Emboscada
Yo no soy así, si hay algo que me enoja recordándome lo oscuro de mi pasado es el olor a colonia barata, como el que se impregna cuando el chofer ingresa a mi carro, ese aroma a alcohol con pachuli se quedaba adherido a mi piel sin poder quitarlo ni bañándome varias veces, los cuerpos sudados y mal olientes que, con una sonrisa en el rostro, junto a la mirada fija de mi jefe a lo lejos debía satisfacer a costa de mi dignidad, pasado… De donde me salvo mi amado, sacándome de las garras de la desgracia, tomando mi mano cuando estaba a punto de caer por el precipicio, cualquier persona inteligente recibiendo el puesto que tengo yo en la actualidad sería incapaz de hacer nada contrario a los deseos de su héroe, ese que sin prejuicios la trajo a su casa dándole el puesto de señora.
Con tantos pensamientos en mente el trayecto hacia el muelle me pareció veloz, espero que el hombrecillo abra la puerta de vehículo colocándome los lentes de sol que combinan con mis prendas, levantando piropos de pescadores y comerciantes a mi paso, llegue al fin a la embarcación que zarparía el día de hoy sin falta, los empleados se encontraban subiendo enormes racimos de plátanos de una finca de nuestra propiedad en medio del tallo donde se sujetaban los frutos iban disfrazados en tubos parecidos a los de las salchichas, toneladas de cocaína pura, este cargamento iba a ser dejado en España de donde se distribuiría al resto de Europa.
Trabajo de rutina desde que se posee esta ruta, que ha permitido el cruce de sustancias ilegales al menos en treinta seis oportunidades sin inconveniente alguno, el radiante sol, las medidas de seguridad tomadas por la tripulación, la experiencia de los trabajadores y el poder que ejercía la familia Hoxha en estas tierras debían ser suficientes para que nada malo ocurriera o al menos eso pensaba de forma ingenua.
—Jefa, estamos listos, partimos en cuanto quiera —Dijo Juana, una de sus empleadas más fieles, tocándole cordialmente el hombro.
—Hagámoslo —Respondí aun con mi corazón lleno de dudas.
// —Hola amor, estoy preocupado por ti, no me llamaste para avisarme que llegaste al muelle ¿Todo está bien? —Preguntó Murat preocupado, llamándome a mi celular.
—Lo siento hoy estoy distraída, todo está bien por ahora estamos zarpando —Contesté con ansiedad.
—Todo va a salir bien, la próxima lo hacemos juntos ¿Quieres? —Planteo él intentando calmarme.
—Sí, me gustaría, estamos en contacto amor. Te amo —Concluí la llamada para mirar al horizonte donde comenzábamos el trayecto. //
El clima de Ecuador era igual de desagradable a mis ojos que sus habitantes, con sus cabellos choreados como si tuvieran un litro de aceite encima, con rasgos indígenas y pieles curtidas. Lo contrario a lo que admirábamos, el frio extremo, las pieles suaves, tersas y blancas, los cabellos con forma y de colores claros ¿Racistas? No creo, nunca hemos tratado mal a alguien por su físico, de hecho, tenían empleados tan buenos que se podían considerar familia, pero lo parecido de esta fisonomía, la constancia con la que podían encontrarse, me causaba angustia.
Y el calor no mejoraba este sentimiento, haciéndome sudar mi costosa ropa, ingrese en el interior del barco tomándome un coctel para apaciguar el desprecio de hacer esto sola una vez más, la decoración de este era rural y sin los acabados que estaba acostumbrada, sin camerinos lujosos, ni baños de burbujas, camas de plumas de ganso o sabanas de seda… Estaba molesta, no solo me exponía como una tonta a caer en primera línea en manos de la policía, sino también sufría al estar en un ambiente asqueroso con personas que escupen al agua, orinan y hasta defecan. Viendo en las aguas como los peces se alegran por este manjar que cae del cielo.
Por cosas como esta es que las mujeres se frustran y terminan como Yeshe, ya no se ni que estoy pensando, líbrame señor de quedar así en algún momento, con esta premisa deje de tomar, recordando que Nelson me dio una lista de los licores y las calorías que estos tienen, preocupándome por los kilos que puedo ganar con ese pequeño gustico.
La embarcación rompe las olas sin piedad, impulsado por la fuerza de los motores, poderoso gigante en medio del mar que pretende llevar felicidad a todos los rincones, viéndolo desde un punto de vista práctico este negocio creaba una cantidad de plazas de empleo y beneficiaba a diferentes sectores sociales que debería legalizarse. Solo los imbéciles consumen de lo que venden, está en cada persona el poder controlar sus instintos, eso no corresponde a las leyes y su sistema penal.
De la familia ninguno es aficionado a estas sustancias solo los dos adoptados consumen y eso cuando van de misión para borrar cualquier atisbo de sentimiento y ejecutar rápidamente a su objetivo sin dolor alguno, del resto tragos de manera social y café… Mucho café se consumía en esa casa, aunque lo tengo prohibido por mi nutricionista y mi endocrino por unos quistes que me hacen infértil, pero como ese punto no nos molesta no me preocupo demasiado ¿Quién quiere tener un bebe cuando tiene que viajar horas en bote con toneladas de cocaína? Suena a locura y lo es.
Aunque un hijo de mi amado debe ser todo un espectáculo, quizás mas adelante cuando pueda cambiar mi manera de ganar dinero lo piense, por ahora no, después de todo solo tengo veinticinco años, me considero una mujer joven. Es increíble que era tan solo una niña cuando tuve que dejar mi hogar por el ataque del hambre en mi familia, hipócritas que por un lado me reclamaban los actos que realizaba en ese momento sin dejar de tomar el dinero que los llevaba, no quiero ser como ellos, quizás de allí provenga mi miedo a ser mamá, por mis venas corre sangre nefasta capaz de dañar a varias generaciones más. Personas así no deben reproducirse.
Que cantidad tan grande de tonterías pasan por la mente cuando no se puede dormir ¿Y cómo hacerlo? Con el ruido y los olores desagradables, me voy a cubierta, donde la brisa marina me relaja y el sólido del agua me invade en una paz ficticia que disfruto.
—¿Tampoco puedes descansar? —Pregunta Juana sentada a un lado del barco.
—La verdad es que no, se me dificulta ¿Y tú qué haces aquí? —Interrogué a la mujer.
—El saber que uno está haciendo lo malo, es lo que no me permite dormir jefa, ni en todo este tiempo que llevamos en lo mismo he logrado sentirme cómoda con esto, pero que vamos a hacer tengo tres niños que esperan la plata que traigo pa comer —Explicó esta contrariada la causa del insomnio.
—Te entiendo, a mí esto no me molesta, en Albania se busca sobrevivir de puras actividades ilegales, de lo contrario se puede morir de hambre o de frio, digamos que estoy adaptada a esto —Justifiqué mis acciones en el pasado.
—Claro nadie hace esto por gusto, es la necesidad lo que te impulsa, pero ya es tarde para pensar moralmente ¿No cree usted? —Cuestionó retirándose con resignación.











































