Capítulo 6.

Una vez que la doctora abandonó el despacho. El nudo atascado en la garganta de Santiago rodó y con él se desprendieron gruesas lágrimas. Sollozo y maldijo no poder llorar libremente.

—Adelante —Pronuncio al limpiar las lágrimas con el dorsal de sus manos.

—Santiago, vi salir la doctora...

Le basto ver el rostro de Santiago, para deducir que alguna triste noticia había recibido, bueno, al menos para Santiago, porqué para ella sería una gran noticia si Lucero se muriera. Sonrió en sus adentro y suspiró.

—¿Que sucede Santi? ¿Que te dijo la doctora? ¿Es sobre Lucero? Te hablo de Lucero, ¿verdad?

Lorena ansiaba una pronta respuesta que le alegará el corazón, al no obtenerla se paró a un costado de Santiago que contemplaba fijamente el jardín.

Y con una preocupación falsa al igual que sus lágrimas, agarró la barbilla de su cuñado y le obligó a mirarla. Amaba ver esos ojos negros que impactaban su corazón. En sus adentros maldijo a Lucero por hacerlos llorar, hubiera deseado ser ella la causante de esas lágrimas y la culpable de ese dolor.

—¿Dime que te dijo la doctora?

Santiago estaba ido. Solo recordaba las palabras de la doctora, no lo asimilaba, no quería asimilarlo, ni si quiera escuchaba la pregunta de la mujer, mucho menos veía la cercanía en la que estaban.

Apretando sus pequeños puños, Matías contempló a su padre muy cerca de su tía. Era como si estuvieran a punto de besarse. Sintió miedo, miedo porque si su tía se casaba con su padre lo dejaría en un basurero. Aunque su mamá le había dicho que Santiago no permitiría que le lastimen, el seguía teniendo miedo, y su miedo más grande era, perder a su mamá.

Reaccionando ante esa cercanía, Santiago regresó a ver a su hijo quien jugaba en el patio.

Matías voto el juguete que sostenía en su mano y corrió hasta la salida de la mansión.

Al ver su hijo dirigirse a las afueras de la hacienda, Santiago apartó a la mujer que se encontraba a su costado y a pasos rápidos fue tras su hijo.

El accionar de Santiago dejó furiosa a Lorena.

—¡Maldito mocoso, otra vez tú!

Se había esforzado tanto para que le salgan unas cuantas lágrimas, tenía planeado hacer un espectáculo de sufrimiento delante de Santiago, pero ese niño le había arruinado sus planes.

Limpió las fingidas lágrimas y salió del despacho, subió las gradas llenas de irritación, de camino a su habitación se topó con Pedro, este último la observó con deseo, era notorio las ganas que tenia de meterla a una habitación y devorarla en la cama.

—Eres tan bella, que iluminas esta mansión con tu belleza.

Ante ese halago, Lorena parpadeó los ojos y sonrió, se acercó muy seductora hasta llegar a Pedro, él, no dudó en rodear su cintura con sus manos y las rodó hasta sus redondas nalgas.

—Eres un atrevido —pronuncio seductoramente al mismo tiempo que se soltaba del agarre y se encamino hasta su habitación.

Pedro le quedó mirando, sonrió de medio lado y lamió sus labios.

Luego, continuo su camino, pensando en que tarde que temprano esa mujer la tendría en su cama.

Santiago, quien fue tras su hijo lo alcanzó y lo detuvo.

—¿Qué sucede Mati? ¿por qué corres así?

—No quiero que mamá muera —Comunico el pequeño, intentando soltarse de su padre—. Si mamá muere te casarás con la tía Lorena y no quiero, no quiero.

El corazón de Santiago se estremeció, le presionó con fuerzas en sus brazos.

—No me casaré con nadie, te lo prometo...

—¿Me lo juras?

—Te lo juró, solo seremos tú y yo.

La respuesta de su padre le agrado, y abrazo a su papá.

—No debes llorar, los niños no lloran —Aconsejo Santiago.

—Yo todavía no soy hombre —Reprocho sacándole una sonrisa a su padre, este último lo lleno de cosquillas.

—Ya papá —Río a carcajadas con las cosquillas que su padre le hacía.

Una semana después Santiago y Matías salieron con dirección a la escuela, de camino a la antes nombrada, Matías cantaba porque ir a la escuela le llenaba de felicidad.

—¿Estas feliz?

—Si, veré a mi amigo.

—También tienes una nueva profe.

— ¿Es Bonita? —cuestiono el pequeño, provocando tensión en su padre.

—Si, pero te digo un secreto...

—¿Cual?

—No es más Bonita que mamá.

