Capítulo 7

Horas después, Santiago llegó a la mansión, se dirigió hasta la habitación de Lucero, lentamente abrió la puerta, y antes de ingresar, soltó un suspiro.

La observo reprimiendo el dolor, su amada Lucero, estaba cada día más pálida, su hermoso rostro, se había vuelto delgado. Ella, humedeció sus resecos labios y sonrió.

—Amor —Su voz, sonaba agitada, no tenía fuerzas, pero sacaba donde no tenia, para que su amado Santiago, no sufra.

Santiago observó a la mujer de su vida debatiéndose entre la vida y la muerte, le dolía, le dolía tanto, que muchas veces quería desaparecer, llevarse a Lucero lejos, y morir junto a ella en un lugar solitario.

Sin embargo, estaba Matías, pensaba en que no podía dejarlo solo, y si lo devolvía al orfanato, partiría el corazón de ese pequeño, que ya antes, había sido abandonado.

—No te esfuerces cariño. Verbalizó —. Solo descansa, estaré aquí por si necesitas algo.

Apretó los ojos para tratar de reprimir las lágrimas.

—Quiero salir —Informo.

—¿Quieres salir a dar una vuelta? Cuestiono al besaba la cabeza de su amada.

—Si. Santiago se levantó, preparó la silla de ruedas, y la tomó en sus brazos. Un nudo se formó en su corazón al contenerla en sus brazos, estaba tan liviana, su peso era menos que el de Matías, cerró los ojos y procedió a acomodarla en la silla. Aunque sentía ganas de llorar, se mostró fuerte, era el CEO, no podría mostrar debilidad ante nada, pero desde que su esposo cayó enferma, no ha parado de llorar.

Pidió ayuda para bajarla, una vez en la planta baja, la sacó al patio, Lucero cerró los ojos, y con una sonrisa dibujada en sus palomos labios, recordó todo vívido, se trasporto al pasado, aquel pasado donde era feliz, las risas llegaban a su mente, la imagen de Santiago corriendo tras de ella y Matías, se formaron en sus ojos.

Abrió los antes nombrados, al sentir una solitaria lágrima caer por el borde de su nariz, la sola idea de morir le causaba miedo, miedo de dejar a su pequeño y a su esposo, le rompía el alma.

Horas más tardes, se encontraba en la entrada de la puerta, sonrió, al ver llegar a su pequeño Ángel.

—Mamá —Grito Matías y corría a los brazos de Lucero— ¿Ya está buena? Cuestiono al lanzarse a los brazos de Lucero.

—Mamá aún está débil —Explico Santiago y lo aparto de Lucero, llevándolo a sus brazos.

—Entonces, ¿Por qué bajo?

Con la explicación que Santiago le dio, Matías entendió, y junto a su padre, llevaron a Lucero a recorrer la mansión.

Mientras los acompañaba, habló de su día de clases, de lo encantadora que fue su maestra.

—Es tan buena, papá dijo que era guapa, y sí que lo ha sido.

Lucero prestaba atención a todo lo que su hijo le contaban, pero esa última parte, le había parecido interesante. Con debilidad observo a su esposo, quien estaba perdido en sus pensamientos, al escuchar lo que su hijo dijo, tragó grueso.

—Quiero conocerla —Expuso Lucero, atrayendo la mirada de Santiago, soltando un suspiro, se hizo el desentendido.

—¿Que dices amor? —Lucero sonrió ante el despiste de su esposo.

—Quiero que invites a la nueva maestra de Matías.

—Cariño estas delicada, no creo que sea apropiado...

—Mañana, invítale a cenar mañana, es lo único que te pido.

—No creo que quiera…

—Convéncela, eres el CEO, nadie se puede negar a tus peticiones —Sonrío y tosió.

Santiago la tomó en sus brazos y la llevó hasta la recámara.

Mientras se encaminaba, ella observó detalladamente el rostro de su amado, era tan guapo, cualquier mujer podría amarlo, si, Santiago tenía todo para enamorar a una mujer.

Saber de la nueva maestra, la impulsó a conocerla, quería ver que tan noble era, por lo que su hijo contó, le parecía la mujer perfecta para Santiago, imagino que podría ser ella, la mujer que le robe el corazón a su esposo.

Santiago la recostó sobre la cama con tanta delicadeza.

—Descansa cariño, intento salir, pero la voz débil de su esposa lo detuvo.

—San, no olvides de invitar a la maestra de Matías, antes de girar la mirada a esposa Santiago cerró los ojos y suspiró.

—Lo intentaré, ahora solo descansa, y no olvides que te amo.

Al segundo salió de la habitación, caminó hasta el despacho, una vez ahí, observaba detenidamente el celular, por rato lo llevaba a su mano, luego lo soltaba.

En el alto edificio, Erika Intriago acababa de salir de la ducha, mordió su uña mientras miraba en la pantalla de su móvil el número desconocido.

—Hola…. La voz delicada de Erika hizo detener el corazón de Santiago.

—Licenciada Intriago, habla con el padre de Matías Rúales. Los segundos en los cuales Santiago hablo, ella contuvo la respiración, luego esbozo un grueso suspiro.

—Señor Rúales ¿a qué se debe su llamada? —Carraspeando la garganta y antes de expulsar sus palabras, Santiago suspiro.

—Por petición de mi esposa, desea que asista a una cena el día de mañana.

Él silencio tras el teléfono, inquietó a Santiago.

—Licenciada ¿está ahí?

Unos segundos después, Erika farfullo, su corazón estaba agitado, y no entendía ¿por qué?

—Está bien señor Rúales... Acepto, porque le habían dicho que ese hombre, era alguien poderoso, y sus peticiones, eran ley, además, no quería que antes de la semana, la sacaran de su trabajo.

Escuchar esa respuesta, dibujo una sonrisa en los labios de Santiago.

—Mañana a las 7 p.m. enviaré a mis hombres por usted.

—No es necesario, puedo ir sola.

—A las 7 p.m. estará el auto frente a su apartamento. Cuídese.

—Pero... —Se quedó con las palabras en la punta de la lengua.

Ni si quiera sabia donde vivía, se alzó de hombros y se encaminó al vestuario.

Santiago Rúales acomodó el teléfono en el escritorio, acto seguido llevó sus manos al rostro y presionó los ojos, luego miró la hora y salió.

A la mañana siguiente, Erika Intriago ingresó con la sonrisa de siempre, se quedó contemplando a todos los niños jugar, todo menos Matías.

Se acercó a él, y volvió a perderse en esa mirada, ese niño, tras de tener los mismos ojos de él, de aquel hombre que la abrazo, tenía los labios de la misma forma. Sacudió su cabeza, apartando las locas ideas que se formaban en ella.

—¿Por qué no juegas como los demás?

El silencio de Matías preocupó a Erika.

—No quiero —Expreso, y bajo la cabeza.

Horas más tardes, el timbre de salida sonó, y Matías agarró su mochila y salió corriendo.

La tristeza de Matías le perturbó toda la mañana, soltando un suspiro salió para entregar a sus pequeños.

—Nuevamente no vino tu papá Matías.

—Pasa trabajando, y cuidando a mamá —Explico el niño y caminó hasta Rodri.

—Vaya, tras de ser serio, es un celoso de lo peor, mira que cuidar a su esposa —Ladeó la cabeza mientras se imaginaba a un Santiago tóxico.

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