Capítulo 4 4
Nico pequeño Queen
Mientras abro los ojos, escucho que alguien me llama. Doy vueltas en la cama, enredándome en las sábanas.
—¡Nico! —mis ojos se abren de golpe y la veo de pie frente a mí.
¿Quién diablos es esa mujer?
¡Ah! Voy recordando, creo que era la mujer del bar. Vine a su casa y amanecimos aquí.
—Hola, belleza —digo con voz ronca.
—Me tengo que ir a trabajar —dice mientras toma su bolso—. Cierra antes de irte, ¿bien?
—¡Espera! No me dejes solo en tu casa —le insisto, pero ella sale y me deja.
Busco mi ropa y me visto muy deprisa. Salgo de esa casa, tomo mi coche y me voy a mi apartamento. Me baño, me visto y salgo al trabajo.
Cuando llego, son casi las diez de la mañana. Abro la puerta de mi oficina y me sorprendo al ver a mi hermano sentado en mi silla con los brazos cruzados.
—Es la cuarta vez en la semana que llegas tarde —me dice, y se ve enojado.
—Daniele, eres mi jefe, pero estoy haciendo mi trabajo —digo, intentando defenderme—. Creo que no tienes mucho de qué quejarte, salvo de que a veces llego tarde.
Él se levanta de mi silla y yo rodeo el escritorio.
—¿A veces? Son más días de los que tú mismo puedes contar. Tienes que cumplir un horario como el resto, ¿por qué te cuesta tanto, Nico? —Está enojado y preferiría verlo en plan de jefe, pero ahora mismo solo veo a mi hermano mayor—. Pediste más responsabilidad, Nico, ahora la tienes. Por favor, no hagas de esto un calvario para ti. Tienes potencial, ¿qué es lo que te falta? ¿Por qué no te motivas? —Daniele me mira como si esperara de mí una respuesta, en sus ojos solo veo frustración y decepción—. Te falta centrarte, puedes conseguirlo.
Camina hacia la puerta y la abre para salir—. Si necesitas ayuda, lo que sea, solo tienes que pedírmela —dice.
—Quiero que Chiara me haga una cita con Trish Evans —digo, como si esa fuera el tipo de ayuda que mi hermano me brindaría.
Él suelta un bufido, enojado, y sale dando un portazo.
Me dejo caer en mi silla, suspirando. ¿Qué esperaba Daniele de mí?
Ya tengo un buen puesto en la empresa, soy popular, el millonario encantador que todas quieren. ¿Por qué debería molestarme en esforzarme más? Mi trabajo lo hago, aunque llegue tarde.
El problema es que no lo entiende. El trabajo no es lo que me motiva. Es el juego, la conquista, el desafío. Y ahora, ese desafío tiene nombre y apellido: Trish Evans. La única mujer que ha tenido el descaro de rechazarme no una, sino dos veces.
Me recuesto en mi silla, recordando la sensación de su cuerpo contra el mío en la pista de baile, la forma en que controlaba mis manos, dejándome impotente y, francamente, fascinado. Esa mujer es un enigma, y no hay nada que me guste más que resolver enigmas.
Levanto el teléfono y llamo a Chiara.
—Buenos días, Chiara. Necesito un favor.
—¿De qué se trata, Nico? —su voz suena sorprendida.
—Quiero que me hagas una cita con Trish Evans —digo directamente.
—¿Trish? ¿Por qué?
—Eso no es importante. Solo hazlo, por favor.
—No estoy segura de que sea una buena idea, Nico. Trish es una de mis mejores empleadas y no quiero que se distraiga.
—No la distraeré, solo necesito hablar con ella. Es importante. —Chiara suspira, como si no quisiera hacerlo—. ¿Recuerdas que me debes una?
—Está bien, veré qué puedo hacer. Pero no prometo nada.
—Gracias, Chiara. Te debo una si lo consigues.
Cuelgo y me recuesto en mi silla, satisfecho.
Trish Evans será mía, de una forma u otra.
Tengo su número, pero ella no me ha respondido ni una sola vez a mis mensajes.
Paso el resto de la mañana revisando informes y correos electrónicos, aunque mi mente sigue divagando hacia Trish. ¿Cómo puedo hacer que baje la guardia? ¿Cómo puedo conseguir que me vea como algo más que el típico millonario engreído?
Daniele tiene razón en algo: tengo potencial. Y no solo en el trabajo. Si puedo conquistar a Trish, demostraré que soy más que el donjuán que todos creen conocer. No es que sea una gran hazaña, pero es mi reto, mi nuevo reto. Incluso si eso no tiene nada que ver con mi trabajo, ya es una motivación, ¿no?
A media tarde, mi secretaria entra en la oficina.
—Señor Queen, su hermano quiere verle en su despacho.
—¿Ahora? —pregunto, aunque sé que no tengo opción.
—Sí, ahora.
Me levanto y camino hacia la oficina de Daniele. Al entrar, lo veo revisando unos documentos, su expresión aún más seria que esta mañana.
—¿Qué pasa, Daniele?
—Nico, necesitamos hablar seriamente sobre tu actitud en el trabajo.
—¿Otra vez con eso? Te dije que estoy haciendo mi trabajo.
—No se trata solo de hacer tu trabajo, Nico. Se trata de compromiso, de demostrar que te importa. No puedo seguir cubriéndote solo porque eres mi hermano.
—No estoy pidiendo que me cubras.
—Pero lo haces, indirectamente. Cada vez que llegas tarde, cada vez que tratas el trabajo como si fuera secundario, me pones en una posición difícil. Quiero que tomes esto en serio.
Lo miro, frustrado. Entiendo su punto, pero no puedo evitar sentir que está exagerando.
—Lo haré mejor, lo prometo. Pero también necesito algo que me motive. No puedo estar aquí solo por estar.
—Entonces encuentra esa motivación, Nico. Porque no voy a tolerar más irresponsabilidad. ¿Entendido?
—Entendido.
Salgo de su despacho, sintiéndome atrapado, trabajar siempre ha sido aburrido, para todo el día encerrado en una oficina y cada maldito papeleo, esto consume. Por un lado, mi deseo de conquistar a Trish. Por otro, la presión de mi hermano para que me tome el trabajo en serio. Pero quizá, solo quizá, ambos objetivos puedan alinearse, aunque no veo cómo.
