


Capítulo 5
Hicieron lo que les correspondía hacer como padrinos, y se colocaron a un lado, ella mirando sus pies como si fueran la cosa más interesante del mundo y él con la vista fija en la capilla.
Finalizo el bautizo y cuando estaban todos alejándose a las barras de comida adentro, ella esperó pacientemente a que se fueran todos, murmurando que iría en un segundo. No pudo ignorar las sonrisas de complicidad que le daban sus amigas.
Cuando se quedaron solos, volteó lentamente, cara a cara con su Lobito de una noche.
—Hola —saludó educadamente
De día era increíblemente apuesto, incluso en una situación bochornosa como esa no pudo evitar apreciar su misteriosa belleza. Parecía salido de una revista, era el típico hombre por el que mujeres enfiladas suspirarían al verlo pasar y fingirían desmayarse.
«Porque no pudo ser feo», se quejó mentalmente.
—Así que estás aquí, ¿Cuál es tu nombre? —inquirió él, ladeando la cabeza.
Lisa dudó unos segundos, pero supo que no tenía remedio.
—Me llamo El… Lisa. Soy Lisa Sansores —respondió finalmente, casi revelando su nombre real.
Él sonrió ligeramente, era una sonrisa linda. Se le hacía un hoyuelo que hacia sus facciones más definidas. No supo cómo reaccionar, más que mirarlo embobada.
—Un placer, Lisa. Yo soy Max Vasilakis.
Ella cerró los ojos, incapaz de creerse lo maldita que era su suerte. ¿Por qué todo le salía mal?
Max. El que le iba a dar trabajo. El que la podía sacar del pozo sin fondo en el que estaba… bueno, ya podía ella irlo tachando: empezar una relación laboral luego de acostarse juntos no parecía precisamente la mejor de las situaciones.
—Así que eres el amigo de Alistaír, ¿Verdad? —preguntó, alzando una ceja—. Y ahora eres el padrino de Zarek.
Max asintió, encogiéndose de hombros.
—No te preocupes, Lisa. No hagamos esto más tenso, puedes actuar normal a mi alrededor —susurró, luego se acercó aún más—. Te aseguro que no tengo intención de que pase otra vez, solamente quiero conocerte. Actuemos como si está fuera la primera vez en que nos conocemos, y pasemos a mi oferta de trabajo. ¿Quieres?
Aquello la dejó tan sorprendida que no respondió inmediatamente. ¿Olvidarlo? ¿Que no suceda otra vez? ¡Pues faltaba más!
—Claro, tampoco fue para tanto, no significó nada —aceptó finalmente, con una mirada distante.
Max puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, entendí. Solo quiero que podamos hablar de mi oferta sin pensar en la noche en que no hablábamos precisamente —alzó las manos—. Me dijeron que buscabas un trabajo serio.
Lisa apretó sus manos en su estómago, infundiéndose valor.
—Sí, es cierto. Sucede que me he quedado desempleada en medio de una situación familiar muy complicada, pero mi trabajo es impecable. Me gradué con buenas notas, mi tesis fue excepcional y aprendí muy buen sobre mi licenciatura, que es relaciones internacionales. Aprendí inglés a la perfección —comenzó a relatar—. Por lo que te puedo asegurar que me tomo muy a pecho el trabajo; aunque no he trabajado en eso, sino que era editora en una prestigiosa editorial. Pero si que hice algunas pasantías y, te puedo asegurar que a pesar de ser de medio tiempo, aprendí muchísimo. Mis prácticas profesionales me permitieron demostrar de lo que soy capaz, y yo misma lo sé. Si me das una oportunidad, no voy a decepcionarte.
Max la escuchó en silencio, y paso de ser aquél Don Juan a un hombre de negocios.
—¿Sabes hablar inglés, escribirlo, traducirlo…?
—Sí.
—¿Sabes manejar problemas con clientes reacios…?
—Sí.
—¿Sabes usar un vocabulario extenso para la comprensión del cliente?
—Sí.
Y le hizo un montón de preguntas más, algunas más complicadas que otras, pero terminó por pensarlo unos segundos, y asentir, parecía satisfecho.
—Bueno, bella Lisa, estás contratada —dijo por fin.
Lisa hizo algo muy loco, producto de la emoción: lo abrazo, saltando.
—¡Gracias, gracias! Señor Vasilakis yo... —decía emocionada, pero se alejo rápido al darse cuenta de sus acciones—. Oh, yo… lo siento, lo siento, sé que no debería…
Pero Max hizo algo aún más loco: la tomo por su cuello y la besó. Sus suaves labios contra los de ella fue un experiencia increíble, ambos se besaban lentamente, disfrutando del intercambio. Las manos de Lisa volaron a sus hombros, agarrándose fuerte de la chaqueta del traje que él llevaba. A su vez, Max le mordió el labio inferior.
Gimió sin poderse contener.
—Es un bautizo… y seré tu secretaria... —empezó a negarse.
Pero él sonrió contra sus labios, y la miró fijamente con un deseo innegable en sus ojos grises.
—Lisa, somos adultos. Y creo que somos lo suficientemente maduros para separar lo personal con lo laboral, ¿Cierto?
Ella asintió, un poco confundida.
—Entonces deja de darle vueltas al asunto. Serás mi secretaria, y si de vez en cuando queremos hacer cosas… diferentes, vamos a tomarlo con madurez. ¿No crees? —las manos de él le recorrieron la espalda desnuda—. Ahora hablemos del trabajo.
Se sentaron en las sillas del lugar, y él le contó en qué consistía el trabajo, la empresa, y el negocio tan importante que tenía que cerrar. Aparentemente, Vasilakis inc era una empresa de inversiones muy exitosa, que solamente invertía en lo mejor, en lo más prometedor. Y en ese momento querían obtener acciones en una aplicación bastante reconocida, pero el presidente (con las mayores acciones) era inglés, y aunque Max sabía hablar inglés, era muy diferente el de Estados Unidos e Inglaterra. Y Lisa afortunadamente sabía ambos, además del español, que es el idioma que hablaba en ese momento con Max y que más dominaban ambos. Otro motivo por el que recurría su ayuda, es que siempre llevar una mujer ayudaba mucho para aligerar el ambiente.
—Tu encanto personal puede ayudar, y eres un plus: hablas el idioma y entiendes de negocios. Eres perfecta.
Lisa sintió que por dentro algo caliente se derramaba. Jamás le habían dicho algo así.
—¿Tendré que ir a Grecia contigo? —preguntó Lisa, preocupada.
Él asintió.
—Escucha. Estoy dispuesto a darte un adelanto, resuelve los asuntos que tengas, y en un par de días nos vamos. Firmamos contrato, te instalas en Grecia, y arrancamos con el proceso. ¿Qué dices? —Max se veía de verdad emocionado.
Y Lisa considero que en su vida jamás volvería a tener aquella oportunidad, que era ese el momento en que se cumplía el milagro que tanto pedía: un trabajo, desempeñar su carrera y vivir algo nuevo.
Terminó asintiendo, preguntándose si podría sobrevivir a aquello con ese guapísimo hombre.
Con lo malísima que era su suerte, apostó a que no.