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—Lo siento —me reí y limpié la crema de su nariz, luego la lamí—. Mmh, sabe bien.

Llegamos a casa y la tía Lydia ya nos estaba esperando en el patio.

—Bueno, bueno, mira a quién tenemos aquí con cara de helado —dijo mientras hacía cosquillas a Milan.

—Tía... —se rió—. Para, se me va a caer el con...