


Capítulo 9
Santiago se quedó parado mirando hacia la oscura noche, su mente se encontraba en blanco, reaccionó cuando la luz de un auto que se acercaba alumbro sus ojos.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó su tío.
—Contemplo la oscuridad de la noche.
—¿Qué de hermoso puede tener contemplar la oscura y fría noche?
—Tal vez no tenga nada de hermoso, pero la oscuridad es la que nos acompañará cuando no volvamos a ver la claridad —Expreso al soltar un suspiro, bajo la mirada al reloj e ingreso. Los dos hombres caminaron hasta la sala, sirvieron dos copas y se acomodaron a platicar.
—Estuve recorriendo las plantaciones de flores, y déjame decirte que has hecho un excelente trabajo, nuestra fortuna incrementó el doble.
—Al grano tío ¿a qué viniste? hasta donde se está ciudad no es de tu agrado, siempre he sabido que el frío no es de tu agrado.
Pedro, tragó grueso y bebió de su copa, carraspeó su garganta al mismo tiempo que cruzaba la pierna.
Eso era antes, ahora me agrada el clima. Asegura tratando de ser convincente.
—Tío —Vocalizó el hombre parado—. Se qué no estás aquí por simple gusto, tu llegada repentina no se asemeja a una visita —Santiago camino y se acomodó frente a su tío—. No soy tonto, se que estás aquí por algo más.
—Caray ¿me crees mentiroso? —Santiago forzó una sonrisa— Tienes razón cuando dices que no me gusta el clima de esta ciudad, por ello renuncie hace años al mando de la fortuna, porqué me era insoportable el frío, pero ahora ya estoy viejo, quiero morir en mi tierra —Científica al beber nuevamente de la copa.
Santiago Rúales soltó un suspiro, aunque su tío no se inmutara al mentir, él sabía perfectamente que si Pedro Rúales viajó desde tan lejos, tenía que haber una razón fuerte, y estaba casi que seguro cual era esa razón.
Al comprender que no iba a sacarle información, se dirigió a su recámara, dio unos cuantos pasos para luego detenerse, y sin girarse emitió.
—No sé cuáles sean las razones por las que estás aquí, pero si viniste porque mi madre te lo pidió, déjame decirte que no conseguirán nada de lo que sea que se estén proponiendo. Así que, no pierdas tu tiempo, y mantente al margen de mi familia —Dicho eso Santiago salió de la sala, dejando a un Pedro molesto, con el ceño fruncido se preguntaba ¿quién se creía su sobrino para decirle lo que tenía o no que hacer?, Santiago le debía respeto a él, y a todos los miembros de su familia, le pareció déspota la manera en que le habló.
Santiago subió las gradas para dirigirse a la habitación, una vez que pasó por la de Lucero se detuvo, hace ya meses su esposa le había pedido que duerma en otra habitación, era consciente que su esposo trabajaba demasiado y necesitaba descansar, por eso Lucero lo sacó de la habitación, sin embargo, aquella noche, Santiago decidió dormir junto a su esposa.
Por otro lado, Lorena Fuentes se acomodaba sobre la cama de Santiago, se había arriesgado a esperarlo sobre la recámara para seducirlo, no obstante, el hombre nunca apareció, mientras las horas transcurrían se sentía más impaciente, al fijaras la hora, imagino que no llegaría. Salió de la habitación y en el pasillo se topó con Pedro, quién contempló su hermoso cuerpo cubierto con apenas una bata trasparente.
—Guao, ¡esto sí que es una sorpresa!
Lorena miró al rededor del pasillo, intento cubrir su cuerpo, pero la bata era delgada y transparente, le fue imposible hacerlo.
—Que... ¿qué hace usted aún despierto? —Inquiere avergonzada.
Pedro sonrió al mismo instante que acariciaba su mentón con la mano derecha y observaba a la mujer con un deseo ardiente.
—Lo mismo preguntó, ¿por qué aun despierta, sobre todo saliendo de esa habitación?
La mujer soltó un suspiró al ver su plan fracasado, se preparó para que Santiago la vea y caiga rendido ante sus encantos, sin embargo, quien la disfruto de la vista, fue Pedro.
—Una mujer tan hermosa no debería mendigar amor —Artículo el hombre con ansias de comerla.
—No... no lo hago —Vocalizo Lorena con la mirada clavada en el suelo.
Su cuerpo desnudo despertó los pensamientos más eróticos que Pedro podía haber tenido, lentamente se acercó a ella y sus manos las rodó sobre la bata que cubría a Lorena, el aroma que manaba de su cuerpo recién bañado, lo termino por enloquecer.
—No me toque —Bufo la mujer.
—Te tocó cuando yo quiero —Afirmó Pedro, el rechazo lo terminó por enfurecer—. Si mi sobrino no te da lo que buscas, yo estoy disponible —se ofreció deseoso de tenerla en su cama.
—¡Ni muerta! —verbalizo con asco Lorena y se encamino hasta su habitación.
En tanto Pedro se quedó sonriendo, le pareció gracioso la estupidez de aquella mujer.
—Ya caerás, no tendré que mover ningún dedo, solita vendrás a mí —Afianzó con seguridad.
