Capítulo 4

El vestido que llevaba puesto no le gustaba en lo más mínimo, denotaba que era muy delgada, y sí, que aunque tenía unas ligeras curvas poco le faltaba para ser una tabla con piernas. Además, ese día en especial se sentía pésimo, la resaca no ayudaba en lo absoluto, dudaba verse como una rosa fresca y llena de rocío; simplemente tenía apariencia de la pesadilla andante de cualquier persona.

Lisa tenía un particular gusto, cuando estaba tan deprimida solía beber mientras leía El Castillo Ambulante para volver a romperse por dentro. En ese libro encontraba emociones disparejas, y precisamente por eso es que se lo leía, para echarle más leña al fuego. En otras ocasiones podía leer Sing me to sleep, El dador de recuerdos, Anillo del hechicero, pero en aquél fin de semana deseó algo más ligero.

Esa mañana se había encontrado con sus amigas para arreglarse juntas: Melina ya estaba en México, al igual que Esmeralda, Irina y Narin. Habían platicado, reído y pasado momentos agradables. Pero Lisa siguió estando tan tensa y preocupada como al inicio.

El día anterior que fue a visitar a su madre al hospital, le dijeron que necesitaba pagar la semana de su estancia, los medicamentos, la cama, el tiempo, los honorarios... Pero ella ya no tenía ni un centavo más. En su cuenta de banco a duras penas quedaba para sobrevivir ese mes, no para la exorbitante cuenta del hospital.

Estaba arruinada.

Y para colmo de males, su madre estaba mayormente sedada porque tenía dolores de cabeza terribles, prefería estar dormida que tomar pastillas, por el miedo a volverse resistente a ellas o acabar dependiente. No tenía ni una idea de cómo iba a lograr mantenerla en ese lugar, desempleada y sin más ayuda. Pensó que quizás sería una buena idea sacar un préstamo en el banco, si es que por un milagro de la virgencita se lo otorgaban.

Ya era el día del bautizo, y estaban de camino al lugar, en una limusina con las chicas y el bebé de Esme, que ya tenía casi tres meses de nacido. Nació un 9 de abril, completamente sano y fuerte, todos lo adoraban.

Ya estaban casi entrados en julio, época de vacaciones en México y aún así no le veía nada de divertido a ese mes. Tan solo sería el bautizo y de ahí volvería a su vida cotidiana, en donde no podía permitirse siquiera una ida a la playa. Los momentos para disfrutar se acababan, y debía poner los pies sobre la tierra para dedicarse en cuerpo y alma a buscar empleo. Esperaba que el chico que le mencionó Esme pudiera ser la oportunidad que buscaba, y quizás si le daba trabajo le pedía un pequeño adelanto para cubrir lo del hospital.

—Lisa, has estado muy callada. ¿Segura que no sucede nada, linda? —preguntó Melina, en sus ojos se notaba la preocupación.

Lisa asintió, con la mejor sonrisa que se pudo permitir.

—¡Claro! Yo solo… pensaba en mis hermanas, ya sabes, se fueron de casa —mintió.

Melina y Esme fruncieron el ceño.

—Sí, qué raro. Pensábamos que harían un hoyo ahí mismo hasta que pudieran heredar la casa —dijo Esme, con una mueca de disgusto. Todas ellas sabían cómo era la relación con sus hermanas, y también las detestaban aunque no se lo dijeran directamente.

Así pues, eludió el verdadero problema y siguieron hablando de temas al azar para no tocar tema sensibles que ella prefería no hablar. Charlaron de cosas como el aniversario de Irina y Edward que pronto cumplían tres años de casados, y el nuevo novio de Narin, que no aprobaba su madre selectiva madre.

Se alegró del cambio de tema, porque de lo contrario, se habría roto en pedacitos frente a ellas, y ya no tenía ni las fuerzas ni las ganas para recogerlos.

Llegaron al salón, y se bajaron de la limusina. Inmediatamente Alistaír se acercó para recibir a Esme con un beso lleno de cariño, tomo a Zarek en brazos y saludo a todas. Luego entraron al lugar, que estaba finamente decorado en tonos blancos y azul cielo. El salón era para diversos eventos, en el fondo había una pequeña capilla cubierta por un pequeño techo de construcción blanco, incluso tenía piso de azulejo beige, lo demás era en medio jardín con sillas ordenadas. A los costados estaba también cubierto con columnas y techos, de modo que el jardín era el único lugar abierto, lo demás estaba bien protegido. Dentro había fuentes de chocolates, barra de comida, un gran pastel, mesas para comer el banquete, sillones y una pequeña pista de baile.

Estuvo segura que Esme lo había elegido, era su estilo: un todo en uno, multifuncional. Vió que en el lugar ya estaba toda la familia de Alistaír y Esme, se sorprendió al ver que la madre de Esme y Alistaír se daban un abrazo emocionado, como si se estuvieran reencontrando, al igual que la abuela Sadie y la abuela de Alistaír, Eunice.

Aún viendo todo el panorama de felicidad, no le llegó completamente al alma, estaba empezando a marchitarse y ahogarse en problemas. Suspiró con frustración, y volvió a poner en su cara una sonrisa falsa, era un día bonito, era el día de Esme y no se iba a arruinar.

Saludo a los demás y cuando todos los invitados estuvieron, se dió inicio al bautizo. Como era la madrina, estaba cerca de ellos. No podía creerse la ironía de aquello, si algo les pasaba a Esme y Alistaír, Lisa tenía la responsabilidad legal de Zarek. Agradeció la confianza de los dos, pero aún así, no pudo hacer más que rezar para que solamente tuviera que ser una especie de tía toda su vida, no estaba lista para ser madre, aunque amaba a Zarek, cualquier bebé estaría mejor sin ella.

Cuando comenzaba a relajarse un poco, escuchó una voz que le puso los sentidos en alerta máxima, puesto que había soñado con esa misma voz durante la noche. Abrió los ojos sorprendida y se quedó paralizada en su sitio; mientras el sacerdote pedía que los padrinos sostuvieran al niño para su bañito con el agua bendita.

—He llegado tarde, lo siento, me aseguraba de que en la cocina estuviera todo en orden —se excuso la voz, pero Lisa no quiso voltear, estaba clavado en su sitio... Ella ya conocía esa voz y tenía miedo de enfrentarla.

Se acercó a la pequeña fuente, y sostuvo a Zarek, tratando de ocultar su rostro del hombre. Pero no le sirvió de nada, había bastante luz en el lugar y estaba segura que su característico cabello rubio destacaba muchísimo en contraste con el vestido negro.

—¿Caperucita? —preguntó él en voz baja, sorprendido. Escucho una silenciosa tos por parte del sacerdote, como advirtiéndoles que no hablasen.

Lisa se puso totalmente colorada hasta la raíz del pelo, todo fue tan obvio, seguro la gente estaría cuchicheando a su alrededor por el tema. Era imposible tener tan mala suerte, ya su vida no podía ser más miserable de lo que era.

«Tragáme tierra y escúpeme en mi casa», rogó muy asustada a quien sea que la estuviera escuchando en el cielo.

Forzó una sonrisa tensa, lo miro a los ojos con una clara intención marcada en ellos: cállate.

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