Capítulo treinta y uno

Ya no podía escuchar sus pensamientos, y el peso de su enojo había disminuido. Aun así, abrió la puerta con esperanza.

Y la decepción lo saludó.

—¡Hey! Estaba camino a tu oficina.

Tsk.

El rubio todavía tenía el descaro de sonreírle. El olor a alcohol se desprendía de su aliento.

Los ojos de R...

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