Capítulo 3

Me acerco al primer traje que veo, es de un tono azul oscuro, que tiene una textura rayada y al revisar detalladamente la chaqueta del traje, observa que en realidad el conjunto ya está preparado para que simplemente lo tome y lo lleve a la habitación y no solo eso, sino que cada traje tiene una etiqueta blanca, la cual tiene escrito el día de la semana ya un costado una especie de puntitos.

Tomo el traje que tiene el nombre del día de hoy "lunes" aunque me detengo a revisar los demás trajes que hay en el armario, en efecto, cada uno tiene una etiqueta diferente, lo cual hace más sencillo mi trabajo, así que llevo el traje a la cama y en mi camino observa que al igual que los trajes, hay un estante de zapatos que también tiene una etiqueta, así que llevo los zapatos del día de hoy hacia la habitación con todo lo demás que ya llevo en las manos, pero al entrar me detengo abruptamente al Ver al señor Edgerton sentado sobre la orilla de la cama, buscando su ropa.

—Insufrible mujer—lo escucho murmurar mientras frunce ligeramente el ceño y entonces se levanta. Lleva puesto un pijama de seda de color verde oscuro que le da un aspecto más atemorizante, así que me apresuro a caminar para dejar la ropa en su sitio.

—Por favor, discúlpeme, yo no sabía dónde estaba el armario—me justifico mientras extendía la ropa hacia él para que sus manos tocaran el conjunto de ropa. Cuando nota lo que estoy haciendo, sus manos toman todo de un jalón y comienza a caminar hacia la puerta que no pude revisar.

—Iré a darme una ducha, más vale que la cama esté hecha para cuando vuelva—advierte, pero cuando abro los labios para informarle que sus amigos no me contrataron para eso, él azota la puerta del baño y yo me quedo a media habitación como una tonelada. Miro la cama, al menos el señor Edgerton duerme de forma decente porque las mantas están prácticamente acomodadas, por así decirlo.

Me digo a mí misma que debería esperar a que ese hombre vuelva para recordarle cuáles son mis tareas asignadas, pero en realidad no quiero que se vuelva a enfadar conmigo, no cuando acomodar las mantas de su cama es tan fácil, así que, siguiendo por esta única ocasión, sus órdenes. Organizo todo como si se tratara de una habitación de hotel, aunque poco después me arrepiento de tener hasta la cortesía de acomodar los cojines de forma simétrica cuando ese hombre ni siquiera verá mi trabajo. Pocos segundos después de terminar, la puerta del baño se abre y ese hombre sale mientras se seca sus rubios cabellos. Su aspecto, a pesar de que, aún no se ha secado el cabello por completo y de que la corbata de su traje aún no está anudada, mi inquieta un poco porque es bastante apuesto si finjo que no es un engreído y prepotente hombre.

— ¿Desea que le ayude en otra cosa, señor Edgerton?—expreso teniendo la misma educación y cortesía que suelo tener con todos mis clientes. Ese hombre se queda en silencio mientras se quita una toalla del cuello.

—Quiero que hagas el nudo de mi corbata—ordena omitiendo, como era de esperarse, la palabra, por favor, pero supongo que es parte de su personalidad altiva y mal educada, no decir algo amable.

—Por supuesto—digo fingiendo amabilidad y respeto, cruzo la habitación para llegar hasta donde él se encuentra y tomar su corbata de la palma de su mano, la tela es casi del mismo color de su traje, a excepción de unas líneas paralelas que son de color gris claro. Por suerte, cuando era más joven mi hermano mayor me mostró a hacer los nudos de su corbata, yo aprendí por entretenimiento y él en realidad odiaba hacer los nudos de sus corbatas.

Comienzo a mover las manos para hacer el nudo básico, aunque me resulta un tanto difícil hacerlo rápido y aunque no debería apresurarme, la verdad es que quiero evitar que este hombre me regañe por la más mínima situación, así que cuando está lista la corbata y levantando la vista, él ya ha terminado de arreglarse e incluso peinarse. Me sorprende lo bien que se ve a pesar de no poder verse a sí mismo, supongo que es una técnica que perfecciono con el tiempo, como para solo guiarse por el instinto.

