68

David ya no la escuchaba. El ruido de su corazón lo ensordecía, el frío se había acomodado en su alma, y se sentía aterido.

—¿No dices nada? –él alzó la mirada hasta los azules ojos de ella. Parpadeó un poco y encontró que ella seguía allí, casi inexpresiva, hablando de lo efímero que podía ser el a...