A la mañana siguiente, Lucero despertó y contempló el hermoso rostro de su amado Santiago, sus cejas bien pobladas estaban fruncidas, aquellos párpados que cubrían sus negros ojos permanecían aún cerrados. Delicadamente se acercó y lo besó, al sentir el roce de esos labios, Santiago Rúales abrió los ojos. Sonrió ante el brillo de los ojos de su esposa, acarició el cabello de la antes nombrada y con su dedo recorrió la suavidad del rostro de Lucero.
En la misma mansión, pero en el comedor, Pedro contenía las ganas se reír, tener a Lorena delante de él le traía recuerdos de la noche anterior. En cuanto a ella, trató de ignorar, no obstante, le fue imposible.
—¿Como dormiste, Lorenita? Supongo que con mucho frío.
—Muy bien anciano... —Contraatacó.
El rostro de Pedro se encendió, era una falta de respeto para él que le digan viejo, aunque tenía aproximadamente cincuenta años el, no se sentía anciano.
—¡Qué!, ¿por qué me miras de esa forma? ¿A caso no te gusto que te digan la verdad? —Lorena hizo pucheros en son de burla hacia Pedro, el hombre sintió la sangre hervir y apretó la muñeca de la mano de aquella joven.
—Escucha bien, este viejo puede tenerte a ti y a cualquier otra si se lo propone, y así mismo te patearía el trasero cuando me diera la gana, lastimosamente eres fácil y ofrecida, y aquello desploma las ganas de proponérmelo, a sabiendas que no me será nada difícil obtenerte.
—¡Animal, suéltame, me estás lastimando! —Se quejó.
Cuando se escucharon pasos acercándose, Pedro soltó la mano de Lorena sin antes acotar algunas palabras.
—Jamás te casarás con mi sobrino, pierdes tu tiempo en tratar de conquistarlo, ya tengo escogida su nueva esposa y tú, no eres la elegida —Dicho eso la soltó y sonrió con malicia.
Lorena miró a Pedro con desprecio, llevo su mano sobre sus piernas y una vez ahí la sobo, alzó la mirada y se encontró con la de Pedro, a pesar de que este sonreía, sus ojos expresaban lo frívolo y cruel que era. Segundos después apareció Santiago y lo ojos de Lorena brillaban como el cristal.
No bien Santiago llevaba la primera cucharada a su boca, cuando Pedro lo increpa.
—Bueno Santiago, es tiempo de hablar sobre tu futuro —El primer bocado lo detuvo, y la cuchara que sostenía al borde de sus labios la volvió a colocar en el plato.
—¿De qué hablas? —Inquirió al beber del jugo.
—Tu esposa morirá muy pronto, sabes las reglas de la familia, leíste el contrato y lo que en ello se estipulaba, durante todos estos años no has cumplido y para poder llevar a cabo el propósito, tendrás que volverte a casar y así concebir el hijo varón.
Santiago sonrió.
—Ahora entiendo el motivo de tu viaje, claro, mi sexto sentido no me falló, sabía que tu estadía aquí no podía ser por algo más.
—Sí, por ese detalle estoy aquí —Afirmo Pedro sin ganas de seguirlo ocultando. Limpio el borde de sus labios y miró a su sobrino—. Ya sabes, es la tradición familiar, la fortuna debe mantenerse con el apellido Rurales, el sueño de nuestros antes pasado es que nuestro apellido no muera aquí, el sueño de todos es que por décadas sigamos existiendo, y la única manera de hacerlo es que, el líder tenga un hijo varón, para ellos, debes conseguir una esposa que pueda darte hijos. Tu tío te ayudará a buscar una.
Suspirando con furor y con el rostro serio, Santiago volvió a bebé de su refresco, acto seguido lo colocó en la mesa y habló—. Se perfectamente cuales son mis obligaciones, y si puedo cumplirlas en el tiempo que me queda lo haré. No necesito que me ayudes a encontrar una esposa, porque yo puedo hacerlo solo, pero no voy a pensar en buscar otra mujer cuando aún mi esposa vive. Nadie puede obligarme, ni siquiera el abuelo —Concluyó. Santiago se levantó.
—¿Dónde vas? No has probado nada —Estribó Pedro.
—Se me quitó el hambre —replicó lanzando la servilleta sobre la mesa.
—No hemos terminado Santiago...
El silencio inmune se volvió apoderar del comedor, había dos personas, pero una de ellas se encontraba perdida en los pensamientos. Lorena descubrió que a Santiago no le agradaba para nada la idea de volver a casarse.
—Mientras Lucero no muera, Santiago no pensará en otro matrimonio, ni mucho menos pondrá sus ojos en otra mujer —Aseveró con desdicha.
—¿En serio? si no me dices no me entero —Balbuceó Pedro con sarcasmo— ¿Qué recomiendas? ¿Qué matemos a tu hermana? —Ante el silencio de Lorena, Pedro pudo leer los malvados y crueles pensamientos de esa mujer— Vaya, que hermana la que le tocó a esa pobre mujer.
Pedro ladeó la cabeza, seguido se levantó y salió del comedor pensando en que no era mala idea adelantar la muerte de Lucero, así Santiago le daría la oportunidad a otra mujer, aquella mujer con la que su cuñada, ansía cazarlo.
En cuanto a Lorena se quedó pensante, tenía que seducir a Santiago antes que Pedro intentara meterle por los ojos, a quien sabe que mujer, nadie le iba a quitar a su Santiago, estaba convencida que ese hombre era para ella, que después de la muerte de Lucero, sería ella la que lo consolará y así terminaría ganándose a ese hombre.