Capítulo 2 Segunda entrevista

Era la segunda entrevista. Después de la primera, Tessa estuvo segura de que no volverían a llamarla: el pasillo estaba lleno de mujeres hermosas, altísimas, con trajes que parecían hechos a medida; todas y cada una se movían con la seguridad de quien sabe que llama la atención.

Ella, en cambio, no tenía el abdomen plano, su sonrisa se volvía nerviosa cuando la miraban fijo y sabía que su maquillaje no era obra de un experto. Aun así, la llamaron. El correo decía “segunda ronda, nueve de la mañana”.

Durmió poco. A las seis estaba en la cocina, mirando la taza de café como si allí hubiera alguna respuesta.

Su madre se despertó antes de tiempo y la encontró de pie, en bata, con el pelo a medio recoger.

—Siéntate —le dijo—. Te plancho el cabello. Te queda mejor cuando cae recto.

Tessa obedeció. Mientras el vapor subía, oyó a su madre hablar de manera sencilla, sin adornos, como siempre.

—Aether no es cualquier empresa. Si entras, tendrás un sueldo digno, seguro médico, estabilidad. Y te conozco, Tessa. Vas a aprender rápido.

—Mamá, había mujeres… —buscó la palabra— perfectas. No sé qué hago yo en esa lista. Insisto en que solo ha sido un error. Estaba allí… y no encajaba.

—Lo mismo que todas: competir por un trabajo. —La madre pasó el peine con cuidado—. Eres hermosa. Y, además, eres inteligente. La imagen cuenta, pero no lo es todo. Deja de repetirte que no encajas. No lo decides tú.

Tessa sonrió apenas.

—Estoy segura de que no seré elegida.

—No lo sabes. Hoy ve a la altura. No porque “debas” gustarles, sino porque mereces estar donde te llamaron. Mereces ese puesto. Y si no te escogen, seguiremos. Pero vas a ir con la cabeza alta.

Terminaron en silencio. Su madre le alisó una última mecha en la sien y la miró como la miraba de niña el primer día de clases.

—Respira. Y habla claro. Tienes buena voz cuando confías en ti.

Tessa asintió. Eligió un conjunto simple: blusa blanca, falda lápiz, blazer gris. Unos tacones que podía soportar más de diez minutos. Guardó su currículum, una copia de la carta de recomendación de la empresa anterior, un pequeño cuaderno y un bolígrafo. El maquillaje fue lo mínimo: base suave, máscara en las pestañas, un labial carne. Se miró de cuerpo entero. No era una modelo, y no pasaba nada. Apretó el asa del bolso. Salió.

El edificio de Aether imponía, pero Tessa decidió no detenerse a observarlo como la primera vez. Hizo fila en la recepción, dio su nombre, recibió una tarjeta para el ascensor. A su lado, otra candidata comentaba por teléfono que el CEO había vuelto ayer de viaje; una más decía que “esta vez sí toca ver a alguien importante”. A Tessa le sudaron las manos. Pensó en la primera entrevista, en la mesa larga con dos personas de Recursos Humanos, en preguntas concretas: experiencia, orden, manejo de agenda, capacidad para trabajar bajo presión. Había respondido bien hasta que preguntaron por “rasgos personales”, y allí, sin querer, dejó ver el temblor en la voz. Luego se odió por eso. Ahora estaba de nuevo en camino.

Al llegar al piso designado, el pasillo ya estaba lleno. Una asistente les pidió que tomaran asiento y esperaran su nombre. El ambiente no olía a café ni a papel, sino a perfumes caros. Las mujeres llevaban trajes de colores neutros, tacones finos, uñas impecables. Algunas hacían videollamadas discretas, otras repasaban portafolios con presentaciones como si se prepararan para un panel. Tessa eligió una silla al final, lejos de la puerta, y respiró por la nariz, largo. Miró su reloj. Faltaban quince minutos.