—Mi corbata—ordena y extiende la mano para que se la entregue. Camino en su dirección y la coloco justo en la palma de su mano, doy un par de pasos atrás y desde ahí lo observo mientras se la coloca alrededor del cuello y se la ajusta.

Me parece curioso que justo delante de él se encuentre un espejo en el cual no puede ver su reflejo, pero supongo que se coloca ahí por mera costumbre, así es como las personas invidentes se preparan ¿No?

—En el armario se encuentra un cesto de ropa, sácala y llévala abajo para que la señora Fitzroy la entregue a la lavandería—ordena y yo por supuesto encorvo un poco el ceño luego de escuchar su orden, así que aprovecho este momento para aclarar este mal entendido.

—Discúlpeme, señor Edgerton, es solo que mis labores no consisten en realizar esas tareas—digo esperando que entienda que yo soy otro tipo de...

—Eres una asistente ¿No?—cuestiona mientras se acomoda el nudo de la corbata sobre su cuello.

—Sí claro, pero no la que usted supone que soy—intento corregirlo, pero él hace un ligero sonido que podría interpretar como un gruñido o algo parecido.

—No necesito una asistente que no sabe seguir órdenes—protesta y se da media vuelta para tomar su bastón y al llegar cerca de la cama aprovecha para colocarse la chaqueta de su traje, luce como si fuera a salir.

—Es que mis tareas no consisten en ser una asistente personal—admito tratando de razonar con él.

—No sé qué fue lo que Sebastián te dijo al contratarte, pero si vas a permanecer aquí, vas a seguir las órdenes que te dé y así te mande a alimentar a los cerdos de la granja más cercana, harás lo que te diga, de lo contrario, será mejor que te vayas porque no necesito a alguien como tú—brama mientras extiende su bastón y descaradamente muestra una sonrisa victoriosa, por lo que enseguida comprendo que esta odiosa actitud suya, en realidad es para deshacerse de mí.

Jamás, desde que comencé a trabajar como asistente, permití que un cliente se atreviera a tratarme de esa forma, es decir, el hecho de que estuviera pagándome no justificaba que tuvieran el derecho de degradarme como lo estaba haciendo este tipo, pero tal y como me lo había recordado, no había sido él quien me había contratado, sino su amigo y al menos él y su hermana me habían tratado de forma decente a diferencia de este mentecato. No podía simplemente irme y renunciar cuando ambos contaban en que hiciera este trabajo y yo no quería defraudarlos, así que al final suspire aceptando hacer lo que este idiota me pedía, con tal de no dejarme vencer por sus inmadurez y necedad.

—De acuerdo, haré lo que me pida—me digno a decir sintiendo que me defraudo a mí misma al pronunciar estas palabras, pero yo no soy exactamente una persona que se rinda tan fácilmente.

—Bien, cuando termines ven a mi oficina—dice y a mi parecer, el ceder a cumplir este capricho suyo no le ha agradado del todo, quizás porque su trato hasta el momento no ha logrado lo que tanto ansía. Deshacerse de mí.

Comienza a caminar y cuando pasa a un lado de mí, el olor del perfume de sus trajes vuelve a embriagarme los sentidos, obligándome a mirarlo caminar hasta que desaparece de mi vista. Una vez sola me llevo las manos a la cara para dar un grito ahogado, porque ese odioso hombre me sacara canas blancas si continúa con ese comportamiento, pero no tengo opción si quiero tener una buena puntuación y seguir conservando mi reputación intacta.

Con pasos desganados, camino nuevamente hacia el armario y desde la puerta miro alrededor buscando el dichoso cesto de ropa. Pocos segundos después lo encuentro y doy gracias al cielo que el cesto sea de ese tipo que ya tiene una bolsa integrada solo para sacarla y amarrarla porque no me gustaría cruzarme con ninguna ropa íntima suya, sería la gota que derramaría el vaso.

Cuando saco la bolsa y la amarro, me doy cuenta de que no está del todo llena ni pesada, tanto así que puedo cargarla con una sola mano, lo que técnicamente confirma mi teoría de que este hombre no va a hacer mi estadía en este sitio del todo fácil. Suspiro, deseando que todo esto realmente valga la pena o yo misma estoy dispuesta a lanzarme por un río por haber permitido semejante bajeza

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