doctora contratada, y Pedro empezó a mostrar preocupación.

Lucero observó al hombre que minutos atrás la estaba atacando, y ahora se hacia el preocupado. Sabía que ese hombre no estaba ahí porque si, de alguna manera buscaría acabar con ella, lo que le dijo, la dejó angustiada, Lorena no podía quedarse con Santiago, no se lo merecía.

—Le pido que no moleste a la señora.

—Yo no la estaba molestando, solo ingrese, cuando la escuche toser.

—Bueno señor Pedro, solo le informo que esta delicada y nadie debe ingresar a incomodarla.

Al llegar Santiago, observó a la doctora bajando las gradas.

—¿Qué sucedió? ¿le pasó algo a Lucero? —su preocupación y desesperación fue muy notable ante los ojos de Pedro.

—No te preocupes sobrino, está bien, solo fue una revisión más.

La doctora regresó a ver a Pedro, que hablaba como si la situación de Lucero, fuera algo normal.

—Señor Rúales, necesito hablar con usted.

—Vamos al despacho.

Dicho eso, Pedro miró con desprecio a la Doctora que, junto a Santiago, se encaminaron al despacho.

—¿Qué sucede Betty? —. Cuestiono al rodear el escritorio, para recostarse en el asiento.

—Es tiempo que te prepares, Santiago—. Verbalizó la mujer haciendo una pausa. —Lucero está a días de su muerte.

Aquellas palabras, hicieron añico su corazón, ajustó sus dientes y pasando saliva cada segundo, reprimió las ganas de llorar.

Santiago se giró hacia la ventana, y llevó la mirada al jardín, sosteniendo las lágrimas, que amenazaban con salir. Contemplo, el jardín de flores que Lucero había sembrado.

Con el corazón en mil pedazos preguntó.

—¿Cuántos días quedan?

—No lo sé con exactitud, pero tal vez no pase del mes... creo que debe irse preparando...

—Se lo que tengo que hacer—. Comunico con la voz quebrada.

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