—¿Tú también a la segunda ronda? —preguntó una mujer morena con blazer crema y coleta baja. Sonreía, pero su mirada iba de arriba abajo, midiendo.

—Sí —respondió Tessa.

—Dicen que hoy filtran por “imagen ejecutiva”. —La morena se acomodó un pendiente—. Que si te sientas derecha, que si no haces ruidos con los tacones, que si el pelo…

—Ah.

—¿Tu nombre?

—Tessa Laurent.

—Yo soy Sofía. Suerte. —Ya estaba mirando a otra, con rapidez.

Tessa oyó un murmullo detrás de ella. No entendió las palabras, pero reconoció el tono: el de quienes se sienten dentro del grupo correcto. No giró. Abrió su cuaderno. Escribió tres líneas para calmarse: “Llega tu turno. Di tu nombre. Mira a los ojos. Pregunta por el alcance del puesto”. Cerró.

Una pareja de candidatas entró juntas al baño y volvió a salir riéndose. La de falda negra y camisa de seda dijo algo sobre “no sudar antes de entrar”. La otra respondió que había traído toallitas “por si acaso”. Ambas cruzaron al frente con pasos medidos. Tessa se obligó a mirar recto.

Su madre le había dicho, hace años, que la gente sentía cuando uno se encogía por dentro. Que no hacía falta hablar para que te bajaran un escalón, bastaba con dudar de ti a tiempo. Tessa intentó sentarse con la espalda recta. Le dolía un poco el costado. Se acomodó el blazer. Dos chicas de la esquina la señalaron sin disimulo. Una comentó algo en voz suficientemente alta para oírla:

—A veces el HR llama por error. —Risa corta.

—O para cumplir cuota—otra risa, más seca.

—Hola —dijo de súbito una voz a su izquierda.

Era una joven distinta a las demás, con unos lentes finos y carpeta azul. Traje sencillo, zapatos bajos. Tenía una calma extraña.

—Soy Alma. Tú eres Tessa, ¿verdad?

—Sí.

—Nos vimos en la primera ronda. Estabas en la sala dos. —Alma no sonrió del todo—. No hagas caso.

—¿A qué?

—A ese coro —movió un poco la cabeza—. Pasa siempre. Les da seguridad.

Tessa bajó la mirada un segundo.

—Gracias.

Alma iba a decir algo más, pero la asistente de la puerta anunció un nombre. Llamaron a tres mujeres. Todas se levantaron al mismo tiempo y caminaron como en una pasarela silenciosa. Quedaron menos asientos libres. Entró un hombre con una tablet, consultó una lista y habló en voz neutra:

—A partir de ahora, por favor, apaguen los teléfonos. Habrá una prueba práctica antes de la entrevista final. Se evaluará precisión, respuesta a imprevistos y manejo de correspondencia. Si hay dudas, me preguntan. —Miró el reloj—. Diez minutos.

Tessa apagó el móvil. Pensó en cómo contestaría correos con copia oculta, en agendas que se mueven, en llamadas que no pueden esperar. Lo había hecho antes, en su empleo anterior, con un director que cambiaba de opinión cada media hora. Podía hacerlo. La diferencia eran las miradas que, sin decirlo, querían que se sintiera fuera de sitio.

Una mujer rubia, de pelo lacio pulido y labios delineados, tomó asiento frente a Tessa con un pequeño gesto de incomodidad; cruzó las piernas, dejó un bolso claro en el piso y abrió un estuche de polvos. Se retocó. Al guardar el espejo, la miró “accidentalmente”.

—¿Vienes de agencia? —preguntó.

—No.

—Ah. —Silencio breve—. ¿De dónde?

—De una firma pequeña —respondió Tessa—. Asistente de dirección.

—Mmm. —La rubia asintió como si ordenara una pieza más en su cabeza. Giró un poco hacia su derecha—. Yo vengo del grupo L.— Dijo el nombre como si fuera una contraseña.