Ambos rieron, bajaron de auto y caminaron por los largos pasillos. Santiago llevaba de la mano a su pequeño hijo, segundos después Matías se soltó de su agarre y corrió con sus brazos abierto por la felicidad que le causaba estar en la escuela. Santiago solo lo observó y sonrió.

Matías corrían una puerta se abrió y de aquel lugar salió una mujer con muchos papeles en mano, los cuales cayeron al suelo en el momento que chocó con el pequeño. Lo primero que Erika hizo fue ayudar al niño tirado en el suelo.

—Perdóname pequeño, no te vi —Explico y se perdió en esos ojos, aquellos verdes ojos que le recordaron a ese gran amor del pasado.

Intento levantarlo, pero la mano de Santiago se hizo presente.

—¿Te encuentras bien? —preguntó sacudiendo el uniforme.

—Si papá —Seguido dirigió la mirada a su maestra y espetó—. Lo siento señorita, no quise...

Ante las disculpas del pequeño, Erika sonrió, con sus manos agarró el rostro de Matías.

—No tienes que disculparte pequeño, la culpa fue mía.

Se había quedado encantada con aquel niño, sonreía mirándole detenidamente, soltando un suspiro recordó a su hijo, aquel niño ya tendría la misma edad.

De sus ojos brotaba una dulzura, una dulzura que Santiago pudo ver, su corazón latió con fuerzas, soltando un suspiro expulso esos estúpidos aleteos que se formaron en su estómago, carraspeando su garganta pronuncio.

—Creo que se nos hace tarde para la reunión.

Embelesada con aquel pequeño, había olvidado el hombre que se encontraba parado frente a ella, era tan guapo, pero su mal carácter le desagradaba, las dos veces que lo había visto ni si quiera sonreía, sus miradas fueron pautadas por unos segundos.

—Tiene razón Señor Rúales.

Desde la parte baja, Matías miraba a su padre perdido en la mirada de su nueva maestra, una pequeña sonrisa se dibujó en los labios rosados. La maestra le cayó muy bien, tan bien que ya no le importaba si su papá se casaba con ella.

El pequeño empezó a recoger los papeles aún tirados en el suelo, eso hizo que sus miradas se desconectaran, Erika se inclinó a recoger las hojas y Santiago le ayudó. Cuando entregó las hojas que había recogido, un roce de sus manos hizo chispa en sus corazones, Erika se perdió en esos ojos oscuros que transmitían una sensación inexplicable en su corazón.

Los pasos que se escucharon volvieron a interrumpir las miradas.

—¡Oh, señor Rúales!, es un placer encontrarlo aquí.

Le saludó rindiendo homenaje, el asintió y luego de eso se dirigieron hasta el aula.

Los cuarenta Alumnos que tenía Erika armaron el rebullicio en el aula, al entrar, los padres de familia le observaron desde pie a cabeza, la nueva licenciada era muy joven y demasiada guapa.

Los hombres tragaron grueso y las mujeres le miraban con envidia, por su juventud y su belleza y más, por verla cerca del CEO.

Todos los ahí presente le rindieron homenaje a Santiago, como si este fuera un Dios, poniendo los ojos en blanco Erika soltó un suspiro, no se veía haciendo eso con una persona, para ella todos eran iguales.

—Buenos Días padre de familia, soy Erika Intriago, la nueva maestra de 1er Grado, espero seamos un grupo unido y todos pongamos nuestros esfuerzos para la educación de nuestros pequeños.

Todos los padres asintieron con aplausos, igualmente los niños, ellos estaban encantados con su nueva maestra.

La mirada de Santiago no se despegaba de la mujer frente al pizarrón, entre ratos, sus miradas se chocaban, pero Erika la esquivaba, puesto que la mirada de ese hombre le hacía sentirse nerviosa.

Santiago soltó un suspiro, no sabía porque desde ayer esa mujer no salía de su cabeza, incluso soñó con esos ojos que perforaban su corazón, cerró sus ojos recordando a Lucero, pensar en otra era fallarle a ella, bajo la mirada al reloj y al ver la hora se levantó de inmediato.

Atrajo la mirada de todos, especularon suposiciones de que no le gustaba lo que la maestra decía, sintieron pesar por ella, porque si el CEO no le gustaba su manera de explicar, seguro la podrían de patitas en la calle.

—Me tengo que ir. Comunico y todos soltaron el aire que habían retenido.

—Que le vaya bien, salude a su esposa.

—Está bien señor Rúales.

—Cualquier cosa le estaré llamando.

—Claro señor, le adjuntare mi número...

—No es necesario, ya lo tengo—. Explico Santiago y salió dejando a la joven con el ceño fruncido.

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