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Bañarse en la playa de noche era una aventura, pensó David. El viento levantaba más alto las olas, así que tuvieron cuidado de no adentrarse demasiado y sólo juguetear en la espuma del mar. Así corrían el uno detrás del otro, se echaban agua, se abrazaban y besaban, se sumergían y volvían a jugar.

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