—Bien —dijo Tessa.

La rubia terminó de ajustar su blusa con un tirón mínimo y se inclinó hacia la mujer de al lado para susurrarle algo. No fue tan bajo como para no oírse:

—Siempre invitan a una que no encaja. ¿Te fijaste?

—Sí—contestó la otra, conteniendo la risa.

Tessa apretó el bolígrafo. Tenía la boca seca. No iba a pedir agua. Miró el techo blanco, se dijo que era solo un trámite.

—Tessa Laurent —llamaron desde la puerta.

Se levantó. El camino hasta la mesa de registro le pareció más largo de lo que era. Entregó su documento, tomó el gafete con su nombre y siguió al coordinador a una sala más pequeña. Mesas individuales, un ordenador cada una, una carpeta con hojas en blanco, un teléfono fijo.

—Buenos días —dijo la mujer que dirigía la prueba—. Recibirán una simulación de agenda, correos urgentes y una llamada inesperada. Tienen treinta minutos. Ordenen prioridades. No se preocupen por el “estilo”, nos interesa la resolución. Cuando suene el teléfono, atiendan con su nombre y el de la empresa. Pueden empezar.

El cronómetro en la pantalla marcó 30:00 y comenzó a descender. A Tessa le temblaron los dedos al primer correo. Inspiró, leyó dos veces, ordenó mentalmente. Programó la reunión crítica para las once, contestó con opciones concretas a dos peticiones menores, preparó borradores para firma. Sonó el teléfono en el minuto 22. Contestó como había practicado en casa. Era una “periodista” que preguntaba algo que no debía responderse. Dijo lo correcto: que no podía confirmar, que remitiría a comunicaciones. Notó la mirada de la evaluadora sobre su hombro. No se desordenó.

Cuando entregó la carpeta con su plan de acción, estaba más tranquila. Salió de la sala con la sensación de haber hecho lo que estaba dentro de sus manos. En el pasillo, las mismas miradas. Algunas neutrales. Otras, inquisitivas. Las risas habían bajado un punto. El hombre de la tablet anunció que en quince minutos darían los nombres que pasarían a la entrevista final.

Tessa se sentó en otra silla, esta vez cerca de la ventana. No miró la ciudad. Miró sus propias manos. Su madre tenía razón: lo que decidían de ti a veces se leía en cómo te sostenías. Enderezó los hombros. Dejó el bolígrafo. No iba a morder la tapa. Esperó.

El coordinador volvió a la recepción. Comenzó a leer despacio. Primer nombre. Segundo. Tercero. La rubia sonrió cuando escuchó el suyo. Alma enmudeció cuando no escuchó el propio. Tessa oyó “Laurent” en el quinto lugar. Le costó reconocer que era ella. Se levantó sin prisa. Algunas se sorprendieron. La morena del blazer crema chasqueó la lengua.

—Las seleccionadas pasen por aquí —indicó la asistente.

Cruzaron a una antesala más pequeña. Faltaba poco. Las voces tenían otro tono, más cortante. La rubia sacó de su bolso un cepillo pequeño para el flequillo. La de falda negra consultó su reflejo en el vidrio. Tessa se mantuvo de pie, con el gafete visible. A tres metros, dos de las que no habían pasado murmuraban sin disimulo, lo suficiente para que su comentario no quedara solo entre ellas.

—Mírala —dijo una—. Ni cintura tiene.

—Y esa blusa… —añadió la otra—. Está fuera de liga. ¿Quién la mandó?

—Seguro HR necesitaba rellenar un perfil. —Risa.

—O que mejor se vaya a un casting de lencería plus size. —La frase quedó flotando, limpia, como un corte. Tessa la oyó entera. Y no se movió.

No dejaría que ellas la pusieran más nerviosa de lo que ya estaba.

Había sido finalista y eso era más de lo que muchas habían logrado